El director de la Fundación Joaquín Díaz ha sido el encargado de abrir ayer en el curso de verano «Religiosidad popular, mentalidades y creencias: De la Edad Media al siglo XXI» organizado por el Museo Etnográfico. En su intervención analizó el origen de las cofradías y su vinculación con la sociedad.

-El germen de las cofradías, ¿cuál fue?

-Depende del enfoque se le otorgue. Para algunos autores es el primer levantamiento contra la nobleza y el rey. La gente quiere tener una representatividad y crea sus propias asociaciones que están presididas por un alcalde, de ahí que en las primeras Cortes de Valladolid en 1354 haya una referencia a que las asociaciones no pueden tener alcaldes más que los que diga el monarca. Otros expertos señalan que el oficio de las gentes hacía que se fueran agrupando gremialmente. Esta justificación está más próxima al hecho religioso porque los gremios solían estar bajo la advocación de un santo que les protegía y al que le daban culto. Otro motivo reside en que en la Edad Media, con las pandemias y las pestes, existía un temor tan grande a la muerte que la protección ante ella puede ser otra de las razones de su nacimiento.

-¿Estuvieron tan vinculadas a la Iglesia como actualmente?

-No. No obstante, en los primeros sínodos siempre se decía que querían conocer sus estatutos, aunque luego no se metían en las juntas pese a tener representantes en ellas. También el clero le indicaba que los bienes que tenían, debían de ajustarse a los fines de la Cofradía. Comenzaron a estar más vinculadas a la Iglesia relativamente hace poco tiempo. La creación del Código Canónico es más o menos reciente, de principios del siglo XX. Hasta ese momento existían muchas leyes que regularon el nacimiento y regulación de estas cofradías, pero es el siglo XX cuando la Iglesia quiere tenerlas a su cargo, fundamentalmente por una resurrección de las procesiones de Semana Santa. Desde mi punto de vista inicialmente hubo muchas Diócesis en las que el obispo recibe el asunto de las cofradías como una carga más que como un encargo que la propia sociedad le hace de que tenga una vinculación tanto legal como afectiva hacia esas cofradías. Estimo que muchos de los roces que se producían y se producen es porque las cofradías quieren tener un ámbito superior al que marcan sus estatutos o bien hay una desidia por parte de la Iglesia o bien hay un excesivo interés en meterse demasiado en el funcionamiento de las Cofradías. Todo es cuestiones de límites, como suele ser en la antropología.

-Las primeras confraternidades tenían una clara vinculación de respaldo y auxilio social. ¿Cuándo desaparece esta labor?

-Como casi todas las sociedades y socorros mutuos desaparecen cuando realizan su función. Así las cofradías de Santa Lucía que cubrían las necesidades de los ciegos en el momento en el que hay un ámbito en la sociedad que lo suple, como es la Once, desaparece. Siempre coincide su supresión con la creación de una entidad en la sociedad civil.

-Ante este gran cambio, ¿cómo se reubicaron las cofradías?

-O bien se solapan con otras o bien desaparecen o bien quedan como un mero reflejo del pasado. Muchas cofradías se habían debilitado mucho porque había superado los gastos por la fiesta anual o bien con las actividades de caridad. En el siglo XVIII con la lógica de la ilustración se suprimen muchas, aunque tengan una gran relación con la tradición. Carlos III es el verdugo de muchas de ellas. Posteriormente en una ordenación de las leyes españolas, que se hace a lo largo del siglo XIX, hay una revisión de las cofradías. Desaparecieron las que no habían nacido protegidas por el poder real o por el poder eclesiástico. Aquellas vinculadas a santos locales o de poca veneración se refugiaron dentro de la del Santísimo o de la Vera Cruz, que terminan siendo las que se mantienen hasta la actualidad. Casos particulares son las cofradías vinculadas a los 14 santos sanadores de la Edad Media, de los cuales mucho perdurar hasta nuestros días como Santa Águeda o San Cristóbal, que de ser el patrón de las muertes súbitas pasó a ser el patrono de los automovilistas. Su imagen solía ser muy grande porque la gente le pedía protección al entrar o salir de la iglesia pedir, por lo que era necesario que fuera de gran tamaño.

-¿Cuál era el papel de la mujer en esas agrupaciones iniciales?

-El papel de la mujer es muy interesante porque se ha estudiado que en algunas cofradías las féminas tenían el mismo papel y participaban igual que los hombres. En algunas como la de Santa Águeda la mujer lo controla todo desde el inicio y hay otras en las que la propia sociedad recuerda que el hombre debe de dar su permiso para que ella accediera. Dependía del sentido común y eran un poco un reflejo de la sociedad de su momento.

-En su intervención ha hablado del papel de la música en las cofradías y de la irrupción de las bandas.

-Se debió a un proceso vivido en la sociedad. El siglo XIX fue un siglo con muchas guerras, lo que provocó que las bandas militares pasaran a formar parte de la vida civil. Comenzaron a tocar en los parques y templetes, principalmente, a partir de los años 30. Esa incorporación también se lleva a otras manifestaciones de la vida pública de tal manera que desaparecen de las procesiones las músicas interpretadas por el tamboritero en favor de las bandas.

-Como experto en música, ¿qué repertorio deberían de tocar?

-Desde mi punto de vista las piezas que se ajustaran al ambiente de sobriedad y recogimiento. En muchos casos se crean piezas para los desfiles procesionales, aunque en algunos lugares hay cofradías que prefieren que se les escuchen en toda la ciudad, lo que es un reflejo de la manera de ser de los humanos. De manera paralela hay hermandades que quieren parecerse más a sus antepasados y todavía emplean carracas o matracas, entre otros elementos. No obstante, priman las bandas frente a lo tradicional.

Joaquín Díaz González (Zamora, 1947)

Un músico y folclorista. Catedrático de Estudios de la Tradición en la Universidad de Valladolid y académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción. A mediados de los 60 comenzó a dedicarse al estudio y divulgación de la cultura tradicional. Ha promocionado la música tradicional española en programas de radio y televisión de Europa, Asia y América. En 1976 abandonó las actuaciones en directo para dedicarse a la investigación y promoción de la cultura popular. Ha publicado más de medio centenar de libros sobre diversos aspectos de la tradición oral y más de 200 artículos y ensayos en publicaciones especializadas y de divulgación. Es director de Director de «Revista de Folklore» desde 1980 y de la Fundación que lleva su nombre. Premio Castilla y León de Humanidades y Ciencias Sociales en 1999 y en 2002 recibió de manos del Rey la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

-La sociedad va evolucionando y estos cambios se plasmas en todos los aspectos, incluso en las propias cofradías. Desde su vertiente de estudioso de la cultura tradicional, ¿estima que las hermandades deberían poner en valor aspectos de su propio pasado?

-Es una reflexión que debe realizar cada una y la propia sociedad. Se debe analizar si merece la pena recuperar ciertos elementos. Personalmente creo que hay suficientes para mantenerlos y para reavivarlas cuando sea necesario. En los tiempos que corren no estaría mal recuperar ciertos aspectos relacionados con la caridad. No obstante, creo que ahora existe la losa de que tenemos que ser más participativos y relacionarnos mejor o bien ser respetuosos con los demás y el entorno. Parece que a veces es como un castigo cuando debe de ser un convencimiento propio para intentar crear una sociedad mejor.