Se hizo público, con la presencia de los reyes de España, el trabajo colectivo "El valor económico del español", título contemporizador con las ideas que corren hoy cuando a todo se le pone valor económico. Sin embargo, aunque es difícil medir el valor monetario de una lengua, no está demás realzar que también da dinero el español. Hace quinientos años, en Salamanca, tampoco medía bien Isabel la Católica la importancia de la Gramática que le ponían en sus reales manos. Tuvo que explicarle discretamente su confesor, allí presente, el obispo de Ávila, de qué iba aquella obra pionera, en términos más políticos que científicos. De hecho, el propio autor, Nebrija, como si intuyera la perplejidad de la reina, hacía constar en el prólogo la amigable compañía de la Lengua y el Imperio.

Nuestra expansión fue alabada y denigrada con las armas de las letras: Garcilaso, Fray Toribio de Benavente, Díaz del Castillo, De las Casas etc. "Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos...". Así se expresaba el poeta chileno Pablo Neruda en un capítulo de sus memorias. Otro Premio Nobel, Vargas Llosa, estaba significativamente presente en el solemne acto arriba mencionado. ¿Quién le iba a decir a Cervantes, al que se le negó licencia de viaje para América, que las letras de su idioma excelso harían por él tanto viaje de ida y vuelta (en libros y personas) al modo de una autopista del mar, antes que el nombre de tal vía existiese?

Cervantes es maestro en muchas cosas, no sólo en el arte narrativo sino en la capacidad de leer la vida en términos épicos y filosóficos, en el arte de dialogar con los amigos, cuyo secreto de entendimiento íntimo, a pesar discrepancias, se nos muestra genialmente en esos dos arquetipos de la vida reflejados en Don Quijote y Sancho. Significativo es el título: "El soldado que nos enseño a hablar", una pequeña biografía del manco de Lepanto, escrita por María Teresa León.

La velocidad de nuestra vida y la poca atención formativa en destrezas esenciales de la comunicación hace que ésta se empobrezca notoriamente. La Junta de Castilla y León y Las Cortes puso en marcha un programa para mejorar la expresión oral de los alumnos a través de una "Liga Debate" entre estudiantes. No es mala idea. Puede que se logren así generaciones de líderes sociales que sepan expresarse con limpieza, brillo y esplendor, como reza el lema de la Academia de la Lengua. Ya que estamos mirando al futuro, volvamos al pasado. La escultura funeraria más bella de España es, para muchos, El doncel de Sigüenza. Calidades artísticas le sobran para el primer puesto y, en lo que nos atañe hoy, le amerita el hecho de estar reclinado con un libro en las manos. Pudiera ser la postura que le hubiera gustado adoptar al ilustre soldado del que venimos hablando, para ser contemplado en la posteridad. Lo cierto es que el joven guerrero de piedra que descansa sobre el sarcófago de sus huesos nos da la mejor lección y el más adecuado consejo para matar el tiempo, tanto el tedioso del presente como el incierto del futuro: la lectura. Otro escritor insigne, don Francisco de Quevedo, se hizo con antelación un monumento funerario a base de letras en forma de poema que todos conocemos : "...polvo seré mas polvo enamorado". Un servidor está pensado un epitafio para que, tras ser incinerado junto con mis libros de cabecera, a saber La Biblia y El Quijote, figure así en la urna de mis despojos: "polvo seré, mas polvo bien escrito".

El valor de la palabra es el del pensamiento porque este no se desarrolló sino gracias a aquella, según concluyen investigadores y expertos. Es un don, una riqueza que no perece ni en conflictos bélicos o epidemias. Nacemos con un pan bajo el brazo, (no es el momento de alabarlo por quien nació en la Tierra del Pan) y una perla en la boca: el tesoro de la lengua. Puestos a loar la dote expresiva con que venimos al mundo, algunos la han hecho venir del mismo cielo, como poetas y prosistas eminentes.

Escribo estas líneas al poco de ver la magnífica exposición en La Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela dedicada al escritor Camilo José Cela. En el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura se expresaba así: "No es difícil escribir en español, ese regalo de los dioses del que los españoles no tenemos sino muy vaga noticia, y me reconforta la idea de que se haya querido premiar a una lengua gloriosa y no a un humilde oficiante de ella y servidor de lo que con ella puede expresarse".

Don Camilo fue padrino de ingreso, en la Real Academia de La Lengua, de José García Nieto que tituló su discurso preceptivo, escrito en versos: Nuevo elogio de la Lengua española, entre los que espigo estos:

"Decid conmigo hermano y hombre y pétalo y decid luz y plegaria. /

Decid conmigo lengua, salvación de los miedos; /

Decid conmigo lengua para que suene patria."//