Ángel Bariego se ha convertido, por méritos propios, en uno de los vecinos más queridos del barrio de San José Obrero. Por unanimidad, la Federación Provincial de Asociaciones de Vecinos decidió este año otorgarle la medalla de honor al Vecino del Año en la XXI edición del Día del Vecino. «Se ha dedicado en cuerpo y alma a ayudar al prójimo, sin mirar la bandera ni el color, sino simplemente a la persona», valoró el presidente de la FAVE, Jesús de la Concepción, quien subrayó que es un hombre «que deja huella, del que siempre se aprende algo».

Reconoce huir de las etiquetas -«no son lo mío», subraya- pero lo cierto es que se le podría clasificar con cada uno de múltiples cometidos que ha desarrollado a lo largo de su vida: desde sacerdote entregado a sus fieles en la parroquia de San José Obrero hasta precursor de los inicios del movimiento vecinal en Zamora o portavoz durante la toma del cuartel Viriato. Con este gran bagaje personal y social, Ángel Bariego apunta a la utopía y al sentido del humor como ingredientes imprescindibles para elaborar la receta infalible que saque al país «que debe volver a dar importancia vivir en comunidad» de la crisis.

-¿Cómo recibió el homenaje organizado desde la Federación Provincial de Asociaciones de Vecinos como miembro ilustre del barrio de San José Obrero?

-La verdad es que esas etiquetas no son lo mío, aunque estoy muy agradecido por la distinción. Lo de ilustre o ilustrísimo es un rollo que no me va nada. Yo lo que sí soy es un vecino comprometido y un ciudadano que quiere participar en la vida común para construir lo que es la vecindad.

-¿Qué significado tiene para usted la palabra vecino?

-Después de la familia es lo más importante, lo que forma el tejido social de la convivencia. Así es como al menos yo lo veo. Pero para ello se necesita un auténtico compromiso, algo que se ha perdido en los últimos años porque la relación entre los vecinos no es la que era hace unas décadas.

-¿Predicó con el ejemplo durante su época de párroco en la iglesia de San José Obrero?

-El obispo me envió a este barrio y yo me mostré más que encantado de poder trabajar aquí. Una de las primeras cosas que hice, y que a la gente le parecía muy raro, es que nunca quité la llave de la cerradura de mi casa.

-De hecho, los vecinos le recuerdan por tener siempre su casa abierta a todos.

-Tengo que precisar que la realidad no es que yo tuviera siempre la casa abierta, sino que siempre tenía las llaves puestas, lo que significa tener más confianza todavía. La gente entraba y salía cuando lo necesitaba. De hecho, el obispo quería hacernos a los tres curas que estábamos en el barrio una casa para vivir separados de la gente y yo me opuse, porque había venido al barrio para estar y convivir con los vecinos. Así que allí vivimos en los años setenta Manolo Luengo, ya fallecido, Marcelino Gutiérrez, que actualmente es párroco en Mahíde de Aliste y yo en una vivienda que no llegaba a los cuarenta metros cuadrados y con las llaves siempre puestas.

-¿Por qué la gente se sentía acogida cuando acudía a su casa?

-Porque había un cartel que yo siempre cumplía y que rezaba «Si eres amigo entra, el pan que tenemos aquí también llega para ti. Pasa y deja las llaves puestas». Lo cierto que es no cambiamos a los vecinos sino que nosotros mismos cambiamos porque los vecinos nos absorbieron la vida y vimos honradez, honestidad y valores éticos, conceptos por los que ahora te tachan de antiguo si hablas de ellos.

-¿Esa mentalidad tan de izquierdas en aquella época no le trajo problemas?

-A veces me han tildado de «rojo» pero lo único que he sido es una persona normal y corriente, honesta y comprometida con mi trabajo. Tendré mil defectos, pero siempre hacía las cosas con las que estaba conforme.

-¿Cómo ha cambiado el barrio de San José Obrero desde los años setenta a la actualidad?

-Desgraciadamente ha evolucionado a peor, como en el resto de los barrios, porque toda la sociedad es cada vez más insolidaria.

-¿Es posible regresar a esa senda?

-Es una misión de todos, incluidos los jubilados como yo. Tenemos que volver a aprender el significado de la palabra vecino. En este sentido, me gustaría destinar un taller de la Real Academia de la Lengua para la rehabilitación de palabras, porque hay muchas que ya no expresan lo que decían antes. Hay que recuperarlas para rescatar el significado de palabras como amor, pasión, compromiso, libertad, hospitalidad o tolerancia, que es la virtud previa y necesaria para la libertad y la construcción de comunidad.

-¿Cómo ve la situación actual que atraviesa el país?

-Las sociedades ahora son mercantiles, políticas, dedicadas al poder y con gente que no es honesta de verdad. Me da mucha pena y yo hago lo que puedo, pero a pequeña escala.

-¿Nunca se planteó la posibilidad de dedicarse a la política?

-No he sido político porque no valgo para eso. Soy demasiado utópico para un cargo así, pero es que la utopía es lo que necesita la sociedad porque es algo que termina llegando, aunque haya que caminar mucho para conseguirlo.

-¿Hay alguna receta para salir de esta crisis?

-La única solución para ello es ser utópico, además de una buena dosis de sentido del humor, que también es muy importante.

-¿Fue una utopía hecha realidad lo que hace casi 25 años consiguieron los zamoranos tomand el cuartel Viriato?

-Si tres meses antes alguien se hubiera planteado eso, hubieran dicho que era una utopía. Los recuerdos de esa vivencia son parecidos a los que uno tiene cuando con 15 años hace una auténtica conquista.

Villalpando (Zamora), 1934

Uno de los vecinos más queridos del barrio de San José Obrero, Ángel Bariego, nació hace 79 años en Villalpando, donde todavía tiene familia. De esa localidad llegó a la capital para estudiar en el seminario San Atilano durante 12 años «a pulso», como él mismo reconoce. Su primer destino como sacerdote fue la parroquia de San José Obrero, donde junto con sus compañeros Manuel Luengo y Marcelino Gutiérrez se hizo un hueco en el corazón de todos los vecinos gracias a su intenso trabajo con los más desfavorecidos. «Nuestra casa siempre estaba abierta a todos», asegura. Años más tarde fue trasladado a Madrid donde continuó con su labor humanitaria trabajando codo con codo con el padre Llanos en el barrio del Pozo del Tío Raimundo y en Vallecas. En 1973 colgó la sotana para casarse con su mujer Leo, con la que tiene dos hijos: Patricio y María. «Dejé el sacerdocio, pero no renunciaré jamás a lo que hice», subraya. Ángel Bariego es conocido más allá del barrio de San José Obrero por ser uno de los precursores del movimiento vecinal en la capital y una de las cabezas visibles del movimiento social que hizo posible la toma del cuartel Viriato por los zamoranos.