Con el buen humor siempre por bandera, el periodista Pedro Simón ha sabido dignificar la enfermedad de Alzheimer en su última obra, donde repasa el día a día de una docena de personajes de la sociedad española que han batallado con esta dolencia que amenaza con el olvido.

-¿Cómo surge este libro, con una temática tan diferente a la de sus obras anteriores?

-Tengo algunos familiares que han sufrido algún tipo de enfermedad mental y era un tema que siempre me ha interesado mucho, como materia prima literaria me parecía que era un tesoro.

-Tras un año de investigación, ¿qué ha aprendido del alzhéimer?

-Lo primero, que no tenemos ni idea de la enfermedad, lo segundo que solo hay dos certezas: que vivimos y morimos y lo tercero, haciendo honor a aquella frase de Chillida, que la gente suele tener por encima el nivel de la dignidad al del miedo cuando afronta un problema de este tipo. Yo lo he comprobado, igual que en la demencia hay espacio para el humor y que los afectos y los abrazos tienen capacidad curativa. Es verdad que no hay una solución para el alzhéimer, pero funcionan los besos y los enfermos reaccionan a esos estímulos para volver otra vez a ti.

-En el libro aparecen muchas personalidades con la enfermedad, ¿quién tuvo más recelos a la hora de abrirle la puerta?

-La familia Suárez, por varios motivos. El principal portavoz de la familia, Adolfo Suárez Illana, está un poco harto de la visión de familia doliente. Su discurso es totalmente diferente y le es doloroso abrir esa puerta. De hecho, no entra mucha gente a ver a su padre a casa.

-¿Y quién le sorprendió más?

-Carmen Conde, la primera mujer en entrar en la Real Academia de la Lengua, una poetisa muy importante de la generación del 27. No sabía cómo llegar a ella y finalmente pude hacerlo a través de la periodista Rosa Villacastín, que era como su ahijada.

-El contrapunto del libro está en la historia de una mujer anónima, Leonor Hernández, ¿con qué intención?

-Cuando estaba terminando el libro vi que se me quedaba un poco cojo, porque quizá los lectores no se sintieran identificados. Si tenemos un familiar con esa enfermedad no tendremos diez cuidadores en casa, como en el caso de Adolfo Suárez, con unos recursos económicos altos. Era importante meter a alguien común para que el libro fuera creíble. Se trata de un matrimonio casi octogenario de un pueblo de Guadalajara y Gonzalo, el marido, es el único que cuida a su mujer a diario. Es conmovedor y dice mucho de la enfermedad real. Me dolió escribir la historia porque forman parte de mi familia, pero era importante, se trataba de la piedra que sujetaba todo el edificio.

-¿Con el libro pretende, de alguna manera, normalizar la enfermedad?

-Tenía la sospecha, que luego he constatado, de que mucha gente necesitaba eso. Había muchos familiares de enfermos a los que les iba a venir bien ver que un tal Maragall, Solé Tura, Chillida o Suárez también han pasado por eso y son enfermos tan dignos como cualquier otro. La gente se sorprendía de ello y en cierto sentido yo notaba cierto alivio en su descubrimiento.

-¿Es positivo entonces sacar a la luz la enfermedad?

-Hay que abrir las ventanas de las casas y contar las historias de los enfermos, tan parecidas y distintas a la vez. Además, debe haber una actitud proactiva de la ciudadanía, saber que, por ejemplo, donando el cerebro se ayuda a la investigación neurológica. Es una misión coral.

-Otro de los objetivos del libro es analizar el lugar que ocupan los mayores en la sociedad.

-Con 41 años tenía la inquietud del tipo de vejez que quiero para mi generación. Y no es la que ahora existe, la que yo veo, unos guetos donde te llevan, totalmente apartado. Se puede intentar ser feliz hasta el final y debe ser un compromiso de la sociedad. Hay que meterle vida a los años y no años a la vida. De ahí nace también el libro, porque hablar de la vejez en el primer mundo es hablar del alzhéimer.

-¿Este compromiso social se complica con la actual crisis?

-Está siendo muy complicado. En muchas residencias públicas el anciano entra cediendo su pensión y ahora muchas familias con sus miembros en paro deben sacar al abuelo y llevarlo a casa para poder vivir todos de su pensión. Además, la crisis también redunda en la falta de recursos o la inexistencia de la ley de la independencia.

-Desde su experiencia profesional, ¿esta crisis está humanizando al periodismo?

-Kapuscinski decía que para ser buen periodista había que ser buena persona, porque para contar bien una historia hay que tener empatía con la otra persona. Si no te entra la historia por la piel, difícilmente vas a saber contarla. Ahí la profesión tiene mil cuentas pendientes y hay que acabar con ese tipo de periodismo que nos está alejando de la gente y se está cargando la profesión. Hay que contar las historias que a la gente realmente les importa, desde qué va a pasar con los mayores en las residencias, por qué ha subido el precio de los tomates o qué futuro tendrán sus hijos. Aquí también está el reto del cambio tecnológico y que los que mandan tengan claro qué tipo de medios quieren hacer. En la decisión que tomen nos va la vida a todos los profesionales.

-¿Tiene algún nuevo proyecto literario en marcha?

-Me estoy dando un respiro, aunque ya hay algún par de ideas. Ahora me dedico a series de reportajes con el tema de la crisis de fondo, porque es el tema más importante ahora mismo.

Madrid, 1971

Madrileño de nacimiento, se denomina con orgullo del Atlético y miembro «de la primera generación de zamoranos no nacidos en Zamora», ya que fue aquí donde se crió. Licenciado en Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid, ha trabajado en distintos medios, entre ellos LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA. También ha tenido columnas de opinión en la revista Yo Dona (La costilla de Eva) y El Mundo (Con pies de barrio). En la actualidad trabaja en este periódico, compaginándolo con un blog, A simple vista, en su edición digital. «Memorias del Alzheimer» es su tercer libro tras «Buenos días: tengo una exclusiva» y «La vida, un slalon», sobre Paco Fernández Ochoa.