O. C.

Por mucho que en la actualidad se quiera buscar en el origen de la celebración de San Valentín algún santo protector de los enamorados, la leyenda que da lugar a este día tiene que ver más con un rito relacionado con la fertilidad que con un mártir que acompaña a las parejas que celebran su compromiso cada año por estas fechas.

El origen etimológico de la celebración no se conoce a ciencia cierta. Sí que se tiene constancia de que este ritual mencionado se festejaba desde tiempo del apogeo de la civilización romana, aunque hoy día se ha perdido el referente y se trata más de una jornada en la que recopilar buenos momentos, sobre todo, para los que festejan su amor presente, y para el que recurren a los habituales regalos.

Algunos historiadores asocian el título de San Valentín con el periodo vital de un emperador romano, cuya vigencia transcurrió entre los años 364 y 378 después de Cristo. Se llamaba Valente, un nombre asociado a la tradición romana de nombrar a sus hijos con virtudes, en este caso, la del valor.

Lo cierto es que en la antigüedad era frecuente la celebración de rituales para que las parejas que no conseguían concebir hijos, pudieran tenerlos. Era tan habitual como dar a luz a una prole numerosa, de ahí su importancia. En un lugar determinado, cada 15 de febrero tenía lugar una celebración llamada Lupercalia, nombre procedente del latín «lupus», lobo.

En dicha ceremonia, era tradición sacrificar animales y azotar a los participantes con sus pieles, con el fin de dotarles de la fertilidad necesaria para concebir hijos, acto asociado a la consumación del amor.

Con un origen más próximo de lo sexual que de lo amoroso, por mucho que ambos términos vayan ligados, nació la celebración de San Valentín. Fue prohibida, según los historiadores, por la Iglesia. En años sucesivos, los celebrantes recurrieron a adelantar el festejo al 14 del mismo mes, sin otro fin que provocar el despiste entre los censores.

Actualmente, las tiras de piel de animal se han cambiado por objetos de joyería. El ritual se ha transformado en una celebración que potencia la nobleza del sentimiento amoroso con una relativa independencia del sexo.