Escritor y editor de Alba

Se dio a conocer con «Los dos Luises», premio «Herralde» de Novela en 2000. El año pasado su «Habitación doble» ganó el premio «Otras Voces otros ámbitos». Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960), compagina la escritura con el trabajo ocasional de traductor y de perseverante editor. Dirige desde 1995 la colección Alba Clásica, que pronto convertirá a «Madame Bovary» en «La señora Bovary».

-¿Qué hace un autor de Anagrama dirigiendo Alba Clásica?

-Primero fue Alba, en 1995, y no me pasé a Anagrama hasta el año 2000. El bagaje de clásicos me sirvió para ser un autor de Anagrama.

-¿Editar clásicos es más barato y seguro?

-Cuando empezamos Alba Clásica, en 1995, no había ninguna colección de clásicos aparte de las de orientación universitaria, y me parecía condenar a los clásicos a la vitrina, como si sólo permitieran una lectura histórica. Los clásicos son novedades de hace cien o doscientos años y en Alba tuvimos la idea de editarlos para ponerlos en las mesas de novedades de las librerías. En aquel momento era un gran riesgo. Y funcionó muy bien, lo cual no me extrañó porque no era tanto una iniciativa de editor como de lector. Yo echaba de menos muchas novelas que quería leer y no estaban.

-¿Por ejemplo?

-Los primeros títulos con que empezamos: «Mansfield Park», de Jane Austen; «En la jaula», de Henry James... obras que o no se habían traducido, eran inencontrables o tenían una traducciones que resultaban anacrónicas.

-¿Las traducciones envejecen o las buenas son para siempre?

-Cada generación necesita su traducción; los criterios de traducción cambian con las épocas. Hubo una época en la que más que traducir se resumía, y ya no aceptamos que a las novelas les falten párrafos. Y el lenguaje: la traducción de un clásico tiene que ser lo más intemporal posible pero no causar extrañezas; debe poner al lector en la misma situación en la que estaría en su momento.

-¿Cuáles le chocaron?

-Las novelas de Dickens traducidas en los años 40: aparte de que están censuradas, su lenguaje suena a cartón piedra y no creo que sonasen así en su época. Las traducciones de hoy también sonarán a cartón piedra dentro de cincuenta años.

-No le gustan las «leguas» de Flaubert, contra el criterio de su traductora.

-Hay que facilitar las cosas al lector. La traductora (María Teresa Gallego Urrutia) defiende «leguas» porque Flaubert las utilizaba, pero al lector de entonces ya le debía de parecer raro. Puedo defender ese criterio si es un arcaísmo buscado, pero cuando Dickens habla de «pies» y de «yardas», ya no es un arcaísmo, es algo que al lector español de hoy no le suena normal.

-Tradujo «Sentido y sensibilidad» como «Juicio y sentimiento».

-«Sense and Sensibility» (Jane Austen) ya se había traducido antes como «Cordura y sensibilidad» y como «Juicio y sentimiento», que es por la que yo opté. La otra opción era «Cabeza y corazón», pero pensé que era pasarme. Luego tradujeron la película como «Sentido y sensibilidad», un título incomprensible.

-Los monederos falsos, de Gide, es ahora «Los falsificadores de moneda».

-No tenía sentido. Falsas son las monedas, no los hombres que las hacen ni los monederos para guardarlas. Era todo un poco tonto.

-Sostiene que cambiar el título a un libro es como si fuera otro.

-Al principio, no me atrevía. Uno de los libros de la colección Alba Clásica fue «Grandes esperanzas», de Dickens, que en realidad tendría que ser «Grandes expectativas». Lo sabía, pero no me atreví porque pensé «no la van a reconocer».

-Sí se va a atrever, en cambio, con «La señora Bovary».

-Con el tiempo, he perdido el miedo a todo. Hay que atreverse, si no está bien.

-¿Nos acostumbraremos a no llamarla «Madame Bovary»?

-Yo, no, aviso. Sigo diciendo «Los monederos falsos». Y a «Madame Bovary» la seguiré llamando «Madame Bovary» porque la tengo así en la cabeza.

-«Un clásico es un libro que nunca termina lo que tenía que decir», según Italo Calvino.

-Es una de las razones por las que un clásico está siempre vigente, pero tampoco es necesario que todos los clásicos sean grandes obras maestras de esas que nunca terminan de decir lo que tenían que decir. El diálogo entre lo que se publicaba antes y lo que se publica ahora es muy instructivo. Leer una de las primera novelas de Gide, Paludes, y luego leer a Vila-Matas... ¿Qué hace Vila-Matas que no haya hecho Gide en 1895? Cosas que ahora nos parecen muy modernas tienen antecedentes mucho más lejanos de lo que nos imaginamos. En «La inquilina de Wildfell Hall», Anne Brontë da un tratamiento a la violencia doméstica en 1848 que ríete tú de lo que podamos hacer ahora.