Mi amigo José lleva días sin apenas dormir. Es viticultor de un pueblo enclavado en el mapa de la DO Toro. Tiene varias hectáreas de viñedo (algunas de más de 30 años), una producción mayor que la de las últimas campañas y unas uvas excepcionales ("brillan en las cepas como si no tuvieran pezones, como si lucieran expuestas en el supermercado de El Corte Inglés"). Entonces, dirán ustedes, ¿por qué se queja? Porque seguro que se queja, ¿o no? Sí, sí, claro.

José se lamenta de que no tiene a quién vender sus uvas. Uno que quiere 200 kilos, otro 700, pero el momio ahí está. No hay ninguna bodega de la DO que se haya interesado por ellas. Él se ha movido, pero nada. Los Curros este año no compran, los gallegos se llevaron varios camiones al principio de campaña, pero parece que ya no van a adquirir más partidas. Los vinicultores de la DO tienen sus proveedores y no quieren más fruto. ¿Que hace? Desesperarse.

La posibilidad de que tenga que dejar las uvas en las cepas no le deja dormir. Tanto trabajo, tanta inversión. Y, sobre todo, una sensación de fracaso. De que lo que haces no sirve para nada: los días brumosos de poda, las aradas, el azufre, tantos desvelos para evitar el oídio, el mildiu..., preparar a la familia para la vendimia...

Lo tiene decidido: el año que viene arrancará una calle de cada dos. Y al siguiente, si las cosas siguen así, a degüello. José lo tiene muy claro: la DO Toro no ha beneficiado a los viticultores, que, en muchos casos, venden las uvas (si pueden) al mismo precio que hace 30 años a los gallegos.

José no está solo. Hay muchos viticultores que piensan como él y que se están planteando muy en serio el arranque de viñedos. Ya tienen afiladas las vertederas de desfonde. No hay imagen más triste que las cepas patas arriba, intentando agarrarse al cielo con las raíces desdentadas, llorando por el vino que ya nunca manarán. "Si ahora lo que quieren es que plantemos pistacheros o almendros, pues lo hacemos, hasta que el mercado se sature...", apunta José resignado.

En la lona, tumbada, respira a dudas penas la ilusión. Alguien le pasa por la boca una esponja manchada de vino amargo.