El arquitecto y experto en edificios medievales José Miguel Merino de Cáceres ha hecho público un nuevo argumento que apuntala su teoría sobre la falsedad del claustro supuestamente románico que el anticuario zamorano Ignacio Martínez levantó en los años treinta para venderlo como una pieza original en el mercado americano y que el historiador Gerardo Boto redescubrió el pasado verano en una finca privada de Gerona. En un estudio «más profundo» que el publicado en este diario meses atrás, Merino de Cáceres concluye que la galería «está modulada en metros y no en pies», es decir, con un sistema que comenzó a emplearse en el siglo XIX y que no podían conocer los canteros medievales que fabricaban edificios románicos.

La conclusión del arquitecto segoviano llega tras «un profundo estudio» sobre los «fallos» del supuesto claustro románico tanto en las medidas como «en la estereotomía (arte de cortar piedras y maderas)» del conjunto. «He intentado casar las medidas obtenidas a través de fotografías de alta calidad con los antiguos pies medievales para darle una oportunidad a la originalidad del claustro, pero la conclusión es que todo está medido en metros», apunta Merino de Cáceres. Según este informe, «el eje de la columna son dos metros» y «la altura es de 1,60 metros», números que «no casan ni con el pie castellano ni con el leonés».

Además de este criterio, que para Merino de Cáceres «es definitivo», el estudio del arquitecto experto en arte expoliado realiza algunas aseveraciones sorprendentes. Por ejemplo, el claustro «carece de paso al jardín, cuando todas las galerías de este tipo en la Edad Media lo tenían». Además, «el banco estaba hecho para sentarse y es demasiado bajo, no puede estar casi al nivel del suelo como éste», añade el arquitecto.

En cuanto a la estereotomía de la piedra, el autor de un reciente libro sobre el expolio americano del arte español recuerda que la labra medieval se practicaba con instrumentos como el hacha y el trinchante. En este caso, Merino de Cáceres asevera que «lo han realizado con bujarda y han intentado enmascarar las marcas». De hecho, el arquitecto segoviano ya apuntó el pasado verano -cuando el claustro llamó la atención de expertos de todo el país- que la piedra había recibido una suerte de abrasivo para «simular una mayor antigüedad» de lo que él defiende como una construcción moderna. Asimismo, explica que tanto los capiteles como las basas en los extremos «siempre van encastrados con los machones y aquí están superpuestos». Se trata de detalles, en definitiva, que «cualquiera que haya trabajado con claustros se da cuenta que son fallos».

Estas afirmaciones vienen a alimentar la controversia entre los expertos en historia del arte, con la Fundación Santa María la Real a la cabeza, que defienden la autenticidad del conjunto (o de una parte «sustancial» de la galería medieval) y los que reiteran que esta supuesta joya medieval fue «inventada» por el anticuario zamorano Ignacio Martínez para realizar un lucrativo negocio.

Pese a la contundente argumentación que maneja Merino de Cáceres, todavía hay múltiples incógnitas. La principal se deriva del estudio arqueológico de la piedra realizado también por expertos durante una breve visita a la finca privada de Palamós donde se encuentra instalado el conjunto. El profesor Mario Vendrell concluyó que los líquenes existentes en la piedra demuestran que «algunas piezas tienen siglos de antigüedad», tiempo suficiente para la formación de estos organismos. En este punto, Merino de Cáceres afirma que «no voy a negar que pueda haber alguna pieza original, pero todo está tremendamente deteriorado y los líquenes se pueden haber formado en treinta o cuarenta años».

Siguiendo la argumentación del arquitecto segoviano, el comerciante Ignacio Martínez encargó la reproducción de un claustro, posiblemente al arquitecto Ricardo García Guereta, que en los años treinta restauraba la Catedral Vieja de Salamanca. Guereta habría copiado el modelo de San Juan de la Peña, en Huesca, para realizar los dibujos de la galería que finalmente se edificaría en una finca prestada a Martínez en el barrio madrileño de Ciudad Lineal. «Ese claustro nunca estuvo en un monasterio», asevera Merino de Cáceres.

El arquitecto justifica la reproducción en el «gran negocio» que Martínez habría acordado por el célebre hispanista Arthur Byne, principal agente del magnate americano William Randolph Hearst. La familia Ortiz (en la imagen) se encargaría de montar las piezas fabricadas en piedra de Villamayor que iban llegando de la vecina Salamanca. Las leyes de protección del patrimonio y el expolio feroz de las décadas precedencias habían llevado a Martínez a apostar por crear su propio claustro. «Castilla fue un foco atractivo de expolio porque tenía un enorme patrimonio románico, más que en Cataluña y el resto de España, una tierra más fácil para adquirir bienes, quizá por la incultura de sus gentes», añade el segoviano.

La argumentación

Una medida moderna, imposible en el XII

El metro se instituyó como medida universal en el siglo XIX

La familia Ortiz montó un conjunto que llegaba de Salamanca

Aunque en principio aseveró que el claustro media 99 pies, Merino de Cáceres ha realizado un estudio «más profundo» con nuevas fotografías que le llevan a concluir que «está modulado en metros, no en pies medievales».

Sin salida al jardín

El arquitecto apunta, además, que el conjunto carece de salida al jardín, «como tenían todos los claustros».

El banco, «demasiado bajo»

Apunta el arquitecto que el banco del claustro «es demasiado bajo», una pieza que «estaba hecha para sentarse».

Capiteles y basas, superpuestos

Sostiene el informe que tanto los capiteles como las basas que los sostienen «siempre van encastrados en los machones y aquí vemos que están superpuestos». Son «fallos» que «ve cualquiera que haya trabajado con claustros».