Rosa Oriol no se define feminista. Sin saberlo, ha hecho más por la normalización de la vida profesional y social de la mujer que muchas que se reivindican con elaboradas razones y argumentos incontestables. A los 65 años se define como una persona que ha aprendido a ser feliz a fuerza de madurar y de analizar cada paso que daba, superar cada dificultad y desprenderse de preocupaciones sin fundamento.

Se casó a los 18 años y al mismo tiempo empezaba a trabajar junto a su marido, Salvador, y sus suegros, en la joyería que estos tenían en Manresa, el municipio de ambos ("ponga pequeña ciudad, que si no mis paisanos se enfadan"). En un plazo de seis años nacieron sus cuatro hijas.

"Trabajábamos tanto que no teníamos tiempo para tonterías como fijarnos en si me ha mirado mal o me ha dicho esto o aquello". Y por eso, cree, siguen juntos y en armonía más de 45 años después. No ha sido fácil. Pertenece a una generación, puntualiza, que cuando iba a las ferias de joyería ni siquiera la escuchaban, sólo por ser mujer; "por lo menos, hasta que hacías un buen pedido, y a partir de ahí, señora Tous por aquí, señora Tous por allá. Todavía no me he acostumbrado". Y no sucede sólo con comerciantes de países poco avanzados. "Aún nos encontramos a veces con esas actitudes en la feria de Tucson (Estados Unidos), a la que llevamos dos décadas asistiendo".

Le cuesta generalizar hablando de hombres. Es que, explica, siempre ha estado rodeada de mujeres: dos hermanas, cuatro hijas, mayoría femenina en su empresa... Y un marido, hijo único, al que no se puede considerar machista, "excepto por una corta temporada €recuerda€ en que le vi unas actitudes un poco extrañas, influenciadas por alguien que empezó a trabajar con nosotros. Le dije: ´Salvador, te estás volviendo muy machista y no me gusta nada´". Cambió, y mucho.

"Ahora ayuda en la casa e incluso se hace la maleta cuando tiene que salir de viaje", algo que Rosa Oriol exhibe como un triunfo. "Al cumplir los 50 tuve una profunda crisis motivada por una conjunción de cosas, sentía que quería hacer sólo lo que me apeteciera", sentirse libre. "Una psicóloga me aconsejó hacer una lista con decisiones que tienes que tomar a medida que te haces mayor". Una de ellas era "enseñar al hombre a hacer cosas que necesitará si tú no estás", una muestra más de su generosidad.

Emprendedora y, ahora sí, segura de sí misma, no está desprovista de cierta ingenuidad bondadosa cuando habla de su marido. "No digo que no hayamos discutido, pero hemos estado muy compenetrados y siempre me ha animado a desarrollar talentos que yo tenía escondidos. Eso es lo que debe ser la pareja". Él se ocupaba de los números, y ella, de aplicar las dosis de imaginación y creatividad imprescindibles para elevar una pequeña y convencional empresa familiar de joyería a la categoría de multinacional. "Al principio vacilaba mucho, pero no paraba de proponer innovaciones en el negocio, a las que nunca ponían peros". En la empresa todo era a medias; en casa, no tanto.

Pero no es en absoluto beligerante con el género masculino, y hay que pincharla un poco para conseguir alguna recriminación sobre su marido. "A veces tengo la impresión de que se apropia de ideas que le he expuesto antes yo, algo que los hombres tienden a hacer"; poco más que alegar. "De él he aprendido que no hay que preocuparse por anticipado de las cosas, lo que me ha dado una gran tranquilidad de espíritu y me permite ser ahora una mujer feliz y satisfecha de lo que hemos conseguido". Y aún más loable, confiesa que "me hace ilusión echarle de menos cuando se va de viaje", algo que le ocurrió, para su sorpresa, "hace sólo unas semanas".