El periodista Josep Sandoval recoge en su primer libro, 'Dime con quién vas', las mil peripecias que ha vivido con gente famosa a lo largo de su dilatada carrera profesional. Las relaciones, no exactamente de amistad, como el propio autor puntualiza en estas páginas, le han llevado a situaciones curiosas, divertidas y en ocasiones entrañables, especialmente cuando algún personaje público deja paso a un ser humano más vulnerable de lo que podría pensarse.

Tita Cervera

Los silencios se alternaban con frases educadas, opiniones pictóricas (…). Luego, de nuevo en el suelo del salón, empezaron las confidencias. Seguía el champán campando a sus anchas. Y el silencio fue prefacio de interioridades de esas que sólo se hacen cuando la confianza prima entre los contertulios. Pero allí los amigos eran José María y Leo, sobre todo Leo, que guarda todos los secretos de Tita Cervera (un arsenal). Pero Obiols ni sabía de Tita, ni le interesaba, y conmigo la baronesa no mantiene más que una cordial relación.

Nada hacía presagiar todas las cosas que se desparramaron en el salón. No eran las burbujas; todos los allí presentes estamos acostumbrados a degustar caldos y nunca son pretexto para contar lo que no queremos, Tita, tampoco. Pero estaba ella en esa necesidad de compartir sus secretas intenciones. Habló de su nuera largo y tendido, jamás en términos halagadores, ni mucho menos. Mostró mensajes en el móvil, fotos de todo tipo, un trastero de sensaciones que a mí no me interesaban por: a) no lo iba a usar para mis artículos, pues no suelo tocar interioridades familiares; b) no soy amigo de la baronesa a ese nivel tan personal; de hecho, era algo que ella sólo podía hablar con Leo.

Tita luchó mucho por un erario que está dispuesta a pasar a su hijo, pero jamás permitirá que lo usufructe su nuera, aunque eso es algo que ella no podrá impedir porque aceptar lo primero lleva implícito lo segundo. Allí estaba yo, sujeto paciente de una situación de soledad que nuestra protagonista tenía necesidad de compartir con alguien. Y ese era yo.

Sylvester Stallone

El que pecó de ingenuo fui yo, en pleno Rodeo Drive de Los Ángeles, en la fiesta de apertura de Planet Hollywood. Sentado entre Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger (y sus propias), ofrecí a este mi mechero (de plástico, Bic) para encender su purito (estilo robusto). A mí me había ofrecido otro. Tras mirarme con desprecio, sacó su encendedor (oro en barra, brillantes), prendió fuego al suyo y dejó que yo usara el mío. Stallone rió complacido.

Antonio Banderas

Y otro tanto ocurrió cuando (sigo con mi ingenuidad) Antonio Banderas logró que un policía me devolviera el pasaporte cuando crucé la calle por un lugar no autorizado frente al teatro donde representaba Nine. Minutos antes también lo había hecho Melanie Griffith desde el teatro de enfrente, donde ella protagonizaba Chicago. El policía me arrancó el pasaporte del bolsillo superior y me amenazó con llevarme a comisaría. La intervención del actor malagueño fue decisiva. En América pasan cosas de estas.

Steven Spielberg

Steven Spielberg pasó un par de horas largas mostrándome su particular museo del holocausto que ha montado en el jardín de su despacho, instalado en los estudios Universal de Los Ángeles, una réplica de su rancho de Phoenix para que trabaje a gusto. Luego cogió las llaves del coche y se fue a conducir "45 minutos", me dijo, el tiempo que emplea en relajarse.