«Yo no sabía que tenía insuficiencia renal, pero en el embarazo de mi primera hija, cuando me casé, me lo descubrieron». Así relata Victoria Cabero el inicio de su relación con una enfermedad para ella incurable. «A partir de entonces seguí lo que había, las dietas», el control de la alimentación que era la única alternativa «que había para mantenerme viva. Porque entonces la diálisis casi no existía aquí, en España. Había en Inglaterra, en Estados Unidos, pero no había llegado hasta aquí». No quedaba otra, pues, y «había que cuidar la alimentación, no tomar muchas proteínas. Leche, carne, huevos o pescado, de todo eso había que tomar poquito». Así vivió 18 años de su vida, hasta que llegó hasta Zamora la diálisis, el estado de Victoria se había deteriorado y con el control de la alimentación no era suficiente. «En Zamora hacía un año o dos que la habían abierto. Estábamos menos gente que ahora, éramos quince personas, o quizá o menos, mientras que ahora somos muchísimos más».

La diálisis es un proceso mediante el cual se extraen las toxinas que el riñón no elimina, debido a que no funciona o no lo hace de forma suficiente para cumplir su cometido.

El remedio para librarse de las sesiones con las máquinas que cada dos días eliminan las toxinas del cuerpo de los pacientes es el trasplante de riñón, una posibilidad por la que suspiran muchos de estos enfermos, aunque no todos tengan la misma suerte. Victoria es, precisamente, del pequeño porcentaje de los fracasos. «Me han hecho dos trasplantes de riñón y los he rechazado ambos. Rechacé el primero y volví doce años después al segundo. Me dijeron que era distinto completamente, que ahora hay otros medicamentos, pero cuando llevaba tres o cuatro días dije: "yo estoy igual que la vez pasada". Me decían que no era posible, porque entonces me daban ya medicamentos anti rechazo. Pero lo rechacé otra vez y además con mala suerte. Porque hay quien lo rechaza y ya está, pero a mí me lo tuvieron que sacar». A los 15 días de haber recibido el nuevo riñón tuvo que pasar otra vez por el quirófano para sacarlo. «Las dos veces fue igual. Y son dos operaciones seguidas muy duras, porque te abren desde aquí hasta la cintura, toda la parte de adelante. Y los puntos que te habían dado por el mismo sitio los volvieron a dar. Pero como ya casi no se sujetaban me tuvieron que hacer una cosa que llaman ellos puntos colchoneros, que tiran mucho y molestan». En fin, toda una odisea que ha dejado un mal recuerdo en Victoria. «Yo tuve muy mala experiencia con los trasplantes, muy mala. Y de hecho ya me dijo el médico de Salamanca que a lo mejor tenía alguna cosa que no habían visto que me provocaba los rechazos. Que no quiero nada que no sea mío. Y de momento me borraron de la lista de trasplantes, porque aunque me hubieran llamado no hubiera ido».

Ahora, con 71 años, todavía tendría edad para recibir un riñón nuevo. «A estas edades todavía se trasplanta, y bien. Yo he visto a un señor con casi 80 años que lo trasplantaron. Y le fue bien. Pero yo no quiero más historias».

Con la diálisis se puede vivir «bien, muy bien», dice Victoria. «Hay años que he caído un poco, porque también tengo osteoporosis y me caí. Desde hace dos años vengo algo peor, ando con la silla de ruedas, en casa me muevo un poco con el andador».

Del servicio de diálisis de Zamora, ninguna queja: «Funciona bien. Me ido a veces a veranear a sitios, siempre pidiendo clínica delante, pidiendo reserva de máquina». El lugar más exótico para ella ha sido Londres. Y la sorpresa fue cuando llegó a la diálisis en la capital inglesa y se encuentra que «era mi misma máquina, la que tenía aquí en Zamora. Allí era más exótico todo, porque la enfermera era negra, el que llevaba la comida era indio, con el pañuelo puesto como un turbante, el médico era español y la que llevaba la basura colombiana. Por lo demás, era el mismo sistema. En Zamora puedo decir que estamos al nivel de cualquier sitio del mundo. Hay mucha limpieza y mucha higiene».