Lo bien hecho bien parece, señala un viejo refrán que no pierde actualidad por mucho que pasen los años. Casi tres décadas después de la primera magna muestra de Las Edades del Hombre en Valladolid, lo bien hecho bien sigue pareciendo y apareciendo ante los ojos de los millones de visitantes que han recorrido las ciudades, los templos, las salas y las piezas expuestas en cada una de las celebraciones religioso-culturales que representan las diferentes ediciones del gozoso Vía Crucis concebido por José Velicia.

Por su extensión geográfica, por su historia, por la cantidad de núcleos de población seculares, de los cuales hasta los más pequeños tienen al menos uno o dos templos, Castilla y León atesora, encerrado entre piedra, madera y cal, el mayor patrimonio artístico y eclesiástico de España.

Casi treinta años después, las administraciones públicas de la región no han encontrado aún un mejor recurso turístico y cultural que unas "Edades" que hacen que en cada nueva edición llegue a nuestras tierras el peregrinaje de cientos de miles de visitantes para encontrar ese elemento tan intangible y a la vez tan fértil que nace de la unión de la fe, la tradición religiosa, el arte, la remembranza de lo antiguo y el anhelo de la pervivencia y la prosperidad futura que siempre han acompañado al hombre desde el comienzo de los tiempos.

La Edades del Hombre son comunión que vertebra tiempo y espacio, siglos y territorios de una Castilla tan rica en antigüedad como en diversidad. Espina dorsal del acervo castellano, transcurren como ese agua que da título a la muestra de Toro, como el Duero que besa los pies de la Colegiata toresana en un discurrir que a golpe de hoz jalona la meseta antes de descender a fundirse con el mar.

Para Toro es, más que un premio, el justo reconocimiento a una ciudad con un legado patrimonial espléndido, a su peso en la historia y a su esfuerzo por conservar y poner en el valor que merece su riqueza histórico-artística. Esos esfuerzos han sido y son de muchos, pero quiero personalizarlo en dos personas, dos caras de una misma medalla, una laica y otra eclesiástica pero ambas unidas por el mismo amor al espíritu de la creación divina y al de la creación humana.

El uno es José Navarro Talegón, adalid del patrimonio toresano, con quien disfruté unos privilegiados minutos de conversación por última vez hace un par de semanas. El otro es José Ángel Rivera de las Heras, alma de la preservación del patrimonio de la Diócesis de Zamora y comisario de Aqva. La ciudad estará a la altura del reto, los toresanos se volcarán y se sentirán orgullosos. Con muchos otros será la deuda pero en ellos dos y en sus trayectorias veo el mejor ejemplo de aquellas cosas bien hechas y que bien parecen.