Cuando Benito «el pellitero» encabezó aquella célebre revuelta en el siglo XII que acabó con los nobles ardiendo en Santa María quizá supo que la ciudad hablaría por mucho tiempo de su acto de rebeldía. Aquel plebeyo imaginó incluso que hasta los más jóvenes de las generaciones venideras relatarían el ya famoso Motín de la Trucha. Y no andaba descaminado. Ayer mismo, una joven estudiante de Primaria relataba los avatares de aquel enfrentamiento ante el templo en obras, agazapada a un poyo de granito rematado por la silueta metálica de un pez.

La visita ayer de una treintena de alumnos de Coreses y la comunidad de Navarra da la razón a quienes creen que la historia que guardan las iglesias de la ciudad son, en realidad, pistas para entender el futuro. Jóvenes investigadores de tercero a sexto de Primaria que no paraban de hacer preguntas al guía de excepción, Fernando Pérez, director del programa Zamora Románica.

Inmersos en descifrar el mensaje oculto de las piedras, los historiadores en ciernes olvidaron la molesta lluvia matinal para aprender los códigos románicos. Primera pista, Santa Lucía. Allí, los avezados estudiantes descubrieron el archivo de papeles encastrado en los muros de la pequeña Capilla de la Soledad, testimonio vivo de pinturas de varios siglos desde la lejana Edad Media.

Allí mismo, bajo la batuta de la directora del Museo de Zamora, Rosario Rodríguez, la expedición no dudo en serpentear por el lapidario que guarda Santa Lucía descubriendo la heráldica de la ciudad en piedra, los testimonios romanos de las pretéritas estelas funerarias o la no tan lejana mirada del dictador Franco en la colección de bustos que alberga el «almacén visitable» del centro provincial.

A unos metros, tras una empinada cuesta, aguardaba San Cipriano, la iglesia que sobrevive los embates del tiempo en el balcón del recinto amurallado. Allí los niños pudieron «investigar» las trazas románicas de la iglesia y localizar en el muro sur la eterna lucha de Daniel combatiendo feroces leones.

Faltaban aún dos capítulos. El primero, tan rico como curiosa es la historia del Motín de la Trucha, el episodio al que la historia niega legitimidad. No por ello los jóvenes han de olvidar lo que se cuenta de aquellos nobles ajusticiados por un pueblo que quiso abandonar su yugo. Por los cuatro costados, los alumnos de Primaria junto a sus profesores investigaron el color de la piedra, los «errores» constructivos o las marcas que los canteros dejaron «para cobrar su trabajo», les informó Fernando Pérez.

También aprendieron a identificar las numerosas saeteras del edificio de Santa María. Incluso concluyeron que la forma de una de aquellas estrechas ventanas había sido desmontada y repuesta. «¿No os dais cuenta de que el remate curvo de arriba está del revés?», les interrogó el arquitecto responsable del plan de restauración.

Solo quedaba ya el último capítulo del itinerario románico, una visita a la ermita de Los Remedios para hallar las cruces de consagración que recuerdan las vestimentas templarias de Jerusalén. O las pinturas de los doctores de la Iglesia, cuya mirada se haya inmortalizada en las pechinas que rematan la cúpula central.

Cabe preguntarse si de este grupo de jóvenes alumnos zamoranos y navarros no saldrá más de un historiador, ahora que el estudio del pasado vuelve a estar bien visto. Ayer, al menos, descubrieron un capítulo vivo de la historia medieval de la ciudad.