Parecía una edición más de Noctámbulos, las veladas nocturnas que se realizan en el Museo Etnográfico de Castilla y León cada jueves, pero la guía del recorrido anunció que habría sorpresas durante la visita. Y las hubo. Irrumpieron en «escena» Moncho Enríquez y Paloma Leal, de la compañía Baychimo Teatro, vestidos con trajes y descalzos para amenizar un recorrido a través de la historia zamorana.

Moncho Enríquez apareció ante más de cincuenta personas y, ayudado con un suave sonido ambiente, hizo que de las tinajas allí presentes emanara música. Con sus manos o con la fricción de un filo hilo con distintas partes de estos elementos y, con su mirada, ayudaba a los visitantes a entender los susurros de aquellos contenedores de barro. De esta forma, consigue dar una nueva utilidad a una de las piezas de la exposición: «Es algo original y diferente. Hacen pensar y plantearte cosas nuevas porque parece que la actuación no tiene que ver con la visita, pero luego entiendes que sí, que todo está relacionado. Está muy bien que introdujeran el sonido en la historia de los cacharros de barro, porque una tinaja la percibimos con la vista y el tacto pero jamás a través del sonido. Nunca lo había pensado», reconoce Marcos Antón, uno de los más de cincuenta asistentes entre niños y mayores.

Y es que Enríquez, el actor, asegura que «conseguimos que los objetos del museo estén dentro de la historia que contamos, los usamos como escenografía o elementos sonoros». Además remarca que «la manera de comunicarnos es muy directa y los espectáculos se plantean para producir una comunicación emocional muy rápida, porque el espectador se ve involucrado en la acción. Una vez finalizada la representación, el receptor puede pensar en lo que ha visto». Sobre reflexión iba la segunda aparición de la compañía, llegaba el turno de Paloma Leal y la «versión moderna y no la azucarada» de Cenicienta, explicaba la actriz. Con marionetas y un lenguaje actual y popular, Leal relata las aventuras de la joven del cuento que, por una vez, no se queda con el «príncipe azul» sino que elige a otro compañero mejor para compartir su vida. Marcos Antón, después de ver este número recuerda que «siempre nos han vendido la idea de los cuentos de princesas y la versión real nos la han contado aquí. No siempre existe el príncipe azul ideal, sino que cada uno busca la compañera que mejor encaja con él». El cambio de final no es fortuito, ya que los actores creen que «el arte tiene que enseñarnos a cambiar la forma de pensar sobre los temas que nos afectan en la actualidad. El público debe exigirnos más, hay que evolucionar y no quedarnos estancados para que las personas y el teatro puedan crecer», afirma Enríquez. En este sentido, Pilar Fernández, presente en el espectáculo, apunta que «después de ver las representaciones, reconozco que no hay que preocuparse por tonterías que a veces nos parecen importantes. Pensar más, fijarnos en los detalles y no ir tan rápido» son las conclusiones a las que llega esta espectadora.

Paloma Leal, parte del joven grupo de teatro, explica que «la actuación está en consonancia con el museo, como aquí hay mucha tranquilidad, nosotros no hemos querido hacer una función estridente para que la gente saliera igual de relajada que entró». Además, asegura que «compartimos el espacio con el público y eso siempre es un peligro por si al espectador no le gusta. En este caso, el público es asiduo al museo y, con nosotros, también responde bien», declara Leal. Dos historias más, contadas a través de piezas expuestas y fotografías hicieron que el público salieran con una impresión diferente de la visita nocturna.