Ayer, en el Juzgado de lo Penal fue más noticia el personaje que el delito. Ante el magistrado de apoyo se presentó una de las más conocidas ladronas de carteras en el Hospital Virgen de la Concha. Durante años de aplicación numerosas carteras de pacientes y visitantes pasaron por sus audaces e insaciables manos. Nadie creería que mujer tan pequeña y enjuta hubiera llegado a convertirse en la pesadilla de los guardas de seguridad del Clínico, incapaces de echarle el guante. Antes de que la droga consumiera su pequeño cuerpo la mujer, que ayer fue condenada a otros seis meses más de prisión por hurtar 430 euros de la caja registradora de un taller mecánico, tenía un aspecto estiloso, siempre vestida con ropa de marca. Un disfraz perfecto para entrar en el Hospital sin que nadie pudiera dudar de que fuera a visitar a algún familiar ni sospechar cuál era su verdadera «profesión».

La cárcel de Mansilla de las Mulas es su último destino tras años de delincuencia, tantos que la Fiscalía conoce de largo los múltiples delitos en los que se ha visto implicada: robos y hurtos, y por los que ha acumulado meses y meses de prisión, tantos que finalmente ha acabado recluida.

Ayer acudió, esposada, a otro de los múltiples juicios protagonizados. Lo hizo resuelta. Demostró el desparpajo ante el juez que solo puede dar un amplio currículum de «entradas y salidas» en prisión. Al magistrado se dirigió con absoluta desenvoltura, sin contar con su abogado de oficio, y lo hizo, cual letrada, para declarar que «nos interesaría que se me tuviera en cuenta el artículo 100.4», su intención es «salir -de la cárcel- a un centro». Después se supo que era un centro de rehabilitación, en concreto Proyecto Hombre, para completar su recuperación como toxicómana. Actualmente, explicó, está en el módulo terapéutico de Mansilla «porque lo que quiero es la reinserción». A los seis meses que todavía le quedaban para salir en libertad se le suma ahora otro medio año, el impuesto ayer por un robo que inicialmente negó. Esta vez las cámaras de seguridad le jugaron una mala pasada.

Y de vuelta a Mansilla, un cafetito con leche recién sacado de la máquina de la Audiencia y un bollo. «Toma, no te vayas a marear por el camino», le dijo la guardia civil que le conducía al furgón. Y otro, «No te vayas a caer ahí dentro».