Para Sergio García Pérez

con mi promesa de que no

será ésta la última historia

que le cuente.

"Oigo, Patria, tu aflicción

y escucho el triste concierto

que forman, tocando a muerto,

la campana y el cañón"

Con estos versos empieza Bernardo López García su oda conmemorativa del Dos de Mayo; pero el poeta jienense no limita su musa a exaltar los héroes madrileños de ese día. Extiende sus once décimas a todo el tiempo que los franceses ocuparon el territorio español y enaltece a cuantos lucharon por defender su independencia. Estos versos, más sentidos que brillantes, de similar calidad y casi idéntico título que los escritos sobre el mismo tema por el zamorano Juan Nicasio Gallego, sirvieron durante años para que los maestros fomentaran en sus alumnos (que fuimos los nacidos en la posguerra) la memoria como cualidad del intelecto y el patriotismo como sentimiento de nuestro espíritu. Ahora que ambas condiciones se consideran faltas sancionables, una por la moderna pedagogía, y la otra por la adaptación política imperante, vienen a mi recuerdo mezclándose con las noticias del segundo centenario de la ocupación napoleónica de nuestra ciudad y parte de su provincia. Con este préstamo del poeta y con las noticias que aporto, trato de rendir mi homenaje particular a los cientos de zamoranos que la sufrieron y que, contando con méritos suficientes, nunca pasaron a los libros de historia por haber carecido de poeta que rimara sus hazañas o de escritor que narrara sus actos en prosa llana.

Por la parte de esta guerra que atañe a Zamora, se han pronunciado conferencias y redactado artículos que no han agotado el tema planteado principalmente en dos libros: La "Memoria Civil y Eclesiástica …" escrito por Cesáreo Fernández Duro (sobradamente conocido) a finales del s. XIX , y "Zamora en Tiempo de la Guerra de la Independencia" que escribió Rafael Gras de Esteva, profesor de Historia, entre otros, del instituto de Zamora, a principio del s. XX. Pese a ser únicos los hechos acaecidos y tratar de atenerse a ellos ambos autores, las fuentes documentales utilizadas por cada uno tuvieron diferente motivación por lo que, a veces, dan lugar a versiones completamente opuestas. Su contraste daría lugar para un tercer libro que fijara lo más aproximado a la verdad. Doctores tienen las cátedras de Historia …

Mis apuntes no aspiran a tener la trascendencia que gozan los libros citados, ni tratan, siquiera, de alcanzar la gloria efímera de los conferenciantes o articulistas que con tanta fortuna nos han ilustrado. Desean, simplemente, servir de apoyo a otros escritores que quieran completar la historia de aquellos años de ocupación napoleónica. Son simples notas de los datos hallados en una treintena de protocolos notariales elegidos aleatoriamente entre los más de quinientos, de esa época, que guarda el Archivo Histórico Provincial y un elevado porcentaje de los libros parroquiales conservados en el Archivo Diocesano. Aunque algunas de las informaciones aportadas son conocidas por muchos adictos a la investigación, creo que su publicidad ha sido escasa, cuando no, nula. Omito su signatura documental para no hacer farragoso el artículo; pero la pongo a disposición de cualquiera que esté interesado por conocerla en isauroperez@hotmail.com. Estos datos, unidos a los aportados por los documentos expuestos en la exposición organizada por el Archivo Histórico Provincial, los ofrecidos en primicia por José Muñoz Miñambres en su "Historia Civil y Eclesiástica de Zamora", y los más recientes publicados en La Opinión por Cecilio Vidales sobre los expolios causados por los invasores en la Tierra del Pan, ayudarán a conocer el desarrollo de esa contienda en nuestra provincia y la vida de los zamoranos en el periodo que vieron sus calles, plazas, cuarteles y conventos ocupados por soldados de

"Aquel genio de ambición

que, en su delirio profundo,

cantando guerra hizo al mundo

sepulcro de su nación"

Pobres soldados que, tras haber corrido en triunfo las tierras de Europa y Africa, acabaron su carrera entre barro español, o la tomaron con mayor velocidad para salir de la península. No trataré de ensalzar el triunfo ni la derrota de unos u otros porque, como tantas veces se ha dicho, las guerras no las gana nadie, todos resultamos perdedores. Rectifico: No todos los que intervienen resultan perdedores, siempre aparecen los aprovechados, chupópteros de la peor calaña, generalmente no combatientes, que sacan sustanciosas ganancias de los sacrificios ajenos. De no existir ellos y algunos otros exaltados por inspiración divina o patriótica, hace tiempo que este jinete apocalíptico habría desaparecido de nuestras vidas.

El hecho de Villagodio y la ocupación francesa de la ciudad

Los sucesos ocurridos los días 5 y 6 de enero de 1809 en Monfarracinos y Villagodio son sobradamente conocidos, lo que nos ahorra su relato. Del segundo queda memoria en un monolito situado junto al puente, que, con su leyenda, más que recordar a los héroes parece destinado a perpetuar la confusión de los tiempos.

