Todavía hoy están vigentes las tiendas de la calle Ribera de Curtidores, el rastro dominical de Madrid en el que los curiosos pueden encontrar casi cualquier cosa. Allí, en el número 35, tenía «una tienda preciosa» Jerónimo Martínez, un prolífico anticuario, «uno más, no era como Ignacio, el divino», puntualiza la sobrina, Paquita Lozano. Aquella tienda ofrecía al público un variado surtido de obras artísticas, buena parte de la provincia de Zamora, que Jerónimo recorría acompañado de sus familiares para nutrir su floreciente negocio.

Corrían las primeras décadas del pasado siglo XX. Castilla, una de las regiones donde el extenso patrimonio artístico había perdurado, se convertía en la morada del expolio y la compraventa de pinturas, esculturas y todo tipo de enseres de procedencia medieval cobijados en iglesias, conventos y monasterios. Por entonces, las inexistentes leyes de protección habilitaban la circulación de obras de arte. «También había románico en Cataluña, pero las gentes castellanas eran más incultas», apuntan los expertos, y eso permitió que buena parte del legado histórico viajara al resto de España, a países europeos e incluso, con frecuencia, cruzara el Atlántico para nutrir delirantes proyectos museísticos en Estados Unidos.

En Zamora, la actividad de la familia Martínez explica buena parte de las idas y venidas de objetos tan preciados como el Bote de Zamora, los tapices flamencos de la Catedral, el Relieve del León de la iglesia de San Leonardo y multitud de piezas de las iglesias zamoranas, fotografiadas en el Archivo Moreno bajo el título «Colección Martínez». «Íbamos con mi tío de pueblo en pueblo, visitando iglesias para comprar obras hasta que la ley lo prohibió», rememora Paquita Lozano. El testimonio acerca de la actividad de su tío, Jerónimo Martínez, avala la procedencia zamorana de una tabla atribuida al maestro renacentista Rafael Sanzio. La pintura fue vendida en 1949 por Jerónimo a Juan Escoda Piñol. Hoy, más de medio siglo después, su hijo Antonio Escoda, busca la procedencia del fragmento pictórico en alguna iglesia o convento de la provincia. «No creo que se la comprara a un particular, más bien ha de venir de una iglesia», explicaba hace escasas fechas el comerciante barcelonés.

Su hipótesis halla coherencia en las palabras de Paquita Lozano, una de las dos hermanas que suponen la única familia zamorana de los Martínez. Su abuelo Fernando fue uno de los más asiduos visitantes de la Catedral de Zamora, tal y como relata la profesora de la Universidad de Valladolid, María José Martínez Ruiz, experta en «despojos» artísticos en esta época.

Su tío Ignacio cobró el máximo interés hace menos de un año por la construcción de un controvertido claustro -hoy en una finca privada de Palamós- para el que decenas de historiadores, arqueólogos, expertos y aficionados buscan una procedencia cierta. Con Jerónimo, vendedor de aquella tabla que «podría ser la auténtica Madonna de Loreto de Rafael», Paquita Lozano tuvo una «estrecha relación». «Venía mucho a Zamora y me llamaba la atención que siempre cogiera un taxi para viajar por la provincia en busca de obras de arte, cuando nosotras no teníamos casi ni zapatillas».

En familia, Jerónimo y sus sobrinas acudían a templos y conventos para negociar la compra de esculturas, pinturas y crucifijos medievales, muy codiciados por aquellas décadas de los treinta y los cuarenta. «Entendía mucho de arte y solía acertar. Él nos decía: "Si esta virgen es gótica, os invito al cine"». Y en efecto, aquella pieza era de factura gótica y la invitación se consumaba.

El destino de aquellas adquisiciones en los pueblos zamoranos era Madrid. «Jerónimo tenía una tienda muy bonita en las galerías Piquer», rememora ahora su sobrina. En efecto, el establecimiento de antigüedades estaba ubicado en el número 35 de la popular calle Ribera de Curtidores, rastro madrileño y zona de ir y venir de todo tipo de objetos. Paquita y sus familiares cogían a menudo el tren para acercarse a la capital española y visitar aquella tienda de la que hoy, más de cuatro décadas después de su cierre, tiene un nítido recuerdo. La zamorana, de 85 años, no recuerda almacén alguno en el que los Martínez cobijaran su prestigiosa colección, pero sí retiene en la mente el hogar en el que se establecían cada vez que iban a Madrid. «Estaba en la calle Alfonso XII, muy céntrica, en lo que hoy es la estación de Atocha», añade.

El negocio marchaba bien y Jerónimo, «muy ordenado», realizaba tratos muy productivos. En enero de 1949, el anticuario zamorano vendió una tabla «Virgen vestido grana» de 32 por 36 centímetros a Juan Escoda Piñol, que el prestigioso comerciante catalán legó a su hijo Antonio. Heredero de aquella magnífica pieza, Antonio busca el origen de la pintura y el análisis de un experto que despeje sus dudas sobre si es o no la original «Virgen del Velo» que Rafael pintó a principios del siglo XVI para la iglesia del Pópolo de Roma. Lo cierto es que la tabla es solo un fragmento de una mayor, en la que aparece en segundo término José y, en primer plano, un Niño Jesús recién nacido que juega con su madre.

«No recuerdo aquella pintura», constata Paquita Lozano, como tampoco recuerda detalle alguno del claustro que, desde los años treinta, su otro tío, Ignacio, levantaba en su domicilio de Ciudad Lineal. Quizá aquellos negocios sobrepasaban el ámbito al que accedía Paquita, que por entonces apenas contaba con veinte años.