La historia de Vicente Pinilla es una historia del hambre de la posguerra, es un relato de la pobreza absoluta, es un camino de autosuperación y una vida de trabajo. ¿Qué tiene entonces Vicente de diferente de los muchos españoles, de muchos de nuestros abuelo que tuvieron una infancia tan difícil o más? El total y absoluto altruismo del que ha hecho un modo de vida este toresano durante sus ya casi 88 años de vida.

Recibe a la gente en una pequeña casa de una de las zonas más pobres de Toro: la barriada de Eusebio Rebolleda. Las casas son muy antiguas y la humildad de las mismas se deja ver desde el momento en el que se cruza el quicio de la puerta. Vicente habla, se comporta y actúa como lo que ha sido siempre: una persona sencilla y humilde; no obstante esto no es óbice para que el voluntario más antiguo de Cruz Roja de Toro nos reciba engalanado con un traje beis y corbata y pañuelo granate a juego. La conversación comienza enseguida, Vicente salta de un tema a otro, no porque divague, sino porque su portentosa memoria catapulta recuerdos y vivencias que no pueden esperar para contarse.

Vicente nace en 1929 en Toro, en el seno de una familia en el que la pobreza es la rutina diaria. Tiene 13 hermanos, de los que actualmente solo viven cuatro. Con apenas siete años el Movimiento Nacional entra en su vida y en la de la ciudad. Con 12 años pierde a su padre. Con 15 ocurren dos sucesos fundamentales en su vida: se va a vivir con la dueña de una chatarrería y entra a colaborar con la Cruz Roja, que será el vehículo escogido por el toresano para darse a los demás.

Desde entonces, Vicente ha colaborado de forma activa durante más de 70 años con la Cruz Roja, institución a la que siempre ha profesado una gran devoción y fe. Por aquellos años, 20, 30, 40, la entidad solidaria era prácticamente el único sustento sanitario del que disponían los habitantes de Toro. La Cruz Roja y sus voluntarios muchas veces eran la diferencia entre la vida y la muerte.

El trabajo ha sido el otro pilar que ha vertebrado la historia de Vicente. Los que lo conocen lo describen como "muy trabajador", y la verdad es que la descripción se le ha quedado corta: jornalero, obrero de la construcción, matarife o chatarrero han sido algunos de las decenas de oficios que ha desarrollado durante su vida. Todavía a sus 87 años recuerda vívidamente como cuando apenas era un crío andaba 10 kilómetros hasta Tagarabuena a trabajar en el campo por dos reales y medio mendrugo de pan: "todo el día con el lomo agachado, desde que salía el sol hasta que se ponía".

Nadie, salvo él mismo, sabe exactamente a la cantidad de cosas que Vicente ha renunciado por su labor en Cruz Roja. Con 15 años se introduce en el régimen castrense que entonces regía el organismo, en aquellos tiempos eran los militares los que coordinaban la entidad. Vicente Pinilla habla de la Cruz Roja como el aficionado más forofo habla de su equipo tras ganar la Champions League: "La Cruz Roja es mi vida, siempre le he tenido, y le tengo, muchísima fe".

Comenzó su andadura como camillero, aunque también ha sido cocinero y la verdad es que casi cualquier cosa dentro del voluntariado de la institución. Pronto obtuvo el rango de cabo y ascendió hasta la jerarquía de Sargento.

De Vicente no es necesario hablar bien, sus actos ya lo hacen por él. Bien es conocido que antaño, si un día no podías trabajar, esa jornada no cobrabas. Esto, para la gran mayoría suponía casi dejar de comer. Sin embargo, no pocas fueron las veces que Vicente dejó sus labores para hacerse al monte con la camilla a cuestas y rescatar a una persona que había sufrido un accidente. Hablamos del tiempo en que no existían las ambulancias, no al menos en Toro, pero los accidentes no saben de tecnología.

Este toresano fue uno de los primeros en realizar los cursos de primeros auxilios que se impartieron a los voluntarios de Cruz Roja. Vicente todavía guarda un diploma de 1975 que acredita su formación en estas lides. Asimismo, y siempre con esa memoria de elefante, rememora cómo esos conocimientos le sirvieron para salvarle la vida a un conciudadano en una boda local.

Ahora echa la vista atrás y hace balance. De una parte considera que la mejora en cuanto a recursos materiales es indiscutible, pero la melancolía invade sus palabras cuando el voluntariado sale a relucir. El único superviviente de los "antiguos voluntarios" echa en falta que Cruz Roja recobre ese potencial humano que se contaba por decenas durante los últimos años de la primera mitad del siglo XX. Vicente evoca la antigua banda de música de 68 integrantes o cómo la festividad del Cristo de las Batallas era un día señalado en rojo en la entidad. "Me gustaría que se retomara el fervor que los voluntarios de antes teníamos por el Cristo".

Actualmente, su actividad como voluntario ha sido acotada a actos conmemorativos y eventos donde Vicente es el principal abanderado de la corporación solidaria. Las sendas operaciones de sus rodillas le limitan a una mayor presencia. Representación que si por él fuera mantendría: "en todo lo que pueda quiero seguir ayudando", afirma el protagonista de esta historia.

Los 87 años de Vicente son solo un número que ha ido creciendo en un documento de identidad. Ni los aparenta, ni los achaca, no al menos tanto como cabía esperar. El voluntario de Cruz Roja lleva 14 años viviendo solo y "nadie entra en esta casa para hacerme absolutamente nada", señala con orgullo el toresano. Solo dispone de un aparato para requerir teleasistencia en el caso de que sea necesario "porque uno ya va viejo", bromea nuestro protagonista.

Todos los días a las siete de la mañana está en pie. Sus más de 30 años como matarife levantándose a las tres de la madrugada todavía pesan. Hasta las 11 de la mañana dedica sus esfuerzos a adecentar la casa, una rutina que nunca se salta. Tiene lavadora y secadora, pero solo se fía de sus manos y el barreño para dejar las camisas blancas impolutas.

No solo su vida laboral ha sido poliédrica, sino que también lo es su día a día. Vicente todavía conduce, produce su propio vino, participa en la banda de jubilados como responsable de la percusión y hasta hace poco en el coro, pero el médico ha dicho "que tengo que tener cuidado con las cuerdas vocales".

Vicente ha dedicado toda su vida a la Cruz Roja y todavía siente el mismo fervor que le hizo apuntarse con tan solo 15 años. Orgulloso y tenaz no desharía el camino andado hasta aquí, para él actuar de otra manera no era una opción. ¿Hoy? Hoy Vicente espera poder ver el 2019 y celebrar el 400 aniversario de la Cofradía del Ángel de la Guarda, nada más.