Debió ser allá por el año 2004 cuando en la clausura de un curso de secretarios e interventores de corporaciones locales coincidí en mi intervención con el entonces alcalde de Valladolid en algo que ya muchos pensábamos entonces y seguimos pensando ahora. Que no tiene sentido, más allá de la conveniencia política partidista y coyuntural, la pervivencia de las diputaciones o, cuando menos, las diputaciones tal y como son ahora.

Cumplieron una función muy importante cuando había que dotar de las infraestructuras básicas como agua o saneamientos a nuestros pueblos. Las autonomías no existían o solo daban sus primeros pasos, muy lejos de su actual tamaño y extensión con sus delegaciones territoriales, múltiples organismos y miles de funcionarios.

Analicemos objetivamente si la provincia de Zamora hoy estaría peor si durante los últimos 15 años la Diputación no hubiera existido, siendo asumidas sus competencias, presupuestos y funcionarios por la Junta en parte y el resto directamente por los propios ayuntamientos individual o agrupadamente.

Porque resulta que con ella -no digo que por su culpa-, la provincia de Zamora (datos oficiales del INE) mantiene una pendiente cada vez más acentuada de pérdida de población, se acelera la emigración de las generaciones más jóvenes en busca de oportunidades laborales y se constata una pirámide demográfica en la que cada vez pesan más las franjas de edad superior. En las últimas décadas, la población total provincial ha pasado de 250.000 habitantes a los escasamente 185.000 actuales, de los cuales un tercio (algo más de 65.000) tienen una edad superior a 60 años. Con ello la proyección oficial indica que dentro de 12 años seremos solo 162.000 zamoranos residentes y en 25 años unos 130.000.

En 1991 eran 127 los mayores de 65 años por cada 100 menores de 15 años, en 2011 (solo un cuarto de siglo más tarde) eran ya 267 y en 2015 nada menos que 280. En la misma línea, en 2010 se producían 472 nacimientos por cada 1.000 fallecimientos, cuatro años después eran solo 391. Son muchos datos en un par de párrafos, pero recomiendo leerlos detenidamente.

Si lo acompañamos con la tasa de actividad más baja de España, actividad industrial escasa y prácticamente testimonial en sectores no directamente relacionados con la transformación agroalimentaria y más de 16.000 parados, es legítimo y recomendable preguntarse si el actual modelo administrativo es el que más nos favorece o si la defensa a ultranza de cada nivel institucional no provendrá solo del interés político de cada partido allí donde ese partido es preponderante mientras todo languidece. Nuestros pueblos no han de desaparecer porque desaparezcan las diputaciones ni van a estar más desatendidos de lo que lo vienen estando. Hacia dónde nos lleva el estatus actual es evidente. La esperanza y la pervivencia rural solo vendrá de cambios y transformaciones en profundidad. Lo de las diputaciones, eso sí, apenas debería ser el comienzo.

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