Hace exactamente veinticinco años, la Audiencia Territorial de Valladolid hacía pública la imputación a Demetrio Madrid, el entonces presidente de la Junta de Castilla y León, por la presunta venta fraudulenta de la empresa textil Pekus cuya titularidad había ostentado. Horas más tarde, convocaba la junta de consejeros de la comunidad, la ejecutiva autonómica del Partido Socialista y una rueda de prensa para comunicar a los castellanos y leoneses su dimisión.

No fue una decisión improvisada, sino el «plan b» que el ex presidente socialista había ideado si la causa judicial abierta casi un año atrás prosperaba. Las trabajadoras de Pekus habían demandado a Demetrio Madrid, a su hijo Adolfo y al nuevo propietario de la firma textil, Esteban Cisneros, al entender «lesionados» sus derechos laborales después de quebrar la empresa al poco de la operación de venta y declararse insolvente este último.

La decisión del presidente de la Audiencia, Teófilo Ortega, no cayó de sorpresa aquel miércoles a Madrid. El primer presidente de la comunidad ya conocía la intención del órgano judicial de procesarle, lo que motivó un apresurado viaje a la capital española para comunicar al partido su determinación de abandonar el cargo. «Yo era el presidente de una comunidad que todavía se estaba forjando y no podía dejar que mi situación personal pesara sobre la autonomía», reconoce Madrid, cuyo dolor al recordar aquellos momentos se ha ido anestesiando con el paso de los años.

De regreso a Valladolid, Madrid viajaba con su vicepresidente Jaime González, a quien ordena llamar a José María Aznar -el entonces líder regional de Alianza Popular- para informarle de la inminente comparecencia pública, en la que anunciaría su dimisión. Depositario privilegiado de esa información, el aspirante a la presidencia de la Junta no esperó y lanzó a continuación un contundente comunicado: «Le doy 24 horas para presentar la dimisión». «El gesto se explica por sí solo», reflexiona Madrid, a quien tampoco le extrañó que Aznar no tuviera ningún gesto público de desagravio con él cuando la sentencia le absolvería de todos los cargos tres años después. «Cada uno es como es», remata.

Demetrio Madrid afrontaba la recta final de su primer mandato en una democracia española recién constituida. Y es que las elecciones regionales aguardaban a la vuelta de la esquina, en mayo de 1987. El dimisionario tenía la convicción de que la Justicia se pronunciara pronto a su favor y así poder llegar a la nueva convocatoria como candidato. Pero «con la Justicia hemos topado», subraya enérgico Madrid, quien reprocha al tercer poder su lentitud de actuación. No fueron meses, como esperaba el implicado en el caso Pekus, sino tres años los que tardaría la Justicia en certificar la inocencia del ya ex presidente.

Madrid recuerda la «impotencia» sobrevenida de su imputación por una «causa absurda». Cuando llegó a sus oídos los planes de la Audiencia Territorial «reaccioné con una sensación de convulsión». Aunque optó por la renuncia personal a su cargo «con la mayor dignidad posible», porque «dimitir también es un ejercicio democrático».

Pero, sin duda, lo que más duele al primer presidente de Castilla y León es la parte de su proyecto personal que moría con la renuncia a seguir adelante. «Aunque es un proyecto político de muchas personas, siempre tienes la sensación de que hay algo tuyo en esa etapa, una impronta», reconoce. «Con mi dimisión, veía truncarse ese proyecto personal». Porque en Demetrio Madrid hay dos personas, el ilusionado presidente que regía el futuro de la autonomía en una España que abría la Transición y el dimisionario político, de cuya decisión levantaban acta los medios de todo el país aquel 29 de octubre de 1986.

La vida continuaba y llegaban las elecciones autonómicas. «Todos perdimos», recuerda el responsable del PSOE en Castilla y León. Los socialistas abandonaban sus cómodos 42 escaños y pasaban a 32, mientras que la Alianza Popular de Aznar pasaba de 39 asientos a 32. Un empate que dejaba la puerta abierta de la Junta a los populares, como confirmaría la abstención del partido Centro Democrático y Social (CDS) en la votación del nuevo responsable. José María Aznar se convertía en presidente de Castilla y León.

Con los galones de responsable de una autonomía, Aznar viajaría tiempo más tarde a Sevilla, donde la convención de los populares decidía un futuro sin Manuel Fraga y su célebre techo electoral al frente. El político madrileño se alzaba a lo más alto de un refundado partido y aspiraba ya a cotas más grandes: la Moncloa. «Durante estos años, han sido muchos los periodistas que me han preguntado si mi dimisión tuvo una influencia trascendental en la historia de este país, pero no soy quien para compartir esta reflexión», reconoce Demetrio Madrid.

Si fuera un político de este tiempo, ¿hubiera tomado la misma decisión? «El entorno sería diferente, pero mi determinación hubiera sido idéntica», apunta el ex diputado y senador, que se reenganchó a la política tras una llamada de Felipe González. No define aquel paso como «un ejemplo», pero sí apunta a políticos actuales con responsabilidades regionales como deudores de un «espectáculo que no es edificante y que no ayuda a recuperar el prestigio de los políticos». Al fin y al cabo, «dimitir cuesta, claro que cuesta», pero «así es la democracia».