Pisó con fuerza el estrado de los acusados: desafiante, seguro y altivo. Empeñado en negar ser «el Solitario», «un monstruo que creó la policía, al que adjudicó todo tipo de atracos», Jaime Giménez Arbe declaró que «lo que han hecho connmigo es una canallada». En su paseíllo hasta la sala de vistas, buscaba y saludaba a fotógrafos y cámaras sin un ápice de preocupación por los 12 años de prisión y 37.247 euros que le exige el Ministerio Fiscal por el atraco a la sucursal de Caja Rural de Toro, en el que disparó a bocajarro en una pierna al empleado que atendía al público el 17 mayo de 2007. «¡Esto es un circo!», comentó a los magistrados de la Audiencia Provincial cuando, sentado ya en el banquillo de los acusados, se deleitaba con la rápida lluvia de flashes previa al comienzo del juicio que finaliza hoy con las conclusiones.

A la primera pregunta que formuló el fiscal jefe, Rafael de Vega Irañeta, contestó con un «antes de contestar, déjeme aclarar unas cuestiones...», mientras le interrumpía porque le impedía proseguir. Pero el famoso atracador de bancos apodado «el Solitario» se topó con un Tribunal dispuesto a no pasarle ni una: El presiente de la Audiencia de Zamora, Luis Brualla Santos-Funcia le reprendió a los segundos de comenzar su declaración, cuando trató de invertir los papeles e interrogar al fiscal jefe. «¿Tiene el titulo de Derecho?», le preguntó Brualla. «No», respondió «el Solitario». «Pues, las cuestiones técnicas las resuelve su abogado, limítese a contestar a las preguntas del fiscal, puede decir sólo «sí» o «no»». Y así de parco se mostró en sus respuestas durante un buen rato, mientras negaba haber tenido una Renault Kangoo, armas, usado pelucas, perillas postizas ni ningún otro disfraz para ocultar su físico y delinquir sin ser descubierto.

Tampoco le sirvió de nada la argucia de que no tenía gafas para leer de cerca, a fin de evitar corroborar si era suya la letra de las anotaciones halladas en el registro de sus domicilios en Las Rozas y una nave de Pinto, en las que aparecían «los croquis de los itinerarios» a seguir para perpetrar sus atracos y para huir de la policía. «Si me dan ustedes unas gafas», espetó. Audaz, la magistrada Esther González, ponente de este juicio, le prestó las suyas, que el procesado se colocó para observar el documento.

La única salida que le quedó entonces a Giménez Arbe fue insistir en que las pruebas «se basan en una entrada ilegal» de la policía en su vivienda y la nave, «sin estar yo presente», se parte de una actuación fuera de la Ley que contamina el resto de la investigación. Para entonces ya había mencionado «la teoría del árbol contaminado», popularizada recientemente durante el procesamiento al juez Baltasar Garzón por las escuchas del caso Gürtel. Eran los mismos argumentos esgrimidos por su abogado, Marcos García Montes, que pidió la invalidez del juicio.

Esos cuadernos de «el Solitario» resultaron básicos para imputarle, ya que «estudiaba la forma de huir» tras los atracos, «siempre por caminos» rurales o poco frecuentados, elaboraba «hojas de ruta, con planos del terreno», donde apuntaba «los puntos sensibles», ilustró uno de los policías que intervino en la investigación y declaaró ayer. Entre ellos se encontraba la ruta seguida para abandonar Toro sin ser dejar rastro, por el paraje «Los Infiernos», de Alaejos.

Pero allí le vio el pastor toresano que conducía su rebaño hacia San Román de Hornija, hacia las 14.15 horas, justo cuando «acababa de escuchar por la radio lo del atraco de Toro» y que el atracador iba hacia esa localidad, «en mi misma dirección». Observó «una Kangoo blanca, con los cristales también tintados de blanco», lo que le llamó la atención y «a los siete u ocho metros le volví a ver porque aminoró la marcha». Era la primera persona en catorce años de búsqueda policial que lograba ver la cara, sin ningún disfraz, al delincuente al que se atribuyen 35 atracos, el último en Toro. «Le vi la cara porque se giró, tenía el pelo castaño, la piel clara». Dijo «no tener dudas» cuando le identificó en las fotos mostradas por la policía. El trigésimo sexto asalto, planificado en la localidad portuguesa de Figueira da Foz, no pudo llevarlo a efecto: las claves logradas en Toro y los datos facilitados por otro atracador le llevaron a prisión.