A golpe de riñón tuvieron que subir los más de setenta participantes de la "Cronoescalada de San Agustín" los últimos metros de la prueba. La Cuesta Cavila, una auténtica pared, se convirtió en juez y parte de la carrera contra el tiempo. Con rampas que superan el 15%, los intrépidos corredores se lanzaron a la carretera para demostrar que el amor por el ciclismo en la ciudad está más vivo que nunca. Ciclistas de todas las edades tomaron la salida de esta dura carrera y consiguieron finalizar a base de retorcerse sobre sus bicicletas de montaña y de carretera en las dos modalidades diferenciadas que la organización había propuesto. Una cita que se recuperaba este año después de varios sin realizarse y que ha supuesto una gran jornada de deporte en la ciudad.

La "Cronoescalada San Agustín" arrancó a las once de la mañana. Minutos antes de la salida del primer corredor, los participantes reconocían el recorrido que les llevaría desde el cruce de Peleagonzalo -junto al monolito conmemorativo de la Batalla de Toro- hasta el entorno del Alcázar, tras superar las paredes de la Cuesta Cavila. El primer turno fue para las bicicletas de montaña. En esta modalidad, el recorrido era más corto, concretamente de 2,5 kilómetros. Con diferencias de 30 segundos entre corredores, los atrevidos participantes fueron ganando metros a la carretera a buen ritmo, hasta llegar a las temidas rampas que dan sentido a esta prueba. Las expresiones "dando chepazos", "tirando de riñón" o "echando el resto" se escuchaban por boca de las decenas de aficionados congregados en las inmediaciones de la meta, situada arriba del todo de la cuesta. Una parte importante de la jornada, puesto que sus aplausos y jaleos hacían que los ciclistas se vaciaran en esos últimos y criminales metros.

Tras la llegada de todos los participantes de la modalidad de montaña, llegó el turno para las bicicletas de carretera. En esta ocasión, el recorrido se ampliaba en tres mil metros hasta llegar a la distancia de 5,5 kilómetros. Con el mismo esfuerzo que sus antecesores, los ciclistas fueron alcanzando la meta y llevándose la satisfacción del trabajo cumplido. Una gran recompensa, sin duda, poder decir que uno subió la Cuesta Cavila a base únicamente de pedales.