Apenas se ven ya por los campos las tradicionales figuras de los antiguos espantapájaros. Y no es porque las cosechas de hoy día no necesiten protección, sino porque las aves se han ido acostumbrando, con el paso del tiempo, a la presencia silenciosa y carente de movimiento de estas figuras vagamente antropomorfas. Poco a poco se va desarrollando una lucha entre los dos «ingenios», el animal y el humano, que da como fruto la invención, por parte de los viticultores, de diversos y sucesivos sistemas que sirvan para ahuyentar y disuadir a los pájaros, de modo que las viñas puedan salir de esta lucha lo más enteras posible.

En este sentido, el propietario de la bodega Vocarraje, y gerente de la empresa de servicios vitícolas del mismo nombre, Abdón Segovia, señala que «siempre ha habido pájaros que han intentado comernos las cosechas porque están en el campo, y algo que es del campo lo consideran como suyo, y los viticultores tenemos que intentar defender nuestras viñas». No obstante, el elemento que tradicionalmente se ha usado para esta defensa, el espantapájaros, ha quedado casi obsoleto porque las aves «se acostumbran» a él tras comprobar que no se mueve, de modo que terminan comiendo de la cepa situada bajo el espantapájaros, e incluso duermen allí la siesta.

Un método que «siempre ha sido útil» es una escopeta de perdigones, sólo que ahora no puede emplearse porque se trata de especies protegidas, tordos, estorninos, rabilargos... Estos últimos, los rabilargos, son «los únicos» que atacan la procesionaria de los pinos, pues se comen las orugas. Antes se utilizaban «los carburos», se ponía carburo con agua, y el gas levantaba una membrana, lo que producía un cañonazo, «pero era incómodo», por lo que ahora se utilizan las bombonas de butano, de las que proceden los cañonazos hoy en día. Según Segovia, éste es «el sistema que más se está utilizando actualmente», aunque «los pájaros también se hacen al ruido», por lo que siguen picoteando las uvas.

Otro sistema que «funciona muy bien» es el de la colocación entre las cepas de unas cintas reflectantes que se mueven, de forma que sus reflejos ahuyentan a las aves, y también se utilizan cd's, pues son muy brillantes. Otro es «un artilugio muy barato que nos hemos inventado algunos viticultores», que consta de una botella en la que se abren unas ventanas, con unas aspas, que emite un sonido y produce un movimiento en cuanto hace aire, lo que aleja las aves.

Por su parte, Segovia ha inventado otro sistema disuasorio. Puesto que «lo que más aterroriza a los pájaros es su enemigo natural, el halcón», o cualquier otra rapaz, ha diseñado en cartulina las alas de un halcón, que sujeta a una cepa mediante un sedal de pesca, y lo mantiene en movimiento, a media altura, con la ayuda de un globo. «Puedo asegurar que este método les produce tal terror que no aparece ni un solo pájaro», afirma. Después se han creado halcones de goma, «como los que se utilizan para reclamo», que «también dan buen resultado». También existe un aparato que reproduce una grabación con los sonidos del halcón, así como el grito de los pájaros cuando una rapaz lo coge y hasta que muere. Pero Segovia alberga ciertas dudas respecto a la eficacia de este método, porque «también se habitúan», y considera que «a lo que menos se acostumbran es a las siluetas de los halcones porque les tienen terror».

Con todo, Segovia subraya que tanto las escopetas como los cohetes «están prohibidos», aunque «creo que que ahora mismo no los utiliza nadie», pues su uso, entre otras cosas, puede provocar daños, como un incendio, «y nosotros queremos protegernos, pero sin causar daños».

Respecto a los daños producidos por estas aves, explica que «en cuanto empiezan a colorear las uvas comienzan a comer de los racimos, y no lo dejan hasta que termina la vendimia». Pero ha observado que en los últimos seis años, en los que se está sembrando «muchísima» alfalfa, en los sitios en los que hay cerca una parcela de alfalfa, «apenas tenemos daños porque les gustan mucho más los insectos que las uvas».

Por otra parte, los viticultores no reciben ninguna indemnización por los daños causados por las aves, pese a que «cada vez aparecen bandadas más grandes», y los daños se incrementan cuanto más cerca se encuentran las viñas de los montes, los encinares, los pinares... Sin embargo, «los viticultores no tenemos a quién reclamar». Segovia incide en que los defensores de los animales «dicen que hay que protegerlos, pero no qué, cómo y dónde van a comer», que «es lo mismo que sucede con los buitres y con los lobos». «La solución sería un control de la densidad de población para que no causen daños graves, y cuando los hay, deberían asumirlos aquellos que los quieren proteger, pero de forma incontrolada».