El deseo del padre Avencio Villarejo se ha cumplido. Diez años después de su fallecimiento en Santiago de Chile y, justamente, el mismo día en que se cumplió el siglo de su nacimiento, aquel 20 de agosto de 1910, en la localidad zamorana de Pumarejo de Tera.

En sus memorias, el sacerdote agustino dejó escrito «su deseo de que sus restos mortales fueran trasladados a la selva amazónica, que había ocupado lo mejor de sus sueños». Así lo explica el director general del Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía, Joaquín García, quien tuvo la suerte de compartir experiencias con el zamorano y que ha participado en los actos celebrados en la localidad peruana de Iquitos para cumplir con la última voluntad del misionero.

El viernes llegaban las cenizas del padre Avencio al aeropuerto peruano de Secada Vigneta, en Iquitos, donde le esperaban las autoridades y la música de la Banda de la Marina. Tras un recorrido por la céntrica avenida Quiñones, sus restos recibieron sendos homenajes en la Universidad Científica de Perú, el Instituto de Investigaciones de la Amazonía, cuyo departamento de Información Geográfica lleva su nombre y la Corte Superior de Justicia de Loreto, para finalizar el primer día de actos con la veneración de sus cenizas en la Iglesia Matriz de la ciudad peruana.

La jornada de ayer sábado fue la más emotiva. Tras la celebración de una eucaristía, una embarcación de la Marina de Guerra del Perú trasladó parte de las cenizas del misionero zamorano a la confluencia del río Nanay con el Amazonas para arrojarlas en sus aguas, acompañándolas de coronas de flores y salvas. El resto fueron depositadas en la sala Avencio Villarejo del Centro de Estudios Amazónicos de Iquitos, donde reposarán.

Esta iniciativa no ha sido, ni mucho menos institucional, sino promovida por la sociedad civil, lo que demuestra que, a pesar de los años transcurridos, la figura del agustino sigue muy presente entre los habitantes de la amazonía peruana, donde llegó en 1934.

«El padre Avencio ocupa una parte muy importante en la vida de los ciudadanos de esta tierra. Por una parte, llegó en la época en la que selva, al sentirse desamparada de su vinculación transcontinental, se refugia dentro de su propia dinámica y comenzó a mirarse a sí misma. En segundo lugar, porque Villarejo ha dejado tras de sí análisis históricos, biológicos y antropológicos que han dado un fundamento científico mayor a la sustentación de una reflexión adecuada a la visión integral de la amazonía», explica Joaquín García.

El padre Avencio Villarejo ingresó en la orden de San Agustín y, después de haber sido ordenado sacerdote en las islas Filipinas, fue destinado a la selva del Amazonas en 1934. Ahí comenzó su maravillosa relación con los ríos, la flora, la fauna, la geología y la geografía de este mundo. Sus vivencias y conocimientos se tradujeron en la publicación de varios libros. Uno de los más conocidos, y reconocidos, es «Así es la selva», donde Villarejo trató de desmitificar los estereotipos que circulaban en esa época sobre la zona y presentarla como un espacio diferente, con los problemas particulares de sus habitantes, al tiempo que destacaba el enorme potencial que allí existía. La importancia de este libro se ha visto avalada por las cinco reediciones que se han publicado en sus más de sesenta años desde su primera publicación.