Con el inicio de los años ochenta, un nutrido grupo de jóvenes universitarios con diferentes inquietudes en el campo de la cultura, de la poesía, las artes escénicas, el pensamiento? nos acercábamos a la casa-finca de Agustín García Calvo en la calle Diego de Losada aprovechando los fines de semana recién llegado el maestro en tren desde Madrid, donde impartía de manera magistral sus clases en aquellas aulas de la Universidad Complutense, dando lo mejor de sí mismo y reinventándose a cada paso y a cada gesto.

En aquel grupo de amigos estaba también el escritor Jesús Ferrero que acababa de obtener ese año un importante premio con su obra «Bélver Yin», y estuvo por entonces un año viviendo en esta Ciudad del Romancero y de Valorio, escribiendo aquel su segundo libro «Ópium», cito a este autor también zamorano, porque hace unos meses era él quien me comentaba su encuentro fortuito en París con Agustín e Isabel, y que el filósofo sabía que sería la última vez que visitaba aquella ciudad del eterno mayo del 68 que le dejó la impronta hasta en su manera de actuar y de vestir con sus fulares y sus zapatos de plataforma y sus bigotes y coleta y su morral de cuero usado lleno de libros?

De Agustín García Calvo yo resaltaría, quizá y pese a haber sido galardonado con el Premio Nacional de Traducción, su labor más callada y la que para mí cobra buena importancia dentro de su amplio corpus bibliográfico, me estoy refiriendo a ese trabajo de orfebrería que es la traducción y la traducción de los clásicos, de la que sin duda es el mejor de los maestros, pero también de las que se ha dicho en varias ocasiones que las más espléndidas versiones rítmicas de Shakespeare, su «Macbeth» y el «Sueño de una noche de verano», son las que el «socrático zamorano» llevó a la escena del papel y de la vida.

Me queda una duda, no sé si este hombre sabio y estrafalario también en su luminoso y a la vez oscuro, por hermético pensamiento, hubiera elegido una habitación de hospital para morir el día de Todos los Santos, o por el contrario hubiera preferido morir en cualquier foro o plaza actuando y debatiendo «su antitodo» y «su no a todo» incluso a esa gilipollez que es morir.