El emperador galo apeló el Tratado de San Ildefonso, que sellaba la alianza hispano francesa, para reclamar a España el envío de 14.000 hombres de escogidas tropas que debían acudir a Alemania con el objetivo de guarnecer las costas del mar Báltico y aumentar el bloqueo económico al que quería someter a Gran Bretaña. En tierras germanas quedaban los únicos puertos en los que los ingleses podían comerciar.

La maniobra de general francés encerraba otros fines: la salida del Ejército facilitaría la anexión de España y desprotegería el reino de Etruria, en la Toscana italiana, en cuyo trono se sentaba un Borbón, nieto de Carlos IV. El emperador ansiaba ese reino para su hermana Elisa. En aquel estado ficticio se encontraba el Regimiento de Zamora junto al batallón de infantería ligera de Cataluña, el Regimiento de Guadalajara, el de caballería de línea del Algarbe, el de Dragones de Villaviciosa y una compañía de artillería. En total, 6.140 hombres que recibieron la orden de marcha del ambicioso Godoy, que esperaba así convertirse en soberano de algún otro terreno caído bajo el yugo napoleónico. Comandaba la división el general de origen irlandés Juan Kindelán, segundo del comandante en jefe de lo que sería la División del Norte, Pedro Caro y Sureda, marqués de la Romana, quien añadió más soldados a la expedición.

Finalmente, cerca de 9.000 hombres atravesaron Europa desde tierras españolas. Zamora tomaba así parte activa en la guerra más larga de la historia española, la que se acabaría declarando contra Dinamarca y que duraría 172 años, ya que la paz oficial por parte de España no se produciría hasta 1981

Las crónicas de los historiadores recogen el asombro de los habitantes de más allá de los Pirineos al paso de aquellos hombres «de rostro altivo y paso vivo, pequeños, de ojos vivos, muy morenos y con los dientes muy blancos. Los soldados portaban consigo tartanas con la impedimenta y un alto número de mujeres y niños». La presencia de la familia de los soldados era habitual en las campañas militares de otras épocas. Las mujeres preferían arriesgarse a las penurias de la guerra a permanecer durante años sin la presencia de sus esposos. Los españoles exportaban costumbres que eran absolutamente novedosas para los moradores de las tierras del norte, como fumar cigarros en lugar de tabaco en pipa, como solían hacer los europeos.

Las tropas de Zamora partieron hacia su nuevo destino en abril de 1807 y hacia finales del mes de julio entraron en combate en la Pomerania, defendida por los suecos. El valor demostrado por los adscritos al regimiento zamorano despertó la admiración del mariscal francés Juan Bautista Bernadotte, quien tomó para su guardia personal a 100 granaderos escogidos de aquella tropa. Durante la marcha, la vida de los soldados españoles transcurría apaciblemente. En las paradas, llamaban la atención «por su marcialidad y flamante vestuario». La expedición, una vez reunida en la ciudad de Hamburgo, permaneció en la población como servicio de guarnición durante el invierno de 1807-1808, bajo el mandato de Bernadotte.

Frente a lo que ocurría con el resto de aliados, que permanecían meses sin cobrar su salario, los españoles recibían religiosamente sus asignaciones y despertaban la simpatía de los lugareños a pesar de que, al principio, «los españoles tenían frecuentes incidentes ocasionados por el contraste entre su carácter vehemente e impulsivo con el reflexivo y lento de los naturales del país». Pero pronto se hicieron populares hasta el punto de que, como señalaría el capitán de Cataluña, Dionisio Vives, «preferían tener diez españoles alojados antes que un francés, holandés o italiano». El Regimiento ya había provocado las alabanzas del rey de Baviera a su paso por Maguncia: «A la vista de esta tropa, comprendo las grandes hazañas de Carlos V», había afirmado el monarca alemán. Los hamburgueses se desvivían en atenciones hacia sus obligados huéspedes sin reparar en que estos eran los aliados de quienes habían causado la ruina del floreciente comercio de la ciudad.

Transcurrían los meses y en España se avivaba la tensión que

dio origen a los episodios de 1808. Napoléon temía que llegara a oídos de los soldados españoles el estallido de lo que sería la Guerra de

la Independencia, y en julio de

ese año les da la orden de internarse en Dinamarca.

Los daneses, aliados de Francia, habían declarado la guerra a Suecia, quien se negaba a apoyar el bloqueo marítimo a Gran Bretaña. Las tropas españolas son diseminadas y el Regimiento de Zamora es enviado a Jutlandia. Para entonces, lo que está ocurriendo en España es un secreto a voces. Oficiales del Regimiento, que han presenciado el levantamiento del 2 de mayo, han llegado de España para dar cuenta al marqués de La Romana. Este, pacta secretamente con los ingleses y se propone reunir la tropa para regresar a combatir a España, pero debe guardar celosamente sus planes para no ser descubierto, lo que ocasiona innumerables tensiones con la soldadesca, que no se fía del marqués. Mientras, Bernadotte, temeroso de que estallara una rebelión, ordena que el ejército español desplazado a Dinamarca jure fidelidad al rey impuesto por Napoleón en España, su hermano José Bonaparte. En Jutlandia, el general "afrancesado" Kindelán obtiene el juramento bajo engaños, asegurando a los soldados que sus compañeros ya han prestado declaración de fidelidad al nuevo monarca. Los regimientos de Asturias y Guadalajara, desplazados a la isla de Zelanda, en cambio, se amotinaron y marcharon hacia Copenhague, obligando al propio rey danés a intervenir. La superioridad numérica de los daneses provoca la derrota y los españoles quedan aislados de sus compañeros. Aquellas tropas nunca volverían a España.

En Jutlandia, los sucesos tomaron derroteros bien distintos. Allí es donde los zamoranos escriben una de sus páginas más gloriosas, mandados por el coronel Vicente Martorell y Valdés. En España la Junta Suprema, en representación del rey Fernando VII en el exilio, reunida en Sevilla el septiembre de 1809 acuerda declarar la guerra a Dinamarca para confirmar la alianza con los británicos en la lucha contra Napoleón.

El Regimiento de Infantería de Zamora, para poder embarcar rumbo a España tenía que cruzar el estrecho del Gran Belt, entre las islas de Funen y Zelanda. En la isla de Funen estaba, además, la mayor fuerza de resistencia francesa y debían recorrer con toda urgencia la parte sur, de terreno quebrado y cubierto de bosques para tomar la plaza y el puerto de Nyborg.

Lo consiguieron con una marcha en la que, andando y combatiendo, «recorrieron 18 leguas en 21 horas y venciendo con ello la resistencia enemiga, las dificultades del terreno y el agobio del tiempo, lograron que su presencia en Nyborg fuese oportuna y decisiva». Ni siquiera la superioridad de los franceses pudo con el coraje de los españoles, que rechazaron todos los ataques hasta que la Escuadra británica atracó y pudieron embarcar para regresar a España. En el barco de vuelta se contaban 8.981 hombres, de los 1.652 hombres de tropa y 58 oficiales pertenecían al Regimiento de Zamora. En el pasaje consta también un grupo de civiles formado por 116 mujeres, 67 niños y 49 criados. De aquella arriesgada aventura quedan testimonios como los grabados hechos por daneses que representan todos los uniformes de la División española y en los que aparecen hombres vestidos con atuendos tradicionales de Zamora. La simpatía generada por aquellas tropas perdura entre los daneses a los que, paradójicamente, la guerra les ayudó a descubrir la calidez del sur.

El mismo escudo que la ciudad

El regimiento de Zamora nació el 30 de abril de 1580 cuando Felipe II organizó con habitantes de la ciudad de Zamora un tercio para combatir por la defensa de los derechos de Portugal.

El Escudo está inspirado en el de la ciudad y el Regimiento tiene como sobrenombre "El Fiel"

Un soldado de los antiguos tercios halló enterrada en una isla holandesa una imagen de la Inmaculada Concepción, que se convirtió en patrona del Regimiento.