Que nadie se haga cruces. Sin embargo, la mayoría de los curas zamoranos han oficiado, en la liturgia eucarística –durante la consagración de los dones, lo que da lugar a la Transubstanciación–, con «el mismo vino que se ha utilizado en el Vaticano para la misa» durante años y años. Todo tiene una explicación: los sacerdotes diocesanos adquieren ese mosto, que varía entre 11 y 15 grados, a la casa "De Muller", asentada en Reus (Tarragona), que fue «la proveedora pontificia» hasta hace nada. Si se tiene en cuenta que la diócesis dispone de 304 parroquias, aunque la escasez de presbíteros impide que en todas se celebre diariamente el memorial por Jesucristo, se calcula que el "consumo" anual de esa mistela asciende, aproximadamente, a 3.500-4.000 litros.

El vino que la Iglesia Católica utiliza en la misa –otras confesiones cristianas también emplean los caldos en sus ceremonias religiosas– tiene unas características muy definidas: es muy dulce, se halla elaborado con una uva de gran riqueza en glucosa (como la variedad garnacha) y su graduación suele ser alta. La Sagrada Congregación para la Disciplina de los Sacramentos y la Liturgia establecen unos procedimientos y unas normas… de religioso cumplimiento. Existen algunas bodegas que producen este vino para la Iglesia. La más destacada es, probablemente, la catalana, especializada –desde su fundación, en 1851– en esa elaboración: alcanza, anualmente, los 600.000 litros, que distribuye por todo el mundo. En Castilla y León, algunos monasterios han dedicado sus laboreos a la vid y al vino, y, así, también se han constituido en suministradores de esa mistela a las parroquias de su entorno.

También es tradición. Más de un siglo de compra y despacho: entre la bodega y el altar. «El vino de misa se vende aquí desde el momento de la creación de la librería», a finales del XIX, explica Luis González, propietario de Semuret, que anteriormente fue bautizada como Librería Religiosa. Abasteció al clero: de todo. Inclusos de imaginería. «Se trata de un caldo completamente puro. Y debe consumirse dentro de un periodo de tiempo. Es muy fuerte y, según dicen, exquisito», añade. El presidente de Azal aporta otro dato: «si está frío, puede convertirse –así parece ser– en un refresco excesivamente peligroso». Avisa, aunque es de creer que los interesados también comulgan con la advertencia. En la actualidad, se presenta «envasado en garrafas de cinco litros, de plástico. Anteriormente, venía en pequeñas vasijas de cristal, forradas de paja, de mayores dimensiones».

Las ventas resultan escasas. Decrecen los misacantanos, envejecen los oficiantes. «Al mes, pueden ser 15 garrafas. Esto es: 75 litros». Las transacciones han descendido mucho en los últimos tiempos. Si hay menos sacerdotes, también se celebran menos eucaristías. «Resultaban muy superiores hace varias décadas». Esto del laicismo, ¿se ha subido a la cabeza de algunos?, a lo mejor es bebida mala. Acuden sacerdotes de la capital y de la provincia a Semuret. «Vienen, asimismo, algunos párrocos de la diócesis de Astorga. Esporádicamente, se presentan curas de pueblos de León». El vino de Reus, ese antiguo proveedor pontificio, con Denominación de Origen, llena los cálices zamoranos. Para otros deja, en cuanto a las ventas, las escurriduras. Para los manchegos de Tomelloso, para unos monjes leoneses del Reino ese. «Yo sé», explica González, que «algunos sacerdotes elaboraban antes su propio vino para la misa, al disponer su familia de viñedo. Lo hacían para el propio servicio litúrgico o para alguna parroquia cercana». Esa fue otra vocación que se consumió.

La picaresca (o la desvergüenza) juega, a veces, con lo más sagrado. Luis González recuerda un hecho que confirma esas granujerías, o bribonadas, o pillerías que no llegan a listezas: "De Muller suministraba el vino a través de Renfe, una de las compañías que ha dejado a Zamora en vía muerta. «Lo embarcaban en un tren, que se detenía en distintas estaciones. Llegaba a Valladolid, y desde allí se dirigía a Zamora. Todo eso obligaba a efectuar varios transbordos». Un sacerdote, por lo visto David de las Heras, comentó al librero que «el vino venía muy raro». Tenía otro sabor. «Le contestamos que formulase las denuncias que considerara oportunas. Y, así, se descubrió que, en varias paradas del tren, algunas gentes rompían el lacre de las garrafas, sacaban cierta cantidad de vino, rellenaban con agua lo hurtado y volvían a cerrar y lacrar... La denuncia resultó efectiva». No se sabe bien si fueron muchas las misas "aguadas", pero sí que los émulos de Lázaro de Tormes acabaron ahí su carrera, sus fortunas y adversidades.

De Tarragona y, también, de San Román de Hornija (Valladolid) y de Valencia. La Librería Diocesana, ubicada actualmente en las instalaciones del Seminario Menor San Atilano, también es proveedora de vino de misa a los sacerdotes de la diócesis. El caldo de los viñedos vallisoletanos es envasado por las Bodegas Moya Gómez. Se presenta en garrafas de dos litros, y se vende al precio de 10 euros. La cosecha del caldo mediterráneo se ofrece en botellas de cristal, de ¾ de litro, a 4,50 euros. Este vino de consagrar, también con Denominación de Origen, tiene 15 grados. Eso también explica, posiblemente, el incremento de precio. Esta Librería, excelentemente surtida de volúmenes y autores, vende «50 litros de promedio al mes». Parca cantidad.

Las dos librerías zamoranas despachan, aproximadamente, 1.500 litros al año, lo que puede representar el 50 por ciento del total. Porque algunos sacerdotes optan por obtener ese vino a través de otras vías, también sanctas, como pueden ser la adquisición de algún caldo zamorano de marca, de buena calidad (¿acaso el toresano no fue cantado por el Arcipreste de Hita, en el XIV?), y «otros lo elaboran sin intermediarios», se insiste. Si para las cuentas se utilizan otros métodos, el resultado varía ligeramente. Pero sólo levemente. No resulta fácil efectuar una estimación con exactitud. Y tampoco existen estadísticas oficiales. Se calcula, no obstante, que el clero zamorano consume entre 3.500 y 4.000 litros de vino en el oficio de la misa. Y amén.

Misas: 365 al año. Esas, o alguna más, celebra un sacerdote. La actualización del Sacrificio de Cristo, tan central entre las conmemoraciones de la Iglesia, requiere la consagración del pan y del vino, que se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Un presbítero consume, aproximadamente, como media, 24 litros de vino en las eucaristías a lo largo de esos doce meses. En la cantidad que se sirve en el vaso sagrado, hay variaciones. Así, algunos curas diocesanos estiman que lo adecuado es «medio cáliz». No constituyen la mayoría. Esta, por el contrario, considera que debe ser «algo significativo», no más. O sea: Mucho menos que los primeros, tal vez unos exagerados.

Del desarrollo del producto de la vid a causa de los cenobios a las escurriduras de las vinajeras

El producto de la vid –dicen que ya se obtenía durante el Neolítico, y Hesiodo habla del mismo, allá por el siglo VIII antes de Cristo, en "Los trabajos y los días"– alcanzó un gran desarrollo a causa de la difusión del cristianismo. Los monasterios dispusieron de amplios viñedos, que cultivaban. Viticultura y vinicultura fueron bien conocidas por los cenobios. Estos contaban con medios para elaborar el vino, que utilizaban para la celebración de la misa y para el consumo de la dieta alimenticia. Ha variado la tecnología en algunos aspectos, como el prensado, la fermentación y el embotellado, el color y los tipos. Permanecen, sin embargo, sus usos: religiosos, culinarios y medicinales. Antes y ahora, muchos adoran a Baco y a Dionisio. Otros comulgan con El que vino a redimir. Y lo estableció en su Ultima Cena, ante los doce, que de verdad eran once.

Y las vinajeras: ésas dos jarritas que «contienen el agua y el vino que se emplean en la misa», en palabra ortodoxa. Algunos de esos recipientes, con formas distintas, presentan un gran interés. Incluso alcanzan el artístico. Los antiguos monaguillos recuerdan, sin embargo, lo de "escurrir las vinajeras". Ocurría tal cosa en las fechas señaladas. Fiestas de guardar y de celebrar por todo lo alto, con predicador venido de la capital y "misa de asistencia" (concelebrada). Era el momento: el párroco autorizaba a los monagos, que ayudaban a misa, a aprovechar el buen vino –poco más que unas gotas– que restaba en las vinajeras, pues no había sido utilizado en la consagración litúrgica… Y aquello sabía a gloria. Aunque no se les subiera a la cabeza.