De visita para inspeccionar la evolución de los trabajos en el retablo renacentista de San Antolín, los restauradores vallisoletanos Iván López y Diana Álvarez ordenaron una serie de conclusiones sobre las múltiples intervenciones que han dirigido en los edificios de la capital a través del plan Zamora Románica y la única que han ejecutado ellas mismas en la ermita de Los Remedios, las excelentes pinturas barrocas que adornan sus pechinas. Profundizando sobre los agentes de deterioro de un legado zamorano que ha evolucionado con los siglos, estos expertos sitúan factores universales -como las filtraciones de agua en los edificios- junto a otros más localizados, como la fragilidad de la piedra arenisca zamorana o las abundantes nieblas invernales. Ante esto, alaban la aplicación de planes conjuntos de actuación como el que la Junta de Castilla y León financia en Zamora, que les ha permitido dirigir trabajos como las restauraciones de la pila bautismal de Santa María, el sepulcro del abad Franco Ribera en el Espíritu Santo o el de la familia Ayala en San Ildefonso.

t Dañinas filtraciones. Tal y como apunta este grupo de restauradores, la mayor parte de los problemas en los edificios vienen derivados de filtraciones y humedades que se producen en los edificios con el paso de los años. Como muestra más evidente del trabajo desempeñado en Zamora, citan la recuperación de la pila bautismal de Santa María la Nueva, una pieza con forma de vaso troncocónico y raro ejemplo en toda la provincia. «El principal problema que encontramos fue la humedad que entraba en la pila a través del suelo y que la había deteriorado por completo», explica Iván López.

A través de una grúa, la pila fue levantada de su lugar original para recibir un tratamiento de resina, ahora «imperceptible», pero que «ha solucionado el problema». A lo largo de diferentes intervenciones, el programa Zamora Románica ha solucionado problemas de filtraciones en las estructuras de iglesias como San Antolín o San Cipriano.

t La arenisca de Zamora. La hornada de iglesias románicas que se construyeron entre los siglos XI y XIII en la capital encontraron la materia prima en varias canteras cercanas. Se trataba de piedra arenisca, similar a la que ha popularizado Salamanca en buena parte de sus edificios, pero algo más gruesa. «Cuando la piedra se extrae de su lugar natural, la cantera, inicia un lento proceso de deterioro y se altera fácilmente», razona Diana Álvarez. La muestra más evidente de este proceso se encuentra en uno de los muros exteriores de San Cipriano. Allí, los relieves exportados quizá del templo de San Andrés en el siglo XVI fueron conservados sin mayor problema hasta hace tres décadas gracias al amparo de una cubierta. Hoy, esos relieves han tenido que ser tratados ya que se hubieran desprendido al solo contacto de un dedo. «En la arenisca, se nota más la degradación», añaden los técnicos vallisoletanos.

t Las nieblas, un clásico.

La niebla «es agua en el ambiente» y en Zamora la temporada de este fenómeno meteorológico es conocida por su amplia vigencia invernal. Uno de los problemas serios que afronta la piedra de los edificios románicos es consecuencia de los cambios bruscos de temperaturas. «Cuando el agua penetra y se congela por efecto de las bajas temperaturas, la piedra se acaba reventando», exponen los restauradores.

t Escasa contaminación. El privilegiado emplazamiento de los edificios medievales -la mayoría en el casco histórico- ha permitido salvaguardarlos de otro agente nocivo, como es la contaminación ambiental. El lógico efecto de las partículas que desprenden los vehículos, por ejemplo, es el oscurecimiento de los muros, con casos muy evidentes en grandes ciudades cuyas catedrales han sido sometidas a procesos de restauración al hallarse completamente ennegrecidas. Uno de los pocos casos que se han identificado en Zamora es la iglesia de San Esteban, emplazada en un área de constante tráfico de vehículos. Como paradoja, la ausencia de contaminación ha hecho que proliferen en algunas iglesias algún tipo de vegetación como los líquenes, «la suma de humedad y de sombras», que afecta a casos muy concretos como San Cipriano.

t Las plagas. La piedra ha resistido a paso de los siglos, pero más complicado lo han tenido los elementos fabricados en madera, que encuentran en la carcoma -una especie de insecto que penetra en el interior de artesonados y retablos- el principal enemigo. El caso más pronunciado es el que afecta a la antigua armadura de Santa María la Nueva, cuyos restos policromados se hallaron en el interior de la cubierta durante los trabajos de reparación. El tratamiento aplicado al artesonado está a punto de concluir en la ermita de Los Remedios.

t El efecto nocivo de la calefacción . Aunque en una ciudad como Zamora es necesaria para ofrecer el culto religioso, muchas veces la calefacción se convierte en un agente nocivo para los elementos de madera. «La madera se conserva mejor cuando no hay cambios bruscos de temperatura», recuerda Iván López. De hecho, la arquitectura tradicional de los templos medievales crea una barrera con las condiciones exteriores que permite una mejor conservación de los elementos internos.

t Criterios profesionales de tratamiento. En la recta final del plan Zamora Románica, los técnicos Iván López y Diana Álvarez creen «deseable» la creación de un plan preventivo de conservación, para alargar la vida de las actuaciones que con acierto se han ejecutado en los últimos tres años. «Deben establecerse criterios sobre la limpieza y la reparación de los templos», apuntan, con el fin de huir de las malas prácticas empleadas, comunes hasta el siglo XX y frecuentes todavía en la actualidad. Desde un punto de vista profesional, reivindican el rigor en el tratamiento de los edificios y los bienes muebles por parte de los restauradores. Respetar el estado original de las piezas y evidenciar la mano del profesional en la recuperación son las bases de las intervenciones que se llevan a cabo en la actualidad.