«Es una historia de emigrantes diferente a la de otros zamoranos». Así reconoce la particularidad de su biografía José Manuel Cubero Rivero, un zamorano que realizó viajes de ida y vuelta por el Atlántico hasta asentarse en definitivamente en Venezuela con 19 años.

Nacido en noviembre de 1953 en Fermoselle, su padre, Bienvenido Cubero Cortés, buscando el progreso de la familia, se enteró por un amigo que Venezuela era un buen destino. Con cuatro hijos al cargo, en el invierno de 1954 viajaron a Barcelona. «Mientras mi padre cogió el barco para el puerto de La Guaira, en Venezuela, el resto de la familia nos quedamos en España por un tiempo», rememora José Manuel. Un tiempo que para él, el pequeño por entonces de los hermanos, y su madre, Purificación Rivero, fue breve, ya que en 1956 viajaron para reunirse con su padre. «Vivíamos en Los Teques, en el estado de Miranda, y el resto de mis hermanos se nos unieron un año después. Mi padre, rápidamente, se abrió paso siendo contratado en la empresa de Teléfonos de Venezuela, haciendo los tendidos, porque entonces se comenzaban las comunicaciones en el país», relata.

Pero el destino quiso que la familia se tuviera que volver a separar, ya con un miembro más. «La situación política en Venezuela se complicó y tras las protestas y el derrocamiento de Pérez Jiménez mi padre decidió enviarnos de vuelta a España en el invierno de 1959, mientras él se quedaba allí», continúa.

Eso significó el regreso de José Antonio a su tierra, Fermoselle, de la que pudo disfrutar durante sus años de juventud. «Por eso la recuerdo tan bien», reconoce. Una nueva emigración en la familia se produjo en los años setenta, cuando su padre llamó a los hermanos mayores para dedicarse a diferentes actividades económicas, mientras los menores continuaron con su madre en el pueblo. Finalmente, sería 1972, tras su paso por colegios salmantinos para completar su formación, cuando la familia se pudo reunir de nuevo y definitivamente en Venezuela.

Tras estudiar Medicina en la Universidad de Carabobo, conoció a su esposa, Saada, con quien se casó en 1978. «Es una excelente compañera de fatigas», afirma con orgullo. El mismo que siente de sus tres hijas, Saada, Verónica y Sandra, «todas ellas profesionales», subraya.

A pesar de la distancia, asegura sentirse «zamorano y representante de mi tierra natal allí donde me encuentre. Cuando tengo que realizar alguna gestión o trámite en el consulado, siempre hablo de mi tierra, pues pasé toda mi infancia y adolescencia allí y la conozco bien, al igual que a sus gentes».

En Fermoselle vive su hermano Antonio, mecánico de profesión y el único que regresó a España. El resto, María del Carmen, Francisco, Bienvenido y Emilia, residen al otro lado del Atlántico. «Después de tanto tiempo en esta "tierra de gracia" estoy totalmente integrado en ella, aunque ya no tenga tanta gracia. Tengo una gran familia y estamos luchando como siempre por sobrevivir a las circunstancias que se nos presentan cada día», apunta.

Se puede considerar un emigrante afortunado, porque viaja con cierta asiduidad a Fermoselle. «Recientemente estuve en noviembre, solo unos días, recorriendo otros lugares y ciudades de España». Una visita que también aprovecha para honrar la tumba de sus padres, Bienvenido y Purificación. «Cuando voy a Fermoselle visito a mi familia y a algunos amigos. Todos me conocen, pero yo ya conozco a pocos», admite. Su próxima visita será en durante las fiestas del pueblo, que reúne a muchos emigrantes, aunque su ilusión es poder visitar alguna vez Fermoselle en tiempos de vendimia.