A las seis de la tarde recibirá sepultura en su localidad natal de Carbajales de Alba Milagros Rodríguez Falcón, quien fuera secretaria personal de José María Aznar durante los ocho años de su etapa de presidente del Gobierno y aún unos años antes en la sede del Partido Popular en la madrileña calle Génova. Milagros Rodríguez, fallecida a la temprana edad de 56 años por un cáncer, fue «algo más que una secretaria» para el presidente del Gobierno, y como tal llegó a tener mucho poder, aunque su discreción le hizo rehuir siempre cualquier tipo de reconocimiento.

«Se lleva muchos secretos a la tumba», dice su hermana, Mari, quien ha acompañado a Milagros durante la enfermedad que finalmente ha acabado con su vida y que ahora pretende reivindicar su figura, debido a que su discreto carácter, siempre a la sombra de Aznar, la ha mantenido oculta siempre. «Encontré casualmente la encomienda de la Orden del Mérito Civil, concedida por su majestad el Rey, porque no nos había dicho nada», relata su hermana.

Milagros Rodríguez nació en Carbajales de Alba, donde viven sus padres, Marina Falcón Codesal y Alfonso Rodríguez Ballesteros, este último muy vinculado desde siempre al Partido Popular: «fue uno de los fundadores del partido en Zamora», relata su hija. A temprana edad vino con su hermana a estudiar a las Josefinas, como recuerda la periodista Lucía Méndez, con quien años más tarde volvería a coincidir en Madrid. Tras realizar los estudios de secretariado trabajó en varios sitios, como un bufete de abogados y una librería antes de recalar en la sede nacional del PP cuando aún era Alianza Popular, en la época de Manuel Fraga y Hernández Mancha.

Cuando llega Aznar al PP le ponen como secretarias a la jovencísima Milagros y a Marisa Granja y es ahí cuando empieza la relación de confianza del líder del PP con la zamorana. De hecho, cuando gana las elecciones, en 1996, Aznar se la lleva con él a La Moncloa como secretaria personal y Milagros se entregó en cuerpo y alma a su trabajo.

«De una manera total y absoluta. Era la que abría y cerraba la Moncloa», coinciden en señalar Lucía Méndez y su hermana Mari. «Era demasiado trabajadora. Ante todo estaba el trabajo hecho desde la limpieza de corazón y la honradez. Sus manos no se mancharon nunca. Incluso renunció a mucho de lo que le pertenecía, porque decía que ella no necesitaba tanto para vivir», recuerda Mari. El presidente Aznar llamó ayer a la familia para excusar su ausencia del funeral que se celebra a las seis de la tarde, ya que se encuentra en el extranjero, aunque tiene intención de venir la semana que viene a Carbajales para una misa de funeral.

Ascética, de personalidad sumamente religiosa, el poco tiempo libre que le dejaba su dedicación absoluta al trabajo lo invertía en obras de caridad o visitar a la familia. De hecho, siempre mantuvo una relación con su pueblo, Carbajales, donde se hizo una casa y era su deseo residir cuando le llegara la jubilación. Su relación con los vecinos, como relata el alcalde, Manuel Prieto, era buena y si podía «hacía favores a quien se lo pidiese». Y también sirvió de hilo directo con el presidente a personalidades de la vida zamorana, como Manuel Vidal, que también trabó amistad con la carbajalina.

Secretaria de máxima confianza, era la persona que más en contacto estaba con el presidente Aznar y desde su cargo, acumuló «mucho poder», aunque siempre se empeñó en mantener su sencillez. «No hay persona en el mundo que haya tenido una adoración por Aznar como la que tenía Milagros. Atender a su presidente era muy importante para ella y ejercía unas funciones mucho más amplias que las de una secretaria de dirección. Había tal confianza que casi formaba parte de la familia», recuerda Lucía Méndez, que también coincidió con ella en La Moncloa.

«Era la secretaria de Aznar pero jamás comentó lo que traían entre manos. Comentábamos cosas de su trabajo, pero jamás comentó nada de más a la familia». Llegó a ser más que una secretaria, casi un miembro más de la familia Aznar, a quien «incluso recordaba que debía llamar a su madre, si llevaba mucho tiempo sin hacerlo». Se llevó más de una vez a Carbajales a los perros del expresidente, dos cocker llamados «Zico» y «Gufa», con quien Milagros paseaba y se relajaba del «estrés que llevaba en su trabajo». Pero hasta en vacaciones estaba pendiente del móvil, y eran frecuentes las llamadas de trabajo constantemente.

Cuando Aznar dejó la presidencia del Gobierno, no se llevó a FAES a Milagros, que desde hace años sufría un tumor cerebral, del que había sido operada dos veces. Aunque tenía posibilidades de haberse acogido a la jubilación prefirió continuar en su puesto de trabajo, ahora un despacho en la calle Génova. Finalmente, la enfermedad pudo más que ella y tras una larga convalecencia en el hospital Ramón y Cajal de Madrid, fallecía ayer.