En la agenda del Ateneo de Madrid está prevista la charla, una más, de Agustín García Calvo el próximo miércoles. El filósofo, poeta y ensayista zamorano no podrá acudir esta vez, aunque su delicado estado de salud no fue impedimento hasta ayer para cumplir con su cita habitual en la capital, donde exprimió todas sus energías en alentar al «pueblo» contra «los de arriba», el poder establecido, el Estado, «al servicio del Dios de este tiempo: el dinero».

El pensador zamorano «fue muchas cosas», apuntan con razón quienes compartieron su amistad, un recital o simplemente una charla. Su biografía reúne multitud de trabajos como poeta, filólogo, traductor y, sobre todo, filósofo. Una carrera que coronó con tres premios nacionales y que despidió, megáfono en mano, entre los jóvenes de la Puerta del Sol o de las calles zamoranas lanzando consignas de rebeldía ante un movimiento, el de los indignados, que rejuveneció su espíritu en la última curva de su vida. Sin embargo, siempre vivió de espaldas al reconocimiento público, fue un «olvidado» por voluntad propia.

García Calvo (1926) comenzó a rellenar un polifacético y dilatado currículo en la Universidad de Salamanca, donde se doctoró en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca con la tesis «Prosodia y métrica antiguas». Fue, asimismo, catedrático de instituto y profesor de latín antes de ingresar en la Universidad de Salamanca como profesor adjunto y de allí se trasladó a Sevilla.

En pleno desarrollo del régimen franquista, el filósofo zamorano vivió una etapa fundamental de su vida en la Universidad Complutense de Madrid, en la que ingresó en 1964. Su participación en reuniones «no pacíficas» le costó un exilio que, aunque voluntario, le separó del país en el que había desarrollado su pensamiento. No fue el único. Enrique Tierno Galván y José Luis López-Aranguren fueron perseguidos por el Gobierno franquista como parte de las revueltas estudiantiles de febrero de 1965.

«Don Agustín García Calvo, condenado a seis meses y un día de prisión», rezaba una información del «ABC» del momento. El diario reflejaba que el poeta había sido acusado como «presunto autor de un delito de reunión no pacífica y otro de apología del delito», aunque del segundo fue finalmente absuelto. Aquella «grave falta» consistió en «dirigir la palabra a unos setecientos estudiantes incitándoles a que no acudieran a los exámenes en protesta por las pretendidas representaciones académicas».

Cuatro años más tarde, el pensador se trasladó voluntariamente a París para vivir un exilio de ocho años en los que ejerció como docente en las universidades de Nanterre (París) y Lille. En el país vecino sigue cultivando su actitud rebelde, que podría seguir poniendo en práctica de regreso en 1975 con la anulación su decreto de expulsión. Recuperó su cátedra de Filología Clásica en la complutense hasta su jubilación, estrenada la década de los noventa.

Fue en esta época cuando a García Calvo le llegaron los reconocimientos, aunque también los disgustos. En 1993, Hacienda le reclama diez millones de pesetas después de confesar el autor zamorano con orgullo no haber hecho la declaración de la renta en su vida. Su razonamiento es demoledor: «El Gobierno quiere recaudar impuestos no para resolver problemas, sino para convertir a los ciudadanos en contables». Carente de dinero «ni ahorros», García Calvo pidió ayuda pública para hacer frente a la deuda en una original maniobra que los medios no dudaron en recoger.

Poco antes, en 1990, el zamorano había recibido de manos de la Dirección General del Libro y Bibliotecas el Premio Nacional de Ensayo por su obra «Hablando de lo que habla: Estudios de lenguaje». García Calvo se imponía a finalistas como María Zambrano o Julio Caro Baroja. A sus 64 años, opinaba que «siempre he trabajado en los márgenes de la cultura oficial porque en las altas esferas se practica la ignorancia forzada» y añadía que en el jurado del premio «se ha podido colar un lector de mi obra». Más tarde llegarían los premios nacionales de Literatura Dramática (1999) y labor de traducción (2006).

Profundamente crítico con la televisión, García Calvo defendió con ahínco el lenguaje en numerosas, profundas y reconocidas obras. Su producción literaria, prolífica, incluye obras como «Canciones y soliloquios», «Valorio 42 veces» o «Ramo de romances y baladas». Sus ensayos («¿Qué es el estado?», «Contra el tiempo», «De Dios») tuvieron una amplia repercusión. También cultivó el teatro («Iliu Persis», «Ismena»). Incansable, últimamente incluso ponía música a sus propias creaciones.