Hace cuarenta años, su padre puso la primera piedra de un incipiente negocio. Hoy, Fernando Enríquez se ocupa de la relación comercial con las cofradías de la Semana Santa sevillana y el resto de los clientes de la casa de bordados, aunque también atesora conocimientos artísticos e incluso echa una mano a las bordadoras cuando el plazo de entrega de los trabajos se aproxima de forma inminente. «Para hacer este trabajo, es necesario ser semanasantero», asegura Enríquez, quien mantiene una estrecha relación con algunas de las hermandades sevillanas.

Su acento andaluz no le impide recordar su origen en Zamora. «Me bautizaron en San Lázaro», puntualiza y reconoce que fue hace tan sólo diez años cuando descubrió la Semana Santa de su ciudad natal. «Me sorprendió gratamente la primera vez que la vi, aunque es cierto que la forma de vivirla es completamente distinta a lo que hacemos aquí», asevera.

No tan distintos son algunos de los elementos que comparten ambas tradiciones y que rompen los tópicos que atribuyen una austeridad innegociable a Zamora, contrapuesta al lujo y la grandilocuencia andaluza. «No hay tanta diferencia. Hay mantos de Zamora que los coges, estudias su diseño y no dejan de ser de un estilo barroco. En un guión, no se apreciaría tanta diferencia», explica Fernando Enríquez rodeado de sus creaciones en el antiguo Casino de Brenes. Y pone un ejemplo. «El manto de la Virgen de los Clavos podría vestirlo perfectamente una imagen de Sevilla».

Lo dice con conocimiento, porque la firma andaluza ha realizado ya diversos trabajos para la Pasión zamorana. Cuando las bordadoras emprenden este tipo de encargos, «se sorprenden y me preguntan: "¿Pero allí viven la Semana Santa así?"», desvela el responsable del taller. «En Zamora, hemos visto trabajos buenísimos, que están guardados en un cajón pendientes de ser restaurados», reconoce.

En los últimos años, la casa de Brenes ha acometido diversos encargos, como la restauración del manto de Nuestra Madre de las Angustias o el nuevo estandarte de la Real Cofradía del Silencio. La última aportación fue precisamente el vestido de la Virgen de los Clavos, que recuperaron a partir de fotografías antiguas para devolverle su aspecto original. Una labor similar a la que ahora emprenden con el más antiguo de los mantos de la Esperanza Macarena, de cuyo aspecto ahora tan sólo se puede observar una fotografía en el museo de la Hermandad, situado junto a la basílica de la Virgen.

Otro punto común: la relación entre las cofradías. «El mundo cofrade se complica cada vez más, hay muchas rencillas entre las cofradías», asevera Fernando, quien recuerda que «cuando hemos venido a Zamora también percibimos problemas entre las hermandades muy parecidos a los que vemos aquí todos los días».

Ahora bien, sí hay algo que diferencia de manera radical a las hermandades de ambas ciudades: el presupuesto. Los mantos que borda la casa sevillana suelen costar unos 300.000 euros, aunque han llegado a realizar algunos trabajos de 900.000, cantidades muy lejanas a las que puede invertir Zamora.

Veinte bordadoras

Actualmente son algo más de veinte las bordadoras que trabajan en el taller de Fernández y Enríquez en Sevilla, aunque llegaron a contar con un centenar de empleados en épocas de mayor volumen de pedidos. En ocasiones, realizan dos turnos diarios para poder entregar a tiempo los encargos y, excepcionalmente, hasta tres en el caso de los desempeños más urgentes. En el taller, reconocen que han de luchar contra las personas que ejercen la profesión de manera irregular.

Un laborioso proceso

La mayor parte de los encargos que recibe la firma se prolongan más allá de un año. «A veces parece que no avanzamos, pero sí que lo hacemos», reconocen. Para ello, han de asumir un laborioso proceso, que se inicia en el diseño a mano alzada de los dibujos, para ser llevados al terciopelo, donde se añaden cada una de las decenas de piezas bordadas en oro que se confeccionan previamente.

Satisfacción

Para dedicarse a este oficio, en Fernández y Enríquez reconocen que «hay que ser semanasantero». Su labor profesional les ha granjeado «muchas satisfacciones» y «también bastantes sinsabores». Sin embargo, admiten que son unos auténticos privilegiados. «Poder estar en el camarín de la Virgen del Rocío de Almonte cambiándola y vistiéndola está al alcance de muy pocas personas», aseveran. Su carrera les ha permitido también exponer sus trabajos en muestras de todo el mundo y contar entre sus clientes a la Casa Real o la Casa Windsor.