Son las dos de la madrugada. El primer turno de cargadores ha decidido celebrar una cena y partir hacia la capital. Porque a veces es mejor no dormir que hacerlo un par de horas. Y la impaciencia y los nervios no ayudan.

A eso de las seis de la mañana, la avanzadilla de carga con el encargado de paso, Práxedes San Juan, aterriza en la Gran Vía. Allí también está Zamora. A tamaño reducido, claro. En la calle Tres Cruces -también es casualidad-aguarda la sede de la Casa de Zamora. Un edificio de los de solera de Madrid, con aspecto noble, pero antiguo. Allí, los responsables de la institución abren sus puertas a los zamoranos y les ofrecen un copioso desayuno comprado en Zamora que les llena el espíritu.

«Hay aceitadas donadas por La Toresana», no para de repetir Luis Pablos a los miembros de Jesús Nazareno, que campan a sus anchas por los dos salones de la Casa. «Siempre ha sido un hogar para los zamoranos que venían aquí». El presidente habla de otros tiempos, momentos en los que los recién llegados carecían de medios, los hoteles eran un lujo y las centrales de reserva en Internet se antojarían una locura a los oídos de aquellos vecinos lejanos.

A eso de las nueve de la mañana, todos iban a recibir al segundo turno de carga. Después comida en la Casa de Zamora, que el propio Juan Antonio Barrio se atrevió a elaborar en ausencia de la cocinera enferma. Tras la comida y a falta de otros medios más adecuados en una jornada tan especial, los cargadores pusieron rumbo a su sitio reservado en el paseo de Recoletos, donde abandonaron la comodidad de las sillas bajo pleno sol por la confortable sombra de la copiosa arboleda de Recoletos.

Han pasado las décadas y los zamoranos no están encarnados por aquellos sanabreses que venían a ganarse la vida a la capital, y que luego encontraron una forma de vida en el taxi. Sin embargo, la gente de esta tierra está condenada a la supervivencia. En este punto, la Casa de Zamora volvió a ser un hombro en el que arrimarse. Mucho tiempo después, pero es que hay cosas que no cambian.