Solo unos privilegiados tienen vida eterna. El cuerpo vuelve adonde salió, a la tierra, pero la obra vuela y se posa en la inmortalidad y por allí navega sin límites ni caminos. José Blas Vega se desprendió ayer del cuerpo y puso en el escaparate su legado que ha ido creciendo en casi medio siglo. Su obra tiene un valor trascendental en el devenir del flamenco, es la historia de una forma de vida singular. El escritor y estudioso madrileño ha conseguido que el cante jondo pase de las tabernas a los teatros, de los cuchitriles de mala muerte a los parques públicos, de los bares de pueblo al Broadway de Nueva York. Enamorado de Zamora, sus cenizas reposarán para siempre en el patio de Morales del Vino que lleva su nombre.

Expresó su voluntad hace tiempo: vivir sin miedo a la muerte en su segunda tierra, la Zamora que lo agasajó y le dio un cariño sin contraprestaciones. Vivir junto a sus amigos de la peña flamenca, pegado a los cantaores que todos lo veranos hacen temblar de emoción los cimientos de la Tierra del Vino. Allí reposarán sus cenizas, en el Patio del flamencólogo José Blas Vega. No hay mejor sitio para vivir eternamente que la casa de uno. Así lo han entendido también Maritere, su esposa, y José Manuel y María José, sus hijos.

El traslado de sus cenizas se hará cuando se levante el túmulo que ya tiene diseño y que, cómo no, tendrá firma zamorana.

Blas Vega fue homenajeado en el verano de 2009 en el V Festival Flamenco Tierra del Vino de Morales, un reconocimiento de ley para quien ha reunido una obra inmensa, que se inició en 1963 con la publicación de «Los machos» de Pedro Lacambra en «Dígame» y culminó en 2008 con la edición de «50 años de flamencología». En medio, 24 libros y un corpus de artículos que se han convertido en el «biblia» para aficionados y artistas.

Su legado abruma: más de 300 volúmenes, con un aparte genial, la «Magna Antología del Cante Flamenco» (Premio Nacional de la Cátedra de Flamencología y Premio Nacional del Ministerio de Cultura). Con sus «Grabaciones Históricas del Flamenco» obtuvo un gran reconocimiento, y ahí queda como obra de consulta imprescindible el «Diccionario Enciclopédico ilustrado del Flamenco».

Su legado ha servido para despojar al cante de una imagen negativa, manchada en la taberna, y le ha dado un merecido tratamiento cultural. Teórico muy reflexivo -el más grande, aquí no hay discusiones- tuvo muchos oficios: investigador, bibliófilo, folclorista y productor discográfico. Todos encaminados a lo mismo, a dignificar un arte que vivía oculto en la viscosidad del barro.

Serio, cabal, tímido, elegante; hombre de su tiempo y amante de la vida, investigó todo lo investigable. Siempre metido entre papeles, oliendo a tinta rancia y a pensamientos. Comedido en sus gustos, siempre reconoció a Antonio Chacón como el auténtico «revolucionario»: «Dio categoría y sentó las bases actuales, de las que todo el mundo ha bebido y transformó los estilos, la forma de interpretar, la imagen del cantaor», reflexionó en las páginas de este periódico.

Durante quince años estuvo al frente del Departamento de Folclore de Hispavox. Escritor e investigador. Trabajador sin horario, que consiguió poner la raya: hasta aquí hemos llegado. Sus sentencias son ley: «Hoy en día el flamenco tiene reconocimiento universal. Se ha cerrado una etapa histórica, clásica, en la cual se fortaleció. En este sentido ha jugado un papel importante la discografía que ha permitido la recuperación musical de toda la historia del flamenco desde la mitad del siglo XIX. Además gracias a los soportes tecnológicos actuales, es posible que pueda llegar a un mayor número de público y en consecuencia los artistas tienen una necesidad de crear canalizando el flamenco clásico con ritmos más actuales» (José Blas Vega, dixit).

De la enciclopédica obra de Blas Vega beben -y van a beber muchos años-todos aquellos que quieran conocer el alma de este arte. En su pensamiento está todo: el fondo y la forma. Así entendía él la evolución: «La imagen del flamenco ha evolucionado a través del tiempo. Estética y gráficamente, vemos unas actitudes, unos gestos, una vestimenta de ese arte en cada época, tanto en el siglo XIX como en el XX. Hay unos cambios, que producen algunos artistas, como es el caso de Chacón. Impuso una indumentaria señorial al cantar, porque antiguamente se salía con una varita marcando los compases y los tiempos para medir los cantes. Esa imagen, del pantalón ajustado y de la varita, fue desapareciendo cuando el intérprete sintió la necesidad de levantarse, de cantar de pie; eso ocurre a partir de los años veinte. Después ha tenido otra indumentaria más informal. Actualmente no hay un patrón. Cada cual se viste y se mueve como quiere en el escenario».

Siempre defendió el papel de la mujer en el flamenco: «La mujer se hizo imprescindible porque el flamenco entró en sociedad, en buena parte, a través de ella; sobre todo del baile».

José Blas Vega siempre defendió que el arte del cante «grande» está pegado a los sentimientos, a lo que más importa al hombre y la mujer. Las letras, que se ajustan a los palos como el grano de trigo a las espigas, airean lo que está debajo de la fachada: el dolor, la alegría, la muerte, el amor, el odio; palabras mayores que mueven el mundo. El cantaor transmite emociones por su manera de interpretar, pero también porque dice lo que importa, lo que sale a relucir en forma de grito desgarrado y se clava en lo más profundo, aquello que se esconde en los rincones de las entretelas de la entraña.

Ayer murió el cantor del flamenco, quien más ha hecho por un arte que vivió muchos años sin exegetas y sin mentores. Hasta que llegó él. José Blas Vega se ha ido a escuchar a solas a los genios: Antonio Mairena, Manuel Torre, Silverio, Caracol, Menese, Camarón... Es el «escuchante» más ilustrado.