Una llamada telefónica dio un vuelco al viernes 11 de septiembre de Francisco Gómez. Un día como cualquier otro en sus 34 años de servicio como único efectivo de la Policía Local de la localidad asturiana de Grandas de Salime se convirtió de inmediato en una investigación contrarreloj para detener Miguel Ángel Muñoz Blas, asesino confeso de la peregrina Denise Thiem. "Solo realicé mi trabajo lo mejor que pude", dice Gómez, que se quita méritos siempre que puede. Lo cierto es que su colaboración resultó imprescindible para resolver el caso, por lo que la Policía Nacional lo condecorará hoy durante la celebración de su fiesta patronal.

Francisco Gómez, natural de Grandas de Salime, nunca olvidará ese día. "Recibí una llamada en la que se me pedía que encontrase a una persona con determinados rasgos, con las pistas que me dieron empecé a buscar", explica. Primero en la caja de ahorros donde el detenido trató de sacar dinero, después en el albergue en el que se registró, y finalmente en la terraza donde pasaba la tarde. Gómez siguió los pasos del peregrino por el municipio, hasta que dio con él y lo mantuvo controlado, aguardando a los efectivos de la Policía Nacional.

Fue la primera vez que colaboró con la Policía Nacional, pero no así con la Guardia Civil, con la que mantiene una estrecha relación. "Tengo la suerte de tener unos compañeros estupendos; trabajamos codo con codo, como si fuéramos del mismo cuerpo". Reconoce sentirse "honrado y agradecido" por el reconocimiento, pero no considera que haya hecho algo extraordinario: "Forma parte de mi trabajo, es lo que me tocaba hacer".

Gómez escapa del foco de atención y prefiere pasar inadvertido. Por eso apenas ha concedido entrevistas. Esta la ofrece de pie en la barra de una cafetería, sin perder esa costumbre de estar siempre preparado por si salta la liebre. "Llevo el móvil siempre encima, y prácticamente estoy de servicio las 24 horas del día", sostiene. Tras 34 años de servicio, solo tiene buenas palabras para sus convecinos, de los que dice son "una gente muy abierta y muy noble", y para los seis alcaldes con los que ha trabajado, incluido todo el personal municipal.

"Ya llovió desde aquella", suelta Francisco Gómez al recordar cómo pasó de manejar una grúa en la construcción a ser el agente del orden de su pueblo. "Salió una plaza, y la conseguí. Y aquí sigo. Ha pasado de todo", rememora. Con unos mil habitantes en la actualidad, Grandas de Salime es "un sitio tranquilo, aunque tiene sus días", explica. Gómez reparte el día entre el control de la entrada al colegio, despacho con el alcalde y el trabajo de calle. Controla el poco tráfico que pasa por la villa y vigila la legalidad de las obras.

En sus tres décadas largas de servicio, Gómez reconoce que le ha tocado hacer "de todo". Un día de calor, "de los que se caen los pájaros", se puso una vecina de parto, y el conductor habitual municipal estaba ocupado. Así que no le quedó otra que coger el volante y con un ojo puesto en la carretera y otro en la parturienta, volar hasta Oviedo por el serpenteante trazado. "No sabía si atender a conducir o atenderla a ella", bromea. Todo salió bien.

El agente no puede olvidar, por contra, los malos tragos que pasó enfundado en su uniforme. Como cuando un cabo primero de la Guardia Civil se ahogó en el embalse. O como cuando un vecino de puerta corrió la misma suerte hace pocos meses. "Nada se puede hacer cuando pasa una tragedia así", sentencia. El agente siente que los años empiezan a pasar factura, y no ve lejos su retiro. Cuando cuelgue el uniforme, echará de menos aquello que más aprecia de su trabajo: "El contacto con la gente, poder ayudar".