La madre Bonifacia obtuvo ayer el reconocimiento de la institución eclesiástica después de ejercer como espejo y defensa de la mujer trabajadora en un lejano ya siglo XIX, cuando la situación social y política en nuestro país tenía unas características muy distintas a la actualidad, donde el esfuerzo y al reivindicación femenina han acabado por alcanzar grandes logros. De ahí que Bonifacia Rodríguez de Castro fuera considerada una «adelantada» a su tiempo, un apelativo que se materializaba en el ofrecimiento de oración y trabajo a las jóvenes en una situación de mayor desamparo.

Zamora impulsó en 1954 un largo proceso de canonización que vivió un momento importante con su beatificación, bajo el papado de Juan Pablo II, el 9 de noviembre de 2003. Fallos en el seguimiento de la causa dejaron en la estacada el citado procedimiento, que quedó aparcado de manera definitiva en 1962. Ayer, 23 de octubre de 2011, la causa ha obtenido finalmente el beneplácito de la Iglesia.

Su vida y figura se forjan en Salamanca, ciudad en la que nació en el seno de una familia trabajadora. Su padre era sastre y falleció cuando Bonifacia Rodríguez de Castro contaba tan solo 15 años, por lo que, para ayudar a su madre, comenzó a trabajar a jornal como cordonera.

Como todas las mujeres trabajadoras en la mitad del siglo XIX, una joven Bonifacia trabajaba de sol a sol por un salario más que discreto y en unas condiciones difíciles como empleada durante una década. Con el paso de los años creó su propio taller de cordonería y pasamanería, en el que entraron a trabajar mujeres sin recursos de Salamanca que, igual que ella, se sentían atraídas por la vida religiosa.

Así, fundó la Asociación Josefina y decidió hacerse dominica, pero la llegada a Salamanca del jesuita catalán Francisco Butinya i Hospital cambió el rumbo de su vida. Butinya le propuso crear una nueva congregación orientada a ayudar a la mujer trabajadora. Así, junto a su madre y otras cinco mujeres de la Asociación Josefina, fundó la Congregación de las Hermanas de San José.

Cabe destacar que las casas de la congregación se llamaban «Talleres de Nazaret» y allí se vestía sin hábitos, como las demás trabajadoras del país. Oración y trabajo eran una misma cosa para las jóvenes desamparadas. Pero su labor pronto generó envidias y recelos en el resto de hermanas, que lograron destituirla de superiora de la comunidad y la obligaron a trasladarse a Zamora, donde -en contra de lo que pensaban las otras religiosas- logró abrirse camino e inauguró nuevas casas para ayudar a más mujeres. Ante la acusación, la madre Bonifacia antepuso el perdón y el silencio.

El milagro que ha llevado a la religiosa fallecida en Zamora a los altares fue la curación de un hombre de 33 años residente en la República Democrática del Congo, quien padecía una enfermedad estomacal sin remedio. En todo caso, la obra que le abrió las puertas de la beatificación tuvo que ver con un español nacido en Valladolid y afincado en Barcelona, de 73 años, a quien le diagnosticaron un carcinoma de hígado y que se curó de manera sin explicación posible para la ciencia.

Actualmente, la orden creada por sor Bonifacia cuenta con unas 700 hermanas, distribuidas en un centenar de comunidades en doce países. Más allá de España, las Siervas de San José se encuentran en Argentina, Colombia, Chile, Perú, Bolivia, Cuba, Italia, Filipinas, Papua Nueva Guinea, Congo y Vietnam, según recoge Efe.