Cuentan que cuando los abogados de la editorial Planeta leyeron el borrador de "Un amor de Oriente" pusieron el grito en el cielo. "Ni hablar", le espetaron a la periodista Pilar Eyre (Barcelona, 1951), alarmados ante la más que segura lluvia de demandas de uno y otro lado por lo que esas páginas contaban. Y así Eyre convirtió en novela lo que era una biografía de dos de los personajes más célebres de la historia reciente en España: Julio Iglesias e Isabel Preysler. Ambos acabaron convertidos en Luis Campos y Muriel Krosby. Parece ser que el nombre es lo único que no tienen en común con sus personajes reales, amén del de sus hijos y el título de alguna canción ("Un canto a Galicia" es "Poema a Galicia" y la archifamosa "Gwendoline" es "Katherine"). Todo lo demás, palabra de periodista, es verdad.

Y ahí es donde supuestamente deben empezar los problemas que temían los abogados. Aunque hasta ahora, que se sepa, no los ha habido. Todo lo más, cuentan, a la Preysler no le ha sentado nada bien el libro. Pero ella anda más ocupada y bastante lejos: estuvo por Filipinas, su tierra natal, acompañando en un bolo a su última pareja, el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, quien no sale en el libro porque la novela acaba muchos años antes: justamente cuando "muere" la adolescente e ingenua Isabelita y nace el mito de la Preysler.

De las quejas o demandas de Julio Iglesias, ni están ni se le esperan a estas alturas. Algo que puede sorprender tras leer la novela, porque mientras todo el mundo ha puesto el acento en lo mal parada que sale la socialité, si alguno se tendría que sentir molesto es el cantante. Al fin y al cabo Muriel solo es una joven que se entrega a un amor que sale rana y, al contrario que otras, lo supera, aprende del chasco y decide a partir de entonces tomar las riendas de su vida. Olé. En cambio, Luis Campos es un joven malcriado, machista, egoísta y mentiroso que parece que no entiende nada de que los tiempos cambian y de que una mujer es algo más que un objeto para disfrutarlo en casa y un bonito adorno para lucir en las revistas.

"Un amor de Oriente" se centra en el noviazgo y matrimonio de una joven pareja en la ñoña y puritana España de los 70 en la que, según Eyre, "follar no es que fuese pecado, sino milagro" y "comprar una goma en una farmacia donde poco más te hacían firmar un parte de la Guardia Civil era impensable". Todo lo que se conoce de las biografías de Julio Iglesias e Isabel Preysler coincide. Y lo que hasta ahora se podía suponer, pero nunca se había contado con tantos pelos y señales, se cuenta.

Esto es: él era un joven acomplejado por sus problemas físicos (cojera, enfermizo) e inseguro, que quería ser cantante, algo que en su buena familia y en sus círculos sociales no se acababa de ver bien; ella era una adolescente recatada y llamada a un buen matrimonio a la que sus padres mandaron de Filipinas a España para alejarla de un amor de juventud, y en Madrid acabó liada con el guaperas de turno. Se casaron y ahí empezó un calvario de puertas adentro para ella: él, mujeriego empedernido, pero enamorado hasta los tuétanos de su mujercita, la quería solo para si mismo, le obligaba a estar en casa o encerrada en el hotel en las giras y solo pensaba en que fuera bien tapada, guapa pero bien tapada, y en hacerle hijos. La joven -que no era tan ingenua en la cama como él esperaba, algo que le molestaba pero que pasaba por alto porque el placer es el placer- no se casó tan enamorada como se pensaba, sino que lo hizo por inercia y porque no le quedó más remedio al quedarse embarazada. Al principio se resistía a creer que él le ponía los cuernos y todas sus manías de macho ibérico se las disculpaba porque luego era cariñoso.

Pero por poco lista que fuera -y el tiempo ha demostrado que la Preysler no tiene un pelo de tonta- sabía que a alguien así, tan retrógrado, machista, inseguro, mentiroso y caprichoso, no se le puede aguantar mucho. Cuando ella espabiló, cumplió algún año más y descubrió que por sí sola podía transitar por la vida, le dio largas. En estos casos siempre hay una amiga que sirve de ayuda, y mucho, y aquí aparece Carmencita Martínez-Bordiú, que en la novela figura tal cual y que ayudó a la joven Isabelita a ponerse el mundo por montera y a finiquitar un matrimonio que no le hacía feliz. Risas hay que echarse, por lo que vino después, cuando en algún momento su suegro (para entendernos, el doctor Iglesias Puga) le espeta que lo de las revistas y la fama solo será mientras Luis (Julio Iglesias) esté a su lado y que si lo deja, todo se acabará. Poca puntería tuvo el hombre...

En la novela desmontado queda el sambenito, según Pilar Eyre, que siempre le han colgado a la Preysler sobre su interés económico para elegir a sus parejas. Cuando le da pasaporte al cantante, éste acaba de firmar un contrato multimillonario con una gran discográfica. Tantos ceros en el talonario solo eran sinónimo de una jaula de oro. Y ella quería libertad. Además, empezaba a darse cuenta de su potencial y de que por sí sola tenía mucho que decir.

Era 1971. Ya tenía encandilado a un marqués dispuesto a casarse con ella y a criar a sus tres hijos como si fueran suyos propios. Un marqués, con poco dinero, por cierto, y que empezó a ser famoso por colgarse a la Preysler del brazo.

Lo que vino después es historia conocida: todo un superministro socialista acabó convertido en el marido de la Preysler y un Nobel de Literatura lleva el mismo camino. Que no al revés.