Nada más aproximarse a la ciudad de Toro, sobre los tejados de Tagarabuena, sobresale una torre con bolas herrerianas y una cúpula con costillas al exterior que inmediatamente retrotrae al renacentismo que muy de puntillas pasó por la provincia de Zamora. La pregunta es: ¿qué hace en mitad de este alfoz una réplica en miniatura de las grandes edificaciones romanas de la época? Y la respuesta es: Juan de Monroy. Vecino de la localidad y notario de la curia romana con el papa Pío IV, este personaje es el gran culpable de que Tagarabuena cuente con un templo sin parangón en Zamora y uno de los más completos que existen en la comarca de Toro.

Tras la muerte de Pío IV en el año 1572, Juan de Monroy decide continuar sus labores con el sucesor, Pío V. No obstante, cuatro años más tarde considera finalizada su labor en Roma y regresa al lugar que le vio nacer. La iglesia de San Juan Bautista de Tagarabuena, la que se conserva actualmente, no es la primera que existió en este lugar. Allí permanecía a la llegada de Monroy una vieja construcción medieval que sirvió como punto de partida para las obras del párroco.

«En 1576, Juan de Monroy derriba parte de la vieja iglesia medieval y comienza a construir esta nueva por la cabecera», explica el historiador José Navarro Talegón. El conocimiento de la arquitectura renacentista que había absorbido durante su periplo en Roma le sirvió para trazar en su cabeza la imagen de lo que quería realizar en la localidad toresana. Así, como atestigua un documento fechado en ese mismo año, Juan de Monroy solicita al censo 2.000 maravedíes para comenzar las obras de pintura y carpintería.

Sin embargo, Monroy abandona sus funciones de párroco y es Juan de Castro el encargado de proseguir con la construcción. Recursos no faltaban. «En aquella época el término municipal de Tagarabuena era enorme y por tanto producía una gran cantidad de cereal que tributaba mediante diezmos y que, a su vez, una parte de esto iba a parar directamente a la iglesia», explica Talegón. De lo que sí adolecía esta obra era de talento. Pedro de Lagándara y Juan de Villafaña fueron los arquitectos designados para continuar los trabajos. «Eran dos hombres modestos, muy lejos de ser profesionales de primera categoría», comenta el historiador.

Para los años 80 ya está finalizada toda la obra de cantería y en 1587 Juan de la Rosa realiza las armaduras de madera de las naves, «que son espectaculares». Aproximadamente en 1612 se calcula que la iglesia de San Juan Bautista está plenamente terminada, aunque no es hasta la época barroca cuando se colocan los retablos restaurados recientemente y que se convertirán en un referente más de este templo.

Toda una maravilla de la arquitectura que no hubiera sido posible si aquella mano derecha de todo un Papa no toma la decisión de regresar al lugar que le vio nacer.