Próxima parada: los capiteles. La inspiración de la escuela de Santo Domingo de Silos (Burgos) queda clara en la iconografía. Sin embargo Boto, que piensa que una parte de los capiteles son verdaderos, se centra en otros cuyo estilo es diferente. Dos de ellos muestran la impronta del entorno de Aguilar de Campoo. En las fotografías del Archivo Moreno se pueden consultar cuidadosamente fotografiados. En el primero de ellos aparece el juez Sansón abriendo la mandíbula de un león. En el segundo, varios grifos (una mezcla de león y águila) pican racimos de uvas. «Las fotos de las iglesias donde están estos modelos no se conocían en 1931», razona Boto, quien deduce que «solo un escultor antiguo, que manejaba los libros de modelos de la época, pudo hacerlos».

En el resto de capiteles (los de estilo silense) pudo ser el propio Moreno quien facilitara las imágenes del claustro de Santo Domingo de Silos como inspiración para el cantero, que no solo podía plagiarlos sino «variarlos» para que se acomodaran al claustro que estaba en ciernes. Incluso Arthur Byne, colaborador del anticuario zamorano Ignacio Martínez, pudo entregar imágenes que él mismo había tomado para el libro que su mujer Mildred Stapley publicó sobre la escultura en los capiteles españoles.

A partir de ahí, al «redescubridor» del conjunto de Mas del Vent piensa que «inventar» un claustro de la nada es «inviable» como operación comercial. Entre otras cosas, porque la colaboración entre Ignacio Martínez y Arthur Byne se limitó siempre a ventas «de entre 50.000 y 100.000 pesetas». «Hacer la obra de nuevo es carísimo, la cantidad de metros cúbicos de piedra, el transporte y las decenas de canteros que hay que pagar costarían centenares de miles de pesetas», razona. ¿Tendría Martínez tal liquidez?

Precisamente, ahí radica la clave de este enigma. Ni siquiera el profesor José Miguel Merino de Cáceres, que ha argumentado con solidez la hipótesis de la reproducción paso por paso, sabe responder a la pregunta más difícil. ¿Por qué acometería Ignacio Martínez una operación de dudosa rentabilidad comercial? Al riesgo del negocio hay que sumar la prohibición americana de importar a aquel país obras falsas, una imitación que debería además convencer a un cliente nuevo. Hearst había dejado de comprar claustros en aquella época.

Por su parte, Boto se atreve a responder otra de las grandes incógnitas. ¿Por qué volvió a montar Martínez las galerías en lugar de embalarlas y transportarlas como era el método habitual? «Martínez y Byne no tenían aún un comprador, por eso completaron el claustro y lo fotografiaron para seducir a un futuro cliente», explica. Y por último, según razona el profesor leonés, «no consta en la historia de los falsificadores que un imitador se fotografiara junto a su obra». Lo dice en referencia a la fotografía de los años treinta en la que Martínez aparece «sacando pecho» junto a su claustro.

Falta preguntar a Boto por su propia prueba de autenticidad. «Mi drama es que no sé encontrar el monasterio del que procede el claustro». Por eso habrá que esperar a que los análisis de la piedra aclaren la procedencia de las piezas.

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