El suceso bélico debió de resultar una partida de caza para las fuerzas conjuntas de los generales Pierre-Bellon Lapisse y Pierre-Honore-Anne Maupetit tras los atrevidos zamoranos, malamente armados y con nula disciplina militar. Sobre él cabe realizar algunas reflexiones:

No parece explicable por ningún manual de táctica o logística militar que las piezas de artillería se desplazaran por delante y sin protección de la infantería. Esta situación sería imperdonable en cualquier ejército y, más aún, en el imperial. ¿Por qué no podemos pensar que los pobres artilleros y sus cañones fueron el cebo utilizado para forzar la salida de los zamoranos y justificar el ataque a la plaza?

Hablan los libros de "130 muertos y muchos heridos y prisioneros" entre los zamoranos. Los franceses, dueños del campo de batalla, permitieron recoger a los muertos españoles y enterrarlos en el lugar de la escaramuza; pero esto no fue obstáculo para que los familiares de algunos de ellos les hicieran las honras fúnebres de costumbre aunque con cierto retraso. Así lo refleja el párroco de S. Vicente, Juan Pérez Merino, cuando escribe "murió en el ataque de los franceses al Puente de Villagodio, y sus cercanías Francisco Cano, marido de Isabel Fernández". Le hizo entierro en esa parroquia en el mes de febrero, pese a ser "sepultado en las cercanías de dicho campo". El mismo día anota: "D. Manuel Rodríguez Justo, presbítero, murio en el Ataque de los franceses al Puente de Villagodio" "En cuyas cercanías fue sepultado su cadáver". Había testado dejando por heredera a su criada, Catalina Fernández. Con similar retórica se refiere a Andrés Nogales, marido de María Vaquero que, pese a enterrarlo en las cercanías del puente citado, pagó (voluntariamente, eso sí) 100 rs. por los derechos del rompimiento de su sepultura, no realizada en la parroquia.

Después de revisar uno a uno los libros de las 27 parroquias zamoranas que había en aquel tiempo, de esos 130 muertos que apuntan los libros, sólo hemos encontrado el entierro o funeral de estos tres valientes. Es humano pensar que, con los franceses en casa, muchos párrocos no se atrevieran a anotar la procedencia de los difuntos a los que dedicaban las honras fúnebres que celebraban. Sólo el de S. Vicente consignó con claridad la circunstancia. Podría pensarse que no llegaron a realizarse las oraciones fúnebres de los otros difuntos pero eso repugna a las costumbres de la época y contradice las noticias que aporta el pleito promovido por Miguel Pérez, vecino de San Frontis, contra su cuñado, Manuel Sánchez. En el otorgamiento de poder al procurador de la causa, nos cuenta que un tercer cuñado, común a ambos, Fabriciano de la Calle, antes de partir para la batalla de Cabezón dejó dispuesto que Manuel cuidara de sus bienes, y, si no volvía de la guerra, los repartiese entre las tres hermanas que dejaba. Fabriciano "no volvió, como otros muchos, de aquella acción, y aunque a todos se les ha considerado muertos, y como a tales se le han hecho sus funerales…". Si los desaparecidos en Cabezón tuvieron su honras fúnebres pese a la distancia que podría extender dudas sobre la veracidad de su muerte, con mayor razón debemos pensar que las recibieran los fallecidos en Villagodio, sobre cuyo fallecimiento no cabría duda alguna.

Tras estas reflexiones, nos inclinamos a creer que la falta de anotaciones en los libros parroquiales tienen su causa fundamental en que el número de muertos en Villagodio no alcanzara los 130 que cita la autolaudatoria "Manifestación" elevada al Rey por nuestro Ayuntamiento en 1815. Otro dato favorable a ésta teoría es la ausencia de crecido número de memoriales presentados por los familiares de los finados solicitando recompensas al finalizar la guerra. Un último indicio que puede reafirmar la hipótesis, viene dado por el hecho de que todos los restos recuperados tres años más tarde pudieran ser enterrados en el hueco donde, normalmente, sólo se enterraba una persona. Aunque tres años es tiempo suficiente para producirse la descomposión de muchas partes corporales, este efecto quedaría compensado por los acúmulos de tierra y ropas que acompañarían a los huesos hallados.

Así está anotado el 6 de octubre de 1812 por el párroco, D. Jerónimo Pastor, en el obituario de la parroquia de San Juan de Puerta Nueva, cuando dice que se enterró "grada abajo, en la sepultura del numero cuarenta i tres a todos los huesos que pudieron ser hallados en los campos de Villagodio, de todos los celosos i buenos españoles que en él murieron el día seis de enero del año pasado de mil ochocientos i nueve, en defensa de la Patria i Religión, i a impulsos de la tiranía i crueldad de los franceses" En tan discreto lugar permanecen, ignorados, los restos de esos héroes cubiertos por la losa número 43, en la iglesia parroquial zamorana.

"En la tumba descansad …

que, hasta que España sucumba,

no pisará vuestra tumba

la planta del extranjero"

isauroperez@hotmail.com.