Crujirse los dedos es una costumbre diaria para miles de españoles. Un tic que libera tensión para algunos pero que para muchos que lo escuchan se puede convertir en un suplicio. ¿Qué hay de malo en este hábito de chascarse las falanges de los dedos de las manos? Lo cierto es que hay opiniones para todos los gustos.

El presidente del Consejo General de Colegios de Fisioterapeutas de España, Miguel Villafaina Muñoz, considera que es "casi seguro" que exista una relación entre dicha costumbre y la posterior aparición de la artritis, aunque la controversia en torno a este asunto es mucha.

Así, por ejemplo, el servicio de Medicina Interna del Hospital Mount Carmel Mercy de Detroit ha elaborado un estudio en el que descartaba una relación especial entre crujirse los dedos y el debilitamiento de los huesos.

Cuando se crujen las falanges de los dedos, se disminuye la presión del interior de la cápsula articular, lo que causa que los gases que están en ella (oxígeno, nitrógeno y dióxido de carbono) quedan liberados en la cavidad de la articulación y provocan el ruido de ese chasquido tan característico. Esta situación puede producirse también en las articulaciones de los pies, aunque no de manera voluntaria.

El gran riesgo está en la reiteración

Según Villafaina, el gran riesgo está en realizar de forma reiterada este gesto, lo que puede iniciar un proceso degenerativo que acabe en artrosis, según destacaba a la agencia Europa Press el pasado año. Asimismo, indica Villafaina, existen efectos secundarios, que se corresponden con la debilidad muscular, la inflamación y el dolor articular.

Si esta costumbre está asociada a algún episodio frecuente de ansiedad, es conveniente acudir a algún especialista que ayude a recurrir a una solución alternativa en momentos de estrés.

El hábito de crujirse los dedos también deja episodios curiosos. El médico californiano Donald Unger obtuvo en 2009 el premio 'Ig Nobel', el galardón que reconoce lo "inusual" y lo "imaginativo" en la ciencia, tras analizar el estado de sus articulaciones después de crujirlas durante 60 años todos los días. Según Unger, sus dedos funcionaban igual que siempre y no presentaba ningún síntoma de artritis.