Convencido de que Juan el Bautista es el verdadero Mesías, el rey Herodes manda a sus soldados al templo para que acaben con su vida. Pero allí solo se encuentra su padre Zacarías, quien oculta el paradero del pequeño, huido a las montañas con su madre Isabel. Iracundo, el rey de Judea ordena a uno de sus esbirros dar muerte a Zacarías. El mártir eligió uno de los muros de la sacristía de la iglesia de Santa María la Nueva para inmortalizar su castigo, del que no existe referencia alguna en todo el país. Esta es la arriesgada apuesta del historiador Sergio Pérez, quien expondrá su novedosa teoría esta tarde en el Museo de Zamora (20.00 horas) en el cierre de los «Jueves Románicos», las conferencias organizadas por el programa cultural Zamora Románica.

La original interpretación se refiere a una de las escenas del ciclo de las pinturas góticas del templo dedicadas a la Natividad de Jesús. En ella, un sayón romano levanta una especie de hacha con la intención de cortarle la cabeza a Zacarías, arrodillado y entregado. Nadie sabe por qué hasta la fecha se había concebido esta escena como san José matando a una de las parteras que asistió a la Virgen. «Es una secuencia que no existe», aclara Sergio Pérez, quien ha encontrado en los evangelios apócrifos -no aceptados por la Iglesia- las fuentes para identificar el martirio del padre de san Juan.

Sin embargo, en la originalidad de esta concepción también radica un enorme riesgo. No existe referencia alguna en todo el país de esta representación, «al menos que sepamos», puntualiza el historiador. Pero sí unas pocas en lugares remotos del continente. Buceando en la bibliografía sobre pinturas medievales, el equipo de «Zamora Románica» contactó con el conservador de manuscritos griegos de la Biblioteca Nacional de Francia. Cristhian Fösrstel les remitió varias imágenes extraídas de un manuscrito que ayudan a identificar el «martirio zamorano» de Zacarías. Ajenos al bullicio del viejo continente, otros dos ejemplos más viven un sueño eterno en un monasterio serbio y en una recóndita iglesia de la caprichosa Capadocia turca.

La secuencia apócrifa es solo una de las muchas sorpresas que esconden las pinturas murales de la sacristía de Santa María la Nueva, sometida a una profunda recuperación en los últimos tres años. Se conocían, sí, pero habían pasado desapercibidas hasta la fecha. Realizada en el ecuador del siglo XIV, la obra completa se divide en tres ciclos, que recogen de manera cronológica la vida de la Virgen, la infancia de Jesús y el preludio de la Pasión.

La restauración, realizada en 2010, consistió en la reintegración de las pinturas con tintas planas de un tono más bajo para diferenciar los añadidos de las pinceladas originales del autor. El trabajo de recuperación permitió visualizar con mayor nitidez las secuencias, que el historiador Sergio Pérez ha podido identificar con la ayuda del Protoevangelio de Santiago y del Pseudo Mateo, dos de los textos que la Iglesia cristiana decidió enterrar en el Concilio de Nicea del año 325. «La utilización de los evangelios apócrifos no estaba mal vista en la Edad Media, de hecho eran una fuente habitual para los pintores porque poseían una información mucho más rica», explica el experto.

En cuanto a ese primer ciclo cronológico, además del martirio de san Zacarías, el equipo del programa cultural destaca como «rareza iconográfica» la escena que relata la Visitación, el encuentro de María con su prima Isabel. «En la parte derecha aparece la puerta de una muralla, una confusión del pintor que representa parte de otro episodio, el abrazo en la puerta dorada, que relata el encuentro de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen», aclara Sergio Pérez.

La secuencia del llamado «milagro de las mieses» aparece en la parte inferior de la sacristía del templo, dedicado a la infancia de Jesús. En plena huida a Egipto, el Mesías procura el crecimiento instantáneo de trigo en varios campos que acaban de ser sembrados. Cuando los soldados de Herodes se topan con los cultivos, el agricultor reconoce que ha visto a Jesús durante la siembra. Confundidos, los esbirros romanos sitúan la huida muchos meses atrás y desisten.

Por último, el tercer momento de las pinturas corona la bóveda de la sacristía. Es el preludio de la Pasión. Allí, un gran mural retrata la Última Cena. Del lógico deterioro por el paso de los siglos solo han sobrevivido dos personajes evangélicos. Uno es San Juan, recostado sobre los brazos de Jesús. El otro es Judas, que acaba de consumar su traición.