No hace falta viajar a África, visitar el Bronx o hacerse la Ruta de las Américas. A tan solo unos pasos del centro de Zamora existe un lugar donde la ayuda no tiene que llegar a través de caravanas humanitarias.

En el barrio zamorano de La Alberca, el colegio de La Villarina es la única institución cultural de la zona, un foco educativo y formativo que se ha convertido en el refugio diario de los más pequeños de la barriada y cada vez más, de sus familias. «El objetivo es que el colegio se abra al barrio y se convierta en un punto de referencia para los niños y sobre todo para sus madres, que son el motor de un cambio al que estamos asistiendo. Si hay un problema tenemos que ir al foco, que es la familia y actuar en ella», explica el director del centro educativo, Juan Ramón García, que en sus tres cursos al frente de La Villarina ha conseguido resultados más que notables. Los profesores que trabajan allí no se consideran héroes, pero han conseguido un cambio radical en la realidad social del barrio: por segundo año consecutivo y por primera vez en la historia del colegio, varios alumnos pasarán a cursar estudios de Secundaria, y eso no ocurre por casualidad.

El día a día no es fácil en este colegio del extrarradio de la capital, donde existe cerca de un 50% de absentismo escolar y los niños tienen en sus casas situaciones de convivencia excepcionales. «Nuestra prioridad es que los niños estén escolarizados, si vienen para tres meses porque sus padres son ambulantes no les vamos encima a poner problemas», señala el director del centro, en el que además se aseguran de que los menores tengan el material necesario para seguir el curso. El interés de los docentes por intentar que todos los estudiantes cuenten con los libros y cuadernos que necesitan desde el primer día de colegio les llevó este curso a gestionar ellos mismos las ayudas que las familias reciben en concepto de material, pero no todo es tan fácil, «algunos niños, a pesar de sus circunstancias familiares no tienen el 100% de la beca de libros, y el colegio no cuenta con el dinero suficiente como para completar lo que falta. Este año lo hemos hecho como hemos podido, con mucho esfuerzo, pero no podemos asumir un año más esa responsabilidad, es una lástima pero es así». A pesar de que desde el centro están satisfechos con el trato y las atenciones recibidas desde la Dirección Provincial de Educación, no se resignan a continuar bajo la denominación de régimen ordinario, «cuando de ordinarios no tenemos nada. Este colegio tiene todas las características para considerarse especial, y nosotros, con todos los servicios que ofrecemos a nuestros alumnos no tenemos dinero suficiente para todo, mientras que el presupuesto es el mismo que el de cualquier otro centro», se lamenta Juan Ramón García.

La crisis ha incidido de manera directa en la vida en este barrio de las afueras de la capital, donde numerosas familias han perdido su casa y su trabajo. «¿Qué haces cuando una madre viene y te dice que cómo va a comprar un libro si no tiene ni para comida? y nosotros sabemos que es verdad», asegura el director del colegio zamorano, que puso en marcha el programa Desayunos del corazón, que hace posible que los menores puedan realizar la primera comida del día en el centro educativo, un primer paso para comenzar a educar sus hábitos alimenticios. «Nuestros alumnos no sabían lo que era una comida elaborada, un pescado en salsa o unas lentejas, y no conseguíamos que las comieran, porque las acaban vomitando. Ahora, y gracias también al desayuno, hemos ido poco a poco habituándoles a una alimentación sana y equilibrada», explica el director del centro.

Pero este programa no es el único proyecto que la comunidad educativa de La Villarina ha sacado adelante en un colegio «que nada tiene que envidiar en dotación a otros centros», asegura el director ante la flamante sala de informática. La Escuela de Padres, una firme apuesta del centro, se complementa con el taller de cocina para las madres precoces, que con quince años ya tienen alguien más a quien alimentar. Desde el centro también pueden presumir de editar una revista educativa completa y vistosa, y de sacar adelante con éxito las ya terceras jornadas Familia-Escuela, donde niños y parientes disfrutan y comparten actividades lúdicas y culturales. Con un 85% de alumnos de etnia gitana, la dirección del colegio prepara también para el próximo curso la creación de un taller de recuperación del pueblo Rom, es decir, habla y costumbres y de la comunidad gitana, así como la apertura de la biblioteca del centro a todo el barrio, «para que puedan venir aquí las familias, sacar un libro, leer...». Lo que no han podido sacar adelante desde el centro ha sido el programa Ducha saludable, gracias al que los niños aprendían cómo llevar a cabo la higiene personal y la realizaban en el centro, «en sus casas muchos no tienen calefacción ni agua caliente, y aquí le podíamos dar ese servicio, pero tenemos un problema de humedades y nadie se hace cargo, por lo que hemos tenido que suspender las duchas».

Actividades y programas fruto del tesón y el esfuerzo de la comunidad educativa de este centro, que no serán héroes, pero ayudan más que si lo fueran. Ellos solo alegan, «el paso por La Villarina no deja indiferente a nadie, aquí nos sentimos útiles».