Como una piña, haciéndose notar por las principales calles lisboetas, los 24 grupos que este año participaron en el VII Festival Internacional de la Máscara Ibérica reivindicaron su identidad común en un desfile que llenó el centro de la capital lusa. Un gesto más de su implicación en el proyecto común de conseguir que la Unesco nombre a las mascaradas ibéricas Patrimonio Cultural Inmaterial.

La representación de Zamora corría este año a cargo de siete grupos que reivindicaron la necesidad de que los más jóvenes se impliquen en estas tradiciones para que estas localidades no pierdan unas costumbres que se remontan ya a varios siglos atrás y que significan una de las grandes fiestas invernales en la provincia.

Los grupos tomaron las calles en una tarde donde el típico calor lisboeta no amedrentó al público para acercarse a disfrutar de este compendio de singulares tradiciones. Así, el Caballico de la localidad zamorana de Villarino Tras la Sierra no paró de menear su larga cola infringiendo su particular castigo en las piernas de los espectadores, mientras que los boteiros gallegos de Viana do Bolo ponían el ritmo al desfile con su atronador retumbar de tambores que, a más de uno, hizo sangrar los nudillos. Un dolor al que están acostumbrados y que no les impidió perder el ritmo en la hora larga de recorrido.

Los miembros de la Filandorra de Ferreras de Arriba, una de las mascaradas más antiguas, se mostraban encantada de poder volver a visitar Lisboa y algunos integrantes de la Vaquilla y los Cencerros de Palacios del Pan corroboraban que no es cierto aquel dicho de que «lo que quita el frío, quita el calor», abanicándose incluso antes de comenzar el desfile. Otros, como los reises de Valledor, sofocaban las altas temperaturas escanciando sidra, como buenos asturianos.

La Vaca Antrueja, de Pereruela, que por primera vez la escenificaban mujeres en esta edición de Lisboa, y la Vaca Bayona, de Almeida de Sayago, tampoco se quisieron perder esta cita anual. Los encargados de poner color a la comparsa fueron, entre otros, los Carnavales de Villanueva de Valrojo, con sus vistosos trajes y cintas en los gorros. Ellos, como tantos otros, también «castigaban» a los transeúntes, sobre todo al sector femenino, con sus látigos, mientras hacían sonar los cencerros que portaban en la cintura. El Atenazador, de San Vicente de la Cabeza, seguía sus pasos, con trajes más sobrios de pana y los rostros totalmente tiznados, cerrando así la participación zamorana en este desfile que arrancó de la plaza del Municipio para confundirse entre las terrazas de la rúa Augusta y los tranvías que atravesaban el recorrido, que finalizó en la plaza del Rossio.

Precisamente allí, desde el miércoles y hasta hoy, se podía visitar la Muestras de las Regiones, un mercado intercultural en el que se mezclan artesanía y gastronomía de todos los participantes en este festival. El Patronato de Turismo de Zamora acudió con doce productos que tienen su figura de calidad reconocida, como son los caldos de Valles de Benavente, Arribes, Toro y Tierra del Vino, el chorizo y queso zamoranos, el lechazo, la ternera de Aliste, la harina tradicional zamorana, el pimiento de Fresno y Benavente o las setas de Castilla y León. Los consejos reguladores de algunos de estos productos donaron altruistamente una selección para que los lisboetas pudieran apreciar, a través de diferentes degustaciones, lo mejor de la gastronomía de la vecina Zamora, a la que también se les invitó a visitar en un segundo expositor donde se les explicaba los distintos destinos de la provincia.