Vivir de la magia no es una tarea fácil. Sin embargo, el mago «Kayto» ha logrado salir adelante, tanto de ilusionista y payaso, en un mundo en el que prima una palabra para él: perseverancia.

—¿Qué significa para usted la magia?

—Personalmente, la magia significa absolutamente todo. Simplemente, es mi vida y pienso que no hay nada más maravilloso que dedicarme a una profesión que me permite respirar ilusión y ganas de vivir. Creo que no hay nada más maravilloso que disfrutar de aquello a lo que te dedicas y tengo la fortuna de divertirme con lo que hago, que es lo que siempre he querido ser desde muy joven.

—¿Hubo algún motivo en particular que le fascinara en ese mundo desde pequeño?

—Mi padre era un payaso que trabajaba en un circo, por lo que yo siempre he vivido en este mundo. No pude resistirme y las ganas de aprender me llenaron desde muy pequeños. Afortunadamente, el hecho de que mi padre -el «Gran Richard»- trabajara en este tipo de espectáculos favoreció que mis comienzos en este mundo fueran relativamente fáciles. Además, pude contar con la ayuda de un amigo que me inició a la edad de los 14 años ya de forma una profesional.

—¿Favorece este tipo de galas como las que celebra Unicef?

—Todo lo que sea apoyar a este tipo de entidades me parece perfecto. Unicef se esfuerza por sacar adelante muchas vidas y no hay que olvidarse nunca de que, por encima de todo, estamos tratando con seres humanos, por lo que debería importarnos un poquito más la gente que está a nuestro alrededor y que, tal vez, requieran nuestra ayuda. Por eso son tan importantes este tipo de galas que nos hacen cuestionarnos la realidad.

—¿Cuál es el mayor reto al que se enfrenta un mago?

—Cada mago guarda su propia opinión, sin embargo, yo pienso que lo más complicado de todo es agradar al público. Y es que si fracasas en eso, todo lo demás no vale. Y agradar no es precisamente una labor sencilla, porque, en la mayoría de los casos, cuando llegas a un sitio no tienes idea de cómo es el público que te espera, lo que complica aún más tu tarea.

—¿Qué hay en la sonrisa de un niño que la hace tan especial?

—La sonrisa de un niño es el motivo principal por el que la mayoría de los magos se meten en este mundo. Observar la cara de felicidad de los más pequeños no tiene precio y acabas haciendo lo que sea para que ellos disfruten del espectáculo y pasen un buen rato. Yo, que particularmente además de ser ilusionista también hago de payaso, si tengo que comerme un piano para que un sólo niño sonría, lo haría sin lugar a dudas. Además, es más mágica la sonrisa de un niño que la que soy capaz de crear yo.

—¿Cree que a día de hoy cuesta más sorprender al público?

—Por supuesto, y al que más cuesta sorprender es al propio niño. Los niños tienen la características de expresar sin ningún tipo de problema ni remordimiento lo que piensan y, sí se aburren, así te lo hacen saber. El público adulto se queda mirando aunque no le agrade el espectáculo por respeto, lo que no pasa con los más pequeños. Por esa misma razón, gran parte del espectáculo está dedicado a animar y realizar juegos de participación que sean el objeto de mira del niño.

—¿Está bien valorada la profesión de mago?

—Afortunadamente, en España se está empezando a cambiar un poco la forma de pensar con respecto a esta profesión y gran parte de eso la tienen las galas y eventos de este tipo que se organizan. Y es que, ser mago es un orgullo y un privilegio.

—¿Cuál sería su consejo para las personas que quieran dedicarse al mundo de la magia?

—Que no pierdan esa ilusión que te lleva a decidirte por ese mundo; que estudien, lean y se instruyan como es debido, buscando los puntos de referencia adecuados. Es muy importante tener claro cuál es tu objetivo en la vida y perseguirlo hasta el final. Pero, ante todo, que tengan siempre en mente la palabra perseverancia. Con ello, todo resulta más sencillo.