Si el fenómeno de la revisión de la vida existe -las imágenes que supuestamente el cerebro repasa antes de morir- Santiago García Calles tenía varias reservadas para la tragedia del Órbigo. 10 de abril de 1979. Aquella experiencia que comenzó un desagradable Martes Santo, y que vivió como secretario del gobernador civil Joaquín Argote, marcaría su vida. El ex jefe de la Unidad de Protección Civil falleció ayer a los 59 años. «Era un buen profesional, una persona aún mejor», coinciden en definirlo quienes mejor le conocieron, compañeros de mil batallas en la provincia. Su funeral tiene lugar en la mañana de hoy (11.00 horas) en la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes.

Uno de aquellos colegas es Lucas Carracedo, con quien compartió la Residencia de los Jesuitas. Con el paso de los años, Carracedo ingresó en el Cuerpo de Bomberos y llegó a la dirección, mientras García Calles era nombrado jefe de la Unidad de Protección Civil. «Era un profesional que siempre estaba en su sitio, incansable. Podías llamarlo a las tres de la mañana y estaba ahí», reconoce el ex responsable de los bomberos. De aquellos años, recuerda una de las actuaciones más complejas. «Fue un incendio en la sierra de la Culebra. Tuvo que intervenir incluso el Ejército. Pasamos varios días en el albergue de Villardeciervos y guardo el mejor recuerdo», rememora.

Gobernador civil entre 1989 y 1994, Ángel Gavilán asistía ayer perplejo a la noticia del fallecimiento. «Yo lo nombré jefe de la Unidad de Protección Civil», asume. «Me dijeron que venía de la UCD y yo era socialista, pero me pareció muy majo y su desempeño fue magnífico. Era extraordinario como persona y como profesional», revela Gavilán. Tanta era la confianza que se ganó García Calles que el gobernador civil de aquel momento le confiaba los asuntos más escabrosos. Eran otros tiempos, los medios escaseaban y el Gobierno Civil no daba abasto para asumir sus competencias. «Lo que tú digas, Santiago», zanjaba. El ex gobernador recuerda que «despachábamos muchísimo, tanto en la oficina como en bar Serafín, que era mi segunda casa».

Este zamorano natural de Pereruela ya se había granjeado una reputación inmaculada en el servicio. Pero Santiago García Calles tenía dos vidas. La segunda comenzó a los 26 años, cuando la Guardia Civil llamó al gobernador Joaquín Argote y le comunicó que un autobús de escolares se había precipitado al río Órbigo en el puente de Santa Cristina de la Polvorosa.

10 de abril de 1979. Quince minutos más tarde de aquella llamada, Argote y su secretario, un joven García Calles, estaban organizando las tareas de rescate de aquel Martes Santo endiablado que se llevó la vida de 49 personas, 45 de ellas, niños del colegio Vista Alegre de Vigo.

Para seguir las labores de salvamento -con el autobús siniestrado en el fondo de un crecido Órbigo- el gobernador y su secretario instalaron en las orillas una caravana en la que pasaron varios días. Allí, García Calles recibía las llamadas de Sus Majestades los Reyes, que se interesaban cada día por la suerte de los escolares.

La falta de medios y las trabas para organizar las funciones de salvamento marcaron tanto a García Calles, que aquel Martes Santo decidió volcarse en el servicio de Protección Civil. Más adelante, con una realidad distinta y en un país más maduro, impulsaría las agrupaciones de voluntarios para atender a los demás.

La historia del Órbigo la ha contado una y mil veces. Con dolor y con pasión. De una manera sincera y humilde. La última vez que lo hizo en este diario, García Calles regresó a aquel Martes Santo una vez más. ¿El tiempo lo cura todo? «Cura bastante, pero todo no. He estado muchos años soñando que ayudaba a los buceadores a sacar a los niños, aunque nunca llegué a hacer esa tarea en el río. Tengo grabadas todas esas caras. No he podido olvidarlas», respondía. Quizá ahora, Santiago haya vuelto para ayudar a aquellos niños.