Aunque Viena ha quedado arrumbada a una esquina de la historia y carece del dinamismo de otras grandes capitales europeas, conocerla es imprescindible para embriagarse del aire de otra época, con su increíble lista de monumentos, como el Hofburg, Schönbrunn o el Belvedere, construido por Eugenio de Saboya, y que serviría de residencia a Francisco Fernando, que no reposa en la Cripta de los Capuchinos, como la mayor parte de los Habsburgo, sino en Arstetten. La catedral de San Esteban y la iglesia de Carlos (Karlskirche) son los principales templos. Museos imprescindibles son el Albertina, el Museo de Historia del Arte (Kunsthistoriches Museum, con sus arcimboldos) y el Leopold, con la mayor colección de obras de Klimt y Schiele. No se puede olvidar el edificio Secesión y la numerosa arquitectura modernista que salpica la ciudad. Viena fue la primera capital europea en desarrollar la cultura del café, y posiblemente tenga los más evocadores del mundo. Ahí están el Café Central, con su estatua de Altenberg, el Hotel Sacher, con su mítica tarta de chocolate, a la que no tiene nada que envidiar la que se sirve en el Hotel Imperial. También se hace preciso darse una vuelta por las aldeas que rodean la ciudad como Grinzing, y pasar la tarde y parte de la noche en una heuriger tomando "grüner veltliner".