Eduardo Barrón tuvo dos hijos: María y Eduardo. Este último dedicó buena parte de su vida a reunir una enorme cantidad de datos sobre el escultor que publicó en una especie de biografía desordenada que pretendía recuperar la memoria del artista de Moraleja del Vino. Así es como uno de sus nietos, Jorge, conoció y llegó a admirar la figura del «abuelo Barrón», un «seguidor de los estoicos, una persona absolutamente humilde».

-Usted es uno de los ocho nietos de Eduardo Barrón, ¿cómo ha conocido la figura de su abuelo?

-A través de mi padre, que siempre insistió en que mi abuelo fue un artista olvidado y maltratado, como todos los que pertenecían a la recta final del siglo XIX, que fueron devorados por las nuevas corrientes del XX. Barrón y otros artistas como Benlliure pertenecían al pasado, a algo ya caduco. Mi padre reunió cantidad de datos biográficos sobre mi abuelo y los reunió en una biografía personal y poco académica titulada «Un escultor olvidado». Durante toda su vida buscó y reunió obras perdidas y luchó porque «Nerón y Séneca» se fundiera en bronce en una pieza que está en Córdoba y que no llegó a ver con sus ojos.

-¿Qué le parecen las imágenes de «Nerón y Séneca» llegando al Museo de Zamora?

-Me he emocionado al saber que la escultura llegaba al Museo Provincial, precisamente al espacio dedicado al arte romano, el más pertinente. «Nerón y Séneca», la obra más importante de mi abuelo, me trae unos recuerdos entrañables. Él fue un admirador de los maestros romanos, a quienes conoció en Italia a través del Museo Capitolino o de la Galería Ufizzi. Allí se maravilló con la maestría de estos autores y quedó impactado por un realismo que luego transmitió a sus obras.

-¿Por qué Nerón y Séneca como personajes?

-Hay un aspecto fundamental en esta escultura y es la figura de Séneca, un estoico que trataba de convencer a Nerón en un Imperio romano ya corrupto, muy lejos de su mejor época. Tanto mi padre como mi abuelo se identificaron con esa misma filosofía estoica, con la humildad...

-Eduardo Barrón fue muy humilde...

-Nació en un pueblo muy humilde y era una persona muy sencilla y nada ambiciosa. Ese modo de ser es el que transmite Séneca cuando se dirige a Nerón. Su traje es sencillo, sin ornamentos. Frente a él, la vestimenta del emperador, un patricio romano, está adornada y policromada.

-Es decir, que su abuelo es el Séneca de la escultura...

-Así es. Mi abuelo admiraba a ese filósofo. Ése es el Barrón que pudo conocer mi padre, pese a que murió cuando él tan solo contaba con ocho años. Por aquel entonces, estaba inmerso en su trabajo en el Museo del Prado, donde realizó el primer catálogo de escultura clásica, en el que recopiló datos increíbles.

-Por lo que cuenta, su padre les transmitía cómo era la persona, más que el artista.

-Lo que nos decía era que, aunque estaba bien situado socialmente, era una persona muy sencilla. De hecho, le gustaba visitar las afueras de la ciudad para ir a los campamentos de gitanos italianos y practicar el idioma.

-Habla de su situación social, ¿Eduardo Barrón era famoso en su época?

-Poco. Como se dice ahora, le preocupaba poco «venderse». No era como otros compañeros de su generación, como Belliure, que asistía a las corridas de toros, se dejaba ver en reuniones sociales y, posteriormente, recibía encargos que realizaba en su taller junto a sus ayudantes. Mi abuelo era completamente distinto. Trabajaba la escultura con el máximo rigor y estaba obsesionado con la perfección. Precisamente le llegaron a criticar su academicismo. Afortunadamente, hoy no existe ya ese juicio. Antonio López puede tardar veinte años en hacer una obra mientras Barceló emplea dos minutos.

-¿Sigue tan «olvidado» su abuelo?

-No, esa situación ha cambiado de manera radical. Aquello era una amargura que mi padre llevaba por dentro y que se empeñó en combatir. Toda la labor que se ha hecho ha contribuido a recuperar la memoria de mi abuelo y, hoy por hoy, ya no es el personaje desconocido y maltratado que fue en su tiempo.

Madrid

Jorge Barrón Fernández es uno de los cuatro hijos de Eduardo Barrón, uno de los dos hijos que tuvo el escultor de Moraleja del Vino, del que ahora se conmemora el centenario de su fallecimiento. Microbiólogo de profesión, Barrón Fernández nació en Madrid aunque se trasladó a Vizcaya en 1972, donde ejerce en el Hospital de Cruces. No ha heredado el oficio del escultor, pero sí la afición al arte, que materializa a través de la pintura. Conoció la figura de su abuelo a través de su padre, que dedicó buena parte de su vida a reunir datos sobre el artista para publicar una biografía «poco académica», que tiene la virtud de reflejar buena parte de lo que fue el genial artista zamorano.