Hoy en día, no sé si habrá algo de más valor que un puesto de trabajo. Más aún si tiene garantía de fijeza y el aval público. Uno de esos puestos, en expresión moderna y significativa, "te soluciona la vida". En la empresa privada los puestos se dan a quien estima el empresario. Es un derecho indiscutible, puesto que el dinero que paga los salarios sale de su bolsillo. Allá él, por tanto, si se arriesga a la ruina contratando ineptos. Es su problema. Otra cosa es si hablamos de lo público, de las administraciones, de cuanto organismo funciona, no con el dinero de quien lo preside, sino con el que todos aportamos. Ahí no se puede permitir que vayan a su bola en las contrataciones los eventuales responsables; por eso, porque son eventuales y porque el dinero en juego no es el suyo, sino el nuestro. Por eso mismo, es intolerable que intenten colocar a los suyos. Deben colocar a los nuestros, a los que queramos los que ponemos el dinero que, puesto que somos todos, son todos los que quieran presentarse a la preceptiva prueba. Y como todos no pueden entrar, es de lógica que exijamos que se prime a los mejores, a los más capaces, a los más listos. Por la cuenta que nos tiene, puesto que se van a ocupar de nuestros asuntos.

A la luz de lo anterior, cuando salta algún chanchullo en pruebas para puestos de trabajo públicos en cualquier administración, hay que ser serios y exigir castigos. No es un tema para risas, para encogerse de hombros y decir:

- Bueno, ya se sabe lo que pasa en esa institución. Siempre ha sido así y departamentos hay donde ni uno sabe hacer lo que en teoría se exige a todos.

Siempre ha sido así porque la tolerancia social hacia esa forma de corrupción que es el enchufe y el tráfico de influencias es vergonzosamente alta. Es decir, todos nos indignamos mucho cuando sabemos de un caso de colocación por enchufe. Salvo que el enchufado sea el nuestro. Porque cuando es el nuestro, no solo no nos cabreamos, sino que hasta alardeamos de ello: "Ya era hora de que me tocase a mí también". Pues no, nunca es hora de que le toque a nadie "también". El enchufismo es una de las lacras más dañinas en una sociedad, ya que desanima a los mejores y ahuyenta a los capaces. O lo que es lo mismo, nos empobrece colectivamente, nos instala en la mediocridad, nos transforma en amorales. Las miserias de Zamora son difícilmente explicables si no se tienen en cuenta los efectos de décadas y más décadas de selección de los peores, aunque con buena carta de recomendación. Piensen algunos en todo ello estos días.

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