"Desde ahora ya tengo un lazo formal con Toro, incluso un título que poner en una tarjeta de visita o en el facebook o el twitter, pregonero de los vinos de Toro". Con estas palabras, el escritor gallego Suso de Toro, agradeció su elección como pregonero de la Fiesta de la Vendimia que fue inaugurada ayer en el teatro Latorre y que, hasta el domingo, atraerá a la ciudad a miles de visitantes. El literato aceptó la invitación de pregonar la Fiesta de la Vendimia porque sentía la necesidad de establecer un vínculo con Toro, una tierra a la que le unen raíces familiares y que plasmó en el libro "Siete palabras".

En su alocución, reconoció que hasta ahora su relación con Toro "era más espiritual y etílica que real", por lo que para "celebrar estos vinos debo buscar lo específico, lo propio, lo que hace al vino de aquí distinto de los otros y lo hace único" para, a renglón seguido, afirmar que la "la clave es el lugar". En este punto, se refirió al Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones que definió como un "liquidador de lugares, un hechizo que transformaría Europa en un gran hipermercado, dominado por Estados Unidos".

De aplicarse este Tratado, según el pregonero, podría desaparecer, por ejemplo, el vino de Toro ya que, con esa marca podría elaborarse vino en cualquier lugar del mundo, a la vez que subrayó que "el mercado, si es gobernado por monstruos y no tiene límites, arrasa la civilización, lo que hemos heredado, la tradición y la memoria que son imprescindibles, pero además tienen valor, dan valor". No obstante, para el escritor, el vino de Toro "se defiende por sí mismo, dejándose beber" aunque, a su juicio, "adquiere todo su valor por el apellido de procedencia y ahí es donde se la juega". En este punto, reconoció que "no puedo argumentar las excelencias enológicas del vino toresano", a pesar de que "lo aprecio y le soy leal".

Este vínculo con el vino de Toro surgió a raíz de que el pregonero conociera las bodegas antiguas y modernas, pisara las fincas y pagos de la comarca, cogiera en sus manos puñados de tierra, caminara entre cepas y sopesara los cantos "que comen tanto hierro de la azada". Para el escritor el distinto sabor de la tinta de Toro, denominada en otras zonas como tempranillo, lo aporta el lugar, "por abajo, el suelo, el subsuelo y sus humedades donde vive la raíz y, por arriba, el cielo del lugar son su sol y con su luna propia quien mece y cría la uva".

En definitiva, "el lugar hace la uva y los toresanos el vino", porque el vino de Toro es "legítimamente una herencia de los toresanos y toresanas, es su patrimonio con historia, con sus épocas de esplendor y, también, con su época de decadencia que llegó hasta los años 70 del siglo pasado, pero que no quedó completamente atrás".

"El vino de Toro, como no es cosa de ahora, carga con la memoria, una lejana y otra reciente", aseguró el pregonero, quien subrayó que "la lejana es la de un vino de corte y de exportación y la reciente es la contraria, una uva fuerte que servía para mezclar con la uva local en otros mercados y un vino potente y basto que bebieron generaciones de milicias universitarias en Monte la Reina".

Para De Toro esa memoria reciente todavía es una realidad y, a su juicio, "tiene que ser enfrentada con un argumento: el milagro de la boda de Caná", es decir, "explicar que aquí ocurrió lo que entonces, cuando los invitados esperaban el vino de peor calidad, se sorprendieron cuando les sirvieron un vino excelente". Para el pregonero el vino de Toro es "exquisito", pero no por gracia divina sino "por inteligencia, iniciativa y laboriosidad de algunos bodegueros toresanos", una historia que, como puntualizó, "hay que contarla porque deshace el viejo argumento del vino peleón que todavía rueda, se trata de la resurrección de un vino antiguo, del redescubrimiento de un vino lujoso".

En su discurso, el escritor también resaltó que el vino "va asociado al lugar, el lugar en su apellido y Toro es una ciudad lujosa". En este punto, remarcó que quien pisa las calles de la ciudad y levanta la vista hacia sus monumentos "olvida ver lo que no se ve y no escucha la resonancia de sus pasos, los pasos en esta ciudad repican su ritmo sobre el hueco de las 300 bodegas". Y es que, para el pregonero, ese otro Toro subterráneo, es "el que guarda el pasado" y, se conecta a través de las zarceras con la ciudad del presente, "ese gran hueco es el eco y la memoria de los miles y millones de pintas de vino". No olvidó De Toro mencionar "el lujo" de los palacios, de los conventos o de la Colegiata de la ciudad que "solo puede ir asociado a los vinos resucitados desde hace unas décadas", ya que "había una relación entre un patrimonio artístico tan excelente como oculto por el polvo del tiempo con la dejadez en la elaboración del vino hasta el momento de su resurrección".

Sin embargo, en la actualidad, como apuntó, "es cuando el patrimonio artístico brilla cada vez más y aquí se debe maridar el arte y el vino". Así, reclamó "mayor valoración del arte toresano y mayor exigencia en la elaboración del vino", porque "el nombre, vino, y el apellido, de Toro, deben ir subiendo en cotización a la par, ayudándose y apoyándose. El camino para la ciudad es el arte y el vino, el arte del vino". El escritor cerró su discurso ensalzando la huerta toresana y deseó que "se amplíen y mejoren los viñedos, que florezca la huerta y que las piedras e interiores de casas, palacios y conventos continúen contando el tiempo de esta ciudad". De Toro se despidió leyendo, con Primitivo Carbajo, un artículo dedicado al vino toresano y a la Coca-Cola.