Homenaje sencillo, austero y rudo, a imagen y semejanza del carácter de la Tierra de Campos. Así, sin pompa, sin megafonía y sin ruido, los paisanos de Cerecinos abrieron el centenario del nacimiento del escultor, el más sentido y de mayor valor que tendrá Baltasar Lobo en su memoria, encarnada en el mediodía de ayer por varios de sus primos residentes todavía en el pueblo, y su sobrina Carmen Caballero, desplazada desde Madrid para tal ocasión.

La historia ha querido que un pariente lejano de Baltasar, el actual alcalde Ángel Mari Trilla, le tributara al artista certeras palabras recordando una fecha marcada con letras insignes en el calendario de Cerecinos. 22 de febrero de 1910. Para recordarlo, Trilla dio lectura al acta de nacimiento, redactada por el secretario de aquel Ayuntamiento lejano ya en el tiempo. Un papel en el que Isaac Lobo, «Don Isaac», y Genoveva Casquero, daban fe del nacimiento de su único hijo varón, «Balta».

«El ruido de la fragua y el yunque y el chirrido de las ruedas de los carros se detendría con el fin de la jornada en el taller familiar, pues en medio de la noche, el único hijo varón estaría a punto de ver la luz», aseveró el alcalde. Eran las cinco de la mañana y a Cerecinos le esperaba uno de esos gélidos días de invierno, tal y como tradujo Trilla en el lenguaje popular. «En febrero, un rato al sol y otro al humero».

Nacía un artista. El primer edil quiso hacer hincapié en que el pequeño «Balta» no era «un niño extraño, sino un niño normal», tal y como ha recordado en estos días la única de las tres hermanas que vive, Visitación. Cien años más tarde de aquel alumbramiento, el Ayuntamiento reconoce la magnitud de su obra, pero, ante todo, la grandeza de su persona. «Era un buenazo», dicen hoy los vecinos.

Del agradecimiento del pueblo hablará el sello que editará Correos, refejo del cartel del I Centenario. Una imagen de «Madre y niño al aire», la obra que Lobo donó a su pueblo en 1984, y el dibujo que un joven «Balta» había hecho de su casa, situada en la calle de la Carretera, actualmente avenida Baltasar Lobo. «Hoy desde tu pueblo, felicidades y un millón de gracias», concluyó Trilla tras anunciar un ciclo de conferencias y una exposición a lo largo del año.

Y con la misma sencillez agradeció Carmen Caballero, sobrina del escultor, el reconocimiento del pueblo, representado por más de medio centenar de personas en un salón municipal donde hirvieron los aplausos. «Es una cosa que nos ha emocionado, un homenaje muy sencillo y que no esperábamos», reconoció la sobrina.

Cerecinos, con su hijo predilecto. Pero, ¿y Zamora? «En otros sitios podrían haber hecho algo similar pero, o no han tenido medios o no ha habido deseos», puntualizó Caballero, quien justificó la reciente creación de una asociación con presencia de los herederos para «defender a los artistas, como hace mucha gente». En referencia a su relación con los responsables municipales de Zamora, la sobrina del artista advirtió que «no hay ninguna mala relación, la que se puede tener con el Ayuntamiento».

Y allí, en aquel Consistorio que vio nacer a «Balta» brotaron algunas lágrimas un siglo después. Las de Teodoro y Teresa Casquero Anta, primos de Baltasar. O las de Fernando Casquero, emparentado con el artista parisino de adopción a través de su padre. Y hubo otro aplauso cerrado, y después, silencio.

Los participantes en la apertura del centenario tomaron rumbo, a continuación, a la antigua casa de los maestros, en la que radica la sede del club de jubilados «Baltasar Lobo». Y de allí camino del antiguo taller familiar de carpintería, arrendado con la llegada de la guerra, convertido después en molino y, hoy, bar «Zurito».

En sus muros, el alcalde y la sobrina de Baltasar descubrieron una nueva placa en mármol y bronce para recordar el centenario, que queda ya fundida con la que en 1984 colocó el Ayuntamiento para certificar el título de hijo predilecto del escultor modernista. En mármol, sí. Como «Élan», el busto sintético de una mujer que ha alcanzado los 95.000 euros de cotización estos días en la feria ARCO. «Una joya», define Baruchi Vega, prima segunda de Lobo. «El mármol es frío, pero esa escultura de Baltasar es cálida», añade.

Y así iniciaron los cerecineses el centenario. Hoy, un siglo después del nacimiento de «Balta», la moderna autovía entre Madrid y La Coruña que discurre a unos pocos metros del taller de «Don Isaac» sirve como perfecta metáfora del paso del tiempo. Pero hay algo que no ha cambiado. Es la memoria de los paisanos de Cerecinos. Les corresponde a ellos el honor de recordar, con orgullo, a su vecino. «No iba a misa, pero entraba en las iglesias y daba donaciones. No iba a misa, pero no por ello era un demonio», concluye uno de ellos, Fernando Casquero